La Perinola: ¡Vivan las cadenas!
Por Álex Ramírez-Arballo
La libertad es la ambición natural de la persona. Hemos nacido para ser libres y a lo largo de la historia este anhelo ha encarnado siempre en líderes, movimientos, ideas, textos, artes y voces varias. Nadie en sus cabales se atrevería a negar esta realidad moral que nos atañe a todos, que encarnamos y vivimos todos cada uno de los días de nuestra existencia. Todo lo que atente contra esa libertad debe ser visto como amenaza y, en consecuencia, debe ser atacado y desmantelado.
La libertad entraña, a mi juicio, tres aspectos fundamentales: libertad para expresarnos sin que nadie nos amordace; libertad para asociarnos con otras personas en la persecución de objetivos políticos, afectivos, culturales, recreativos o religiosos; y por último, libertad para comerciar o desempeñar oficios que nos garanticen la obtención de recursos económicos que permitan nuestro desarrollo personal. Expresarnos, asociarnos y trabajar. Se trata esencialmente de eso.
Por increíble que parezca, no son pocas las personas que renuncian voluntariamente a estos privilegios. Como bien señalara Fromm, les aterra enormemente la libertad, les provoca vértigos y angustia; por eso es que abdican en cuanto pueden del señorío de sí mismos y se refugian bajo el tutelaje de alguna autoridad que fungirá de regente y que aliviará esa ansiedad infantil que los tortura. Son, pues, unos cobardes.
¿Por qué sucede esto? Frankl me dio la respuesta: porque la libertad es indisociable de la responsabilidad. Ejercer nuestra adultez implica asumir riesgos, y eso es lo que tortura las almas de algunas voluntades deterioradas y debiluchas; ser responsables es poder salir de nuestra zona de confort para encontrarnos con los demás, que no necesariamente piensen o viven como nosotros, para tratar de construir una comunidad de concordia y posibilidades: ese es el reto más hermoso que tenemos las personas. Quien se repite a sí mismo día a día en realidad no está viviendo, sino evitando la muerte. Es un ser inmaduro, precario y nocivo que no deja de llorar porque le produce vértigo el abismo y no se ha dado cuenta de que tiene alas.
Esto es lo que más detesto de las campañas electorales, el darme cuenta del número tan grande de personas que no ven la política como una práctica que les concierne en el día a día, sino como la posibilidad de satisfacer un ideal ingenuo, el de encontrar un padre que les resuelva los problemas, que les ponga comida en la mesa y que les diga al oído antes de dormir que todo va a estar bien.
Una sociedad que no ama con ferocidad su libertad le llamará democracia a elegir a quien ha de colocarle las cadenas.
Álex Ramírez-Arballo. Doctor en literaturas hispánicas. Profesor de lengua y literatura en la Penn State University. Escritor, mentor y conferenciante. Amante del documental y de todas las formas de la no ficción. Blogger, vlogger y podcaster. www.alexramirezblog.com