lunes, abril 7, 2025
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Imágenes urbanas: El “brinca-brinca”

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Por José Luis Barragán Martínez
José Luis Barragán
Sin poder mover ni el más pequeño de los músculos de su cuerpo, tirado en la cama boca arriba, miraba en el frente, colgada de un clavo, la factura del “brinca-brinca” americano: 250 dólares.

A las siete de la tarde de un domingo no muy lejano, en un lote de las calles menos imaginadas de la colonia Olivos Prolongación, con zanjones y desniveles producto de las lluvias de varios años, un improvisado foco iluminaba el patio en donde el brinca-brinca de color azul motivaba las delicias de los chiquitines.

Cerca del brinca-brinca una gigantesca ceiba, pastel, sopa fría con bolonia y frijoles, cool-aid, era la celebración del cumpleaños número tres del pequeño Adancito.




Desde con tiempo doña Aurelia se preparó para la fiesta, quería una fiesta inolvidable para lo cual y por primera vez en la historia de esos lares, llevarían un brinca-brinca.

No le tenía confianza a las cundineras pero le entró, aunque fue muy específica: “Quiero el dinero tal día de tal mes porque lo voy a necesitar para la piñata de mi niño”, pero dicho y hecho, el dinero no estuvo y casi sale de pleito con la organizadora: “Es que varias no me han entregado su aportación”, “pues a mí no me interesa, yo quiero mi dinero, yo he sido puntual en mis entregas porque quería puntualidad cuando a mí me tocara, ya hasta repartí las invitaciones para la piñata de Adancito y no puedo quedar mal”, finalmente tuvo que empeñar las escrituras del lote de su mamá que vivía en Los Olivos, allí cerca, para los gastos del festejo.

La noticia y comentarios corrieron como reguero de pólvora: “Acaban de traer un brinca-brinca para la piñata en casa de los Quiñones”, “¿un brinca-brinca?, si eso es cosa de ricos, ellos con trabajo llegan a casa de cartón”, “hace más el que quiere que el que puede, el brinca-brinca es prueba de eso”.




Desde el sábado don Amado, el papá, empezó con la fiesta, de hecho desde que salió de la albañileada al mediodía se fue directo al Retiro Bar. Ya en la noche siguió debajo de la ceiba junto con sus amigos, la grabadora lo mismo tocó música de los Tigres del Norte que de Cri-Crí el Grillito Cantor, puesto que doña Aurelia desde con tiempo se preparó con los casetes infantiles. A la mañana siguiente, domingo, continuó tomando a discreción ya que suponía que su condición de anfitrión le exigía mantener un mínimo de sobriedad, aunque cuando empezaron a llegar los invitados por la tarde ya se reía solo y junto con sus amigos se previno de cervezas en el expendio.

“Los cochinitos ya están en la cama…” cantaba Cri-Cri, “soy cojo de un pie, y manco de una mano” la Compañía Musical de Televicentro, y los niños felices brinca y brinca en el brinca-brinca.

De pronto un grito: “¡Los demonios, los demonios andan sueltos!”, todos voltearon para todos lados, buscando, hasta que alguien dijo estirando la mano y apuntando con el dedo índice: “¡Allá, allá, arriba de la ceiba!”.




Efectivamente, en la punta de la ceiba estaba don Amado, con los brazos abiertos y una caguama en cada mano, colorado, abotagado, en total estado de ebriedad, exactamente abajo del brinca-brinca, vociferando: “¡Los demonios andan sueltos, los demonios andan sueltos, pero a mí me hacen los mandados!”.

Los niños empezaron a gritar: “¡Que-sea-viennte, que-sea-viennté!”, y las mujeres “¡no-no!”, doña Aurelia “¡espérate, Amado qué vas a hacer!”, los niños “¡que-sea-viennté, que-sea-viennté!

Y el hombre voló por los aires, gritos de asombro de la concurrencia, al caer sobre el hule pegó hasta el suelo, el “¡Crak!” de la vértebra cervical se escuchó por toda la colonia.

Por eso estaba allí, en el cuartito de cartón, tirado en el catre cuan largo era sin poder mover ninguno de sus músculos, mirando aquella factura que había tenido que pagar: 250 dólares por el brinca-brinca, porque era americano.




*Por José Luis Barragán Martínez, colaborador


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