viernes, noviembre 22, 2024
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Basura celeste: Memorias en escarlata

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Por Ricardo Solís
Bigotón, rudo, fornido y bien armado en términos discursivos, el escritor y pugilista Sir Arthur Conan Doyle –se sabe– fue el creador uno de los personajes más famosos de la literatura universal (Sherlock Holmes), pero como tantos otros de su especie dicho “ser del aire” ha sido tan transformado por la imaginación popular (viciada o enriquecida por el cine –y de esto sobran ejemplos, baste ver cualquier película donde aparezca Mr. Hyde, esa cara invención de R. L. Stevenson–) que a veces no queda más que regresar a los libros para evocarlo.

Este asunto me viene a cuento porque he leído de nuevo Estudio en escarlata (que se publicó por vez primera, creo, en 1887), esa primera novela en la que “aparece” (bajo el relato que hace el no menos afamado Dr. Watson) la figura del ilustre detective “amateur”. ¿Sorpresas? Por supuesto. Sobre todo, olvidos. No recordaba (hacía tanto –casi una década– que no la releía) que el buen Sherlock puede ser sumamente brillante pero sus conocimientos se hallan limitados a ciertas disciplinas, en especial de carácter científico (de hecho, para Watson resulta motivo de asombro que desconozca a un historiador como Thomas Carlyle).




Por otra parte, más allá de que las humanidades no fueran de particular interés para el incisivo investigador, hay rasgos de su personalidad que pasamos por alto con frecuencia (antes sus muchas virtudes, claro), entre los cuales, el que más gracia me provoca es que se deja seducir con facilidad asombrosa por la adulación (hecho del que, en no pocas ocasiones, saca provecho el mismísimo doctor Watson para dar cabida a comentarios humorísticos que no percibe el detective).

Olvidos como los que consigno, sospecho, se deben a que mi mente debió guardar más la imagen del actor Basil Rathbone cuando interpretó a Holmes en algunas películas que, durante mi muy televisiva adolescencia, me parecieron geniales y se convirtieron en una especie de vicio, uno más entre los muchos que mi padre me heredó, como la afición por el western, las cintas “de romanos” o las de Billy Wilder (y no por él sino por el talento irrepetible de Jack Lemmon).




Sherlock Holmes, en este sentido, está lejos de ser el único personaje de ficción que ha sufrido mutaciones a lo largo de los años debido a su “traspaso” a otros formatos (cine, televisión o cómics); asimismo, no vale esto como reproche sino a manera de simple consigna porque, con todo, debo agradecer a Conan Doyle que jamás se me olvide que las novelas –las mejores– tienen, entre sus más importantes características, la capacidad de entretener y despertar la imaginación reflexiva.

Por lo anterior, aunque lo que más amueble la memoria sean las situaciones que ocurren en los cuentos y novelas que protagoniza el investigador, el autor no evita –de cuando en cuando– poner en boca de Holmes frases de las que se desprenden lecciones imborrables; una de las que más aprecio es aquella donde el singular detective nos deja claro que “en ausencia de imaginación no hay horror posible” (una verdad que, como las literarias, no hay manera de rebatir). Y todavía hay quien se pregunta si es bueno o no “comenzar” a leer con las aventuras de Sherlock y Watson…




 

Ricardo Solís (Navojoa, Sonora, 1970). Realizó estudios de Derecho y Literaturas Hispánicas en la Universidad de Sonora. Ha colaborado en distintos medios locales y nacionales. Ganador de diferentes premios nacionales de poesía y autor de algunos poemarios. Fue reportero de la sección Cultura para La Jornada Jalisco y El Informador. Actualmente trabaja para el gobierno municipal de Zapopan.


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