INAH desarrolla nuevo proyecto de conservación para la Misión de Cocóspera
En toda la Pimería Alta no hay templo más bello que el de Cocóspera, decían los viajeros del siglo XIX que llegaban hasta los confines del noroeste del territorio nacional, donde comienza uno de los desiertos más secos del mundo. Hoy, sólo se ven las ruinas de un templo de tierra disgregada por el viento, apostadas bajo el ardiente sol, sobre una solitaria colina. En realidad son las evidencias de un pueblo que comenzó su historia en la época prehispánica, hace mil 200 años.
Contra fuertes ráfagas de viento, cambios de temperatura que varían de los 60 grados a los -1, intensas lluvias e incluso nevadas, en 1973, el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) comenzó la lucha por mantener en pie estos vestigios de frágil adobe y ladrillo ornamentado con yeso, que en tramos conserva la delicada línea —apenas perceptible— de un pincel dando forma a flores, motivos geométricos y la mano de un posible ángel.
¿Diagnósticos? Desde aquel año se han hecho muchos por arquitectos especializados. Así como intentos por frenan los daños. Luego de que el INAH desarrolló hace 10 años el primer proyecto de largo aliento, multidisciplinario y que marcó las directrices generales de conservación, siendo la más importante la colocación de una techumbre sobre el área del altar mayor, con resultados favorables para la conservación; en 2017, el Centro INAH Sonora inició un nuevo proyecto integral que dará continuidad al anterior, esta vez a ejecutarse en tres etapas, previstas de 2017 a 2025.
Así lo da a conocer el antropólogo José Luis Perea González, director del Centro INAH Sonora. La primera etapa del proyecto, uno de los más importantes del INAH a corto y mediano plazo, está en proceso con acciones emergentes para conservar entre 60 y 70 por ciento de lo que queda de los muros originales de adobe que se disgregan por la fuerte erosión.
En la segunda etapa, planeada para realizarse entre 2019 y 2020, se desarrollará un proyecto ejecutivo integral para hacer una cubierta permanente, acorde a los embates climáticos, que protegerá la totalidad de la edificación y que estará ligada a su concepto arquitectónico e histórico; así como la restauración del interior del templo donde aún se conservan, casi íntegros, los acabados arquitectónicos franciscanos.
En la tercera etapa, contemplada de 2020 a 2025, se llevará a cabo el proyecto de interpretación como sitio arqueológico e histórico, y se adaptará un área de servicios para comodidad del visitante, explicó Perea González.
La Misión de Cocóspera es una obra arquitectónica de más de 300 años, con estructura de adobe hecha por indígenas pimas, principalmente hímeris, bajo la enseñanza de misioneros jesuitas. Fue característica por su forma de caja de zapatos: techo plano y ventanas laterales, modificada en el siglo XVIII por los franciscanos, quienes le dieron acabados de ladrillo, incluida la fachada principal, y tapiaron ventanas, colocando en su lugar cuatro altares laterales y uno al frente, con gran cantidad de pintura mural policroma de encendidos colores, sobre aplanados de yeso: uno de los valores más relevantes del antiguo templo.
Sin embargo, al correr de los siglos, los aplanados de yeso han generado una afectación química a los ladrillos y el edificio de adobe se separa del franciscano. Los ojos especializados del arquitecto Pavel Tiburcio, coordinador de las acciones emergentes para recuperar los muros jesuitas, siguen observando la obra arquitectónica como un todo: es un muro hecho en dos partes: una de adobe, cuando se fundó, y otra de ladrillo hacia el interior de la nave, del periodo franciscano. Estructuralmente ha funcionado como un elemento constituido por adobe y ladrillo, y ese es el reto para restaurarlo, hacer que vuelva a funcionar aquella estructura integrada por dos materiales.
La problemática principal es la erosión, advierte el arquitecto, dado lo agresivo del clima, aunado al abandono, no en términos de custodia, sino porque el templo dejó de funcionar como tal al desaparecer el pueblo misional de Cocóspera, y todo edificio deshabitado se deteriora.
Luego de discusiones colegiadas, en las que participaron arquitectos y restauradores de los Centros INAH Sonora y Morelos, las coordinaciones nacionales de Monumentos Históricos y de Conservación del Patrimonio Cultural, así como la ENCRyM, se decidió recuperar secciones de los muros laterales de adobe de la época jesuita, a fin de proteger las paredes construidas en el siglo XVII, lo que también ampliará el área de protección de la cubierta, explica el arquitecto.
El arte de echar adobes
Elaborar arquitectura de tierra es similar hacer pan o sembrar un árbol, dice Pavel Tiburcio. La tarea lleva tiempo y requiere paciencia. Ante las nuevas técnicas de construcción, más sencillas y rápidas, en Sonora se está perdiendo la tradición, por eso es muy difícil encontrar mano de obra calificada que conozca el uso de la cal, la madera y sepa echar adobes. Ahí comenzó nuestro reto, comenta.
“Tradicionalmente, un adobe se hace con agua, arcilla y, dependiendo de la región, puede usarse como aglutinante paja o estiércol de caballo o de burro, también puede llevar gravilla. Las características de la composición no son rígidas, depende de la mano de quien fabrique, pero en general debe ser manejable y tener suficiente humedad para que no se formen burbujas de aire. Debe ser un material que no provoque fisuras al momento del secado.
“El proceso de elaboración dura semanas. Una vez localizado un buen banco de arcilla, sigue buscar el lugar para el secado: en Sonora el sol pega fuerte, entonces la pérdida de humedad es rápida y provoca que el adobe se quiebre. Aquí, la primera aplicación de lodo en el molde se hace a la sombra y su secado es lento, una semana aproximadamente. Durante ese tiempo hay que voltear el adobe para que dicho proceso sea uniforme.
“Ya seco, un buen adobe resiste a la presión toneladas de peso. Funciona por gravedad que lo hacen en conjunto una mole rígida y el techo lleva vigas de madera, que le da cierta flexibilidad: como una caja de cartón rígida pero de tapa flexible. Es un sistema integral que si se le quita un elemento se reacomoda, lo que no pasa con una construcción de marcos de acero o concreto”, explica el arquitecto.
En Cocóspera se necesitó elaborar cinco mil adobes para cubrir los muros laterales. Su preparación llevó tres meses a 12 personas, tomando en cuenta nevadas, lluvias y ventiscas. Cada adobe pesa entre 18 y 19 kilos, mide 25 por 45 centímetros por 10 de alto (más chicos que los originales para distinguirlos). Ahora, uno a uno, son colocados en su lugar para luego dar paso al emplazamiento de la nueva techumbre temporal que será mejorada de acuerdo con las características del viento, con dimensiones que soporten la carga de agua de lluvia, mejores canaletas de desagüe y conducción del líquido, y con el ángulo preciso para que la nieve no la afecte.
Hacia el interior de la edificación, explica Pavel Tiburcio, hay afectaciones en los muros de adobe, pero el problema principal es la pérdida de ornamentación de yeso, que en su momento fue muy rica, así como de la pintura mural. De la etapa franciscana también conserva entre 60 y 70 por ciento de su original, sin embargo para recuperarla, primero es necesario colocar la techumbre, por eso serán atendidos en la segunda etapa del proyecto.
Instalar una cubierta no es sencillo, podría provocar cambios de humedad bruscos y eso también afectaría el adobe. Las características deben ser muy bien analizadas; incluso se realizaron pruebas de mecánica de suelos y ensayos de resistencia mecánica de los nuevos adobes.
En la etapa emergente, otro elemento atendido ha sido la portada del edificio: se le colocaron andamios de metal para protegerla, porque presenta separaciones de los muros laterales y tiene peligro de inestabilidad. Para su intervención se hará un análisis específico, informa Pavel Tiburcio.
Proyecto de arqueología histórica
Paralelamente a los trabajos de restauración y conservación, desde 1973 el proyecto integral del Centro INAH Sonora ha llevado a cabo trabajos de arqueología histórica, los primeros del instituto en el estado y desde hace 10 años a cargo del arqueólogo Júpiter Martínez, quien en recientes exploraciones descubrió evidencias del muro perimetral que resguardó al pueblo misional, así como de cuartos con pisos de construcciones de adobe que hablan del momento máximo de ocupación en el siglo XIX.
“Se ha obtenido gran cantidad de datos que permitirán reconstruir la vida de un pueblo misional alrededor del templo de Cocóspera, así que tenemos un alto potencial de entender la vida en el sitio durante el siglo XIX”, afirma el arqueólogo. Cabe destacar que la Pimería Alta fue la última región donde se implantó el sistema misional en Sonora, conquistada 150 años después de la llegada de los europeos a la Nueva España.
Asimismo, se han hecho sondeos arqueológicos al interior del templo y se ha descubierto el piso de loseta de barro de principios del siglo XIX, intacto en gran parte, y de donde se han recuperado aplanados disgregados con decoración original de la época franciscana: colores poco usuales: flores de un rojo brillante, naranja fosforescente, rosas que resaltan dentro de un templo en penumbras. Por lo menos a un metro por debajo de la superficie de tierra disgregada de los muros jesuitas, se encuentran, casi sin alterar, los acabados arquitectónicos del periodo franciscano, detalla.
De acuerdo con las investigaciones del arqueólogo, hacia el año 1200 había una gran cantidad de población prehispánica en el valle de Cocóspera: en casas en subterráneo, en cerros de Trincheras. A la llegada del padre Eusebio Kino, la población dispersa en pequeñas mesas se concentró en pueblos misionales.
Por sus bondades arqueológicas, históricas, arquitectónicas y el hecho de ser de los pocos sitios que conservan los frágiles testimonios de la presencia jesuita, aunado a que se ha mantenido en el aislamiento, Cocóspera tiene los componentes para ofrecer una buena interpretación al visitante de cómo funcionó un pueblo de misión en el siglo XIX, y permitirán conformar un proyecto único en la región norte de México. A eso se dirige la meta final del proyecto, a compartir con el público el conocimiento sobre el patrimonio cultural conservado e investigado, finaliza José Luis Perea González.