La Perinola: Suicidarnos para no morir






Por Álex Ramírez-Arballo
No he podido ni he querido sustraerme de los acontecimientos políticos que vive el país. Son muchos y muy importantes, sin duda alguna, y además me proveen de una inmejorable oportunidad para poner sobre la mesa el análisis ético de los acontecimientos, algo que me entusiasma mucho como aficionado que soy a la filosofía moral.
Digo todo esto porque el nombramiento de Manuel Bartlett como director de la Comisión Federal de Electricidad ha levantado una ampolla en las redes sociales, algo que lejos de disiparse parece ir en aumento: ¿por qué el futuro presidente se expondría, pues, a semejante garrotiza? ¿A qué opacos e indescifrables intereses se debe tan incomprensible fidelidad? ¿De qué manera justificar racionalmente una decisión que hace arquear las cejas incluso a gente muy cercana al propio López Obrador? Bueno, estas son cuestiones que los expertos en política se encargarán de indagar y explicarnos; yo lo que he venido a hacer aquí es a hablar de las reacciones que este suceso ha generado, sobre todo entre los más devotos del político tabasqueño, a quienes ahora me refiero.
Llama mi atención, sobre todo, su incapacidad de ejercer la crítica o de confundirla con arremetidas perversas de parte de los malos de la película; los buenos son ellos, se sabe. Suponen que la diferencia de opiniones es traición, negación de una verdad única, excluyente y revelada que no ha de ser puesta a debate sin incurrirse en herejía. El asunto de Bartlett lo demuestra de una manera contundente dado que un personaje tan incuestionablemente ennegrecido por sus actos públicos ha supuesto entre ellos la necesidad de un esfuerzo retórico descomunal para intentar salvar el escollo ético: cada mañana me levanto, voy a Twitter y descubro — ya sin sorpresa — un nuevo “argumento” que desborda creatividad, abierta ignorancia o cinismo, o quizás las tres cosas. Temo que el día de mañana la Iglesia Católica nos anuncie que el infausto poblano ha sido inscrito en el canon de los santos.
¿No sería más fácil asumir la crítica y aceptarla? El hacerlo no desmiente en modo alguno los compromisos personales. Ejercer la crítica es esencialmente ejercer la auto crítica, requisito fundamental para ser auténticamente libres. El ser votante de un candidato no implica nuestra renuncia al ejercicio de esa crítica, sin la cual, por cierto, la democracia es imposible. Yo creo que quienes han votado por equis o ye candidato deberían ser los primeros en demandar que se respeten los principios expresados como plataforma de campaña; al votar lo que hacemos es ejercer un acuerdo en el que de ningún modo puede comprometerse el uso de nuestro cerebro o la abolición de nuestros principios. Es una pésima idea confundir nuestras afinidades ideológicas con nuestras pasiones deportivas; las primeras deben ser racionales mientras que las segundas son arbitraras y necesariamente absurdas.
Yo sostengo la idea de que debemos “suicidarnos” muchas veces para mantenernos siempre vivos, es decir, debemos cuestionarnos y desmontarnos, ponernos en cuarentena abandonando la estúpida idea de que siempre hemos de tener la razón. Solo de este modo evitaremos el bochorno de tener que defender lo indefendible; vale la pena recordar siempre esto porque, como bien señala la sabiduría popular, del ridículo y de la muerte nunca se vuelve.
Álex Ramírez-Arballo. Doctor en literaturas hispánicas. Profesor de lengua y literatura en la Penn State University. Escritor, mentor y conferenciante. Amante del documental y de todas las formas de la no ficción. Blogger, vlogger y podcaster. www.alexramirezblog.com





