La Perinola: Flores y pan
Por Álex Ramírez-Arballo
Las hermanas de la caridad tienen un lema tan enigmático como escueto: “Las flores antes que el pan”. ¿Qué quiere decir esto que, para un hambriento, sobre todo, carece de sentido? Pues bien, se trata de una idea de lo humano que trasciende lo meramente fisiológico; es verdad que las personas necesitamos cosas materiales, pero la caridad, como dicen los cristianos; o la solidaridad, como indican los espíritus seculares, va más allá de las urgencias que nos impone la naturaleza del cuerpo. Ser solidario es compartir con los demás lo más valioso que tenemos, que es el tiempo. Los grandes espíritus que han caminado por este mundo nos han enseñado a donarnos sin esperar nada a cambio. Quien se encarga de repartir comida a los hambrientos sin que intervenga el amor en lo que hace, en nada se diferencia del que arroja puñados de maíz entre los cerdos. La compasión implica necesariamente una relación horizontal y empática que no vuelve superior a quien la practica ni compromete la dignidad de quien de ella se beneficia. ¡Qué difícil se me hace decir esto sin que me gane la risa en este año 2018!
En este mundo nuestro impera sobre todo la idea del lucro y la transacción. No estoy diciendo aquí que comerciar y aspirar a obtener ganancias monetarias legítimas por nuestro esfuerzo sea algo malo, de lo que hablo es de una concepción exclusivamente mercantilista de lo humano, como si por fuera de la esfera de la economía y las finanzas no hubiera nada más. Esto ocasiona, entre otras tantas torpezas, una visión interesada de las relaciones humanas; es decir, “si yo hago algo por ti es porque espero algo a cambio”, lo cual es una autentica tontería. Pongo un ejemplo. A mi me gusta cocinar ciertos alimentos y me gusta compartirlos con mis amigos. No soy el gran cocinero, pero para mí la comida es una de las formas materiales de la felicidad; si regalo comida es porque quiero decir “te quiero” sin tener que utilizar las siempre limitadas palabras. He notado que siempre que regalo algo, la persona que recibe mi presente se siente obligada a decirme que en unos días me dará algo de vuelta. A mí no me importa si me da o no me da, lo que me molesta es que me arrebata el placer de compartir algo gratuitamente, lo que es sin duda alguna uno de los más grandes placeres de esta vida.
También la política ha venido a corromper el acto generoso. Parece que todo debe estar dirigido por los manuales de la ideología y esto a mí me parece realmente lamentable; es decir, los demagogos suponen que la solidaridad debe ser la práctica de una teoría social exclusiva, cuya causa final ha de ser la disolución de la desigualdad. Yo no comulgo con ruedas de molino, yo lo que traigo en la cabeza es la locura de creer que el proyecto de la solidaridad tiene su lugar en la esfera de lo cotidiano, en el mundo pequeño de nuestro día a día, donde podemos oficiar la generosidad en su simplicidad más absoluta.
Si hay un Dios, que yo creo que sí lo hay, estoy seguro de que habla el lenguaje de los que han aprendido a entregar sin experimentar ese sentimiento mezquino de la pérdida. Un hombre auténticamente rico — recuerda — no cuenta noche a noche sus monedas.
Álex Ramírez-Arballo. Doctor en literaturas hispánicas. Profesor de lengua y literatura en la Penn State University. Escritor, mentor y conferenciante. Amante del documental y de todas las formas de la no ficción. Blogger, vlogger y podcaster. www.alexramirezblog.com