Espejo desenterrado: A Ricardo, como siempre
Por Karla Valenzuela
Siempre he dicho que, con el paso de los años, uno va conformando su propia familia, es decir, no solamente es familia la que nos toca por ser hijos de quienes somos, sino la que nosotros mismos reunimos entre esos lazos con los que nacemos y, además, entre los lazos que vamos haciendo a lo largo de nuestras vidas.
No es la sangre, pues, la que hace que las personas se vuelvan entrañables para nuestra historia. Es más bien el amor, el cariño, la convivencia, y la verdadera unión lo que nos va dando ese apego.
Y es así como, poco a poco –y a través del tiempo- he ido armando, tal y como un rompecabezas esta familia que me rodea y, entre ellos, está por supuesto mi familia cercana, basada en amor sin condiciones, en apoyo real, en admiración y en momentos que se van volviendo inolvidables y que hacen que, aunque las personas no estén o se hayan ido, continúen vivas en el recuerdo.
Éste es, sin duda, el caso de mi tío Ricardo, que precisamente falleció un día como hoy, de un agosto triste que llevo en mi memoria. Y es que aunque él llegó a mi vida porque se casó con una hermana de mi madre, mantengo la firme idea de que el destino ya había previsto que formara parte de mi relato de vida.
Las interminables charlas que –en mi etapa más subversiva- se tornaba a veces en disertaciones sobre un tema u otro, sin escatimar rubro alguno; sus consejos, sus historias, su afición a la historia, a la literatura, a la música, a la bohemia; y, sobre todo su paciencia para enseñarme un mundo que él conocía y que yo apenas vislumbraba, siempre formarán parte de mis recuerdos.
Hoy han pasado ya once años desde que se fue, dicen los que saben de esto, hacia una eternidad que todos alguna vez alcanzaremos y será ahí cuando lo volveré a ver; por lo pronto, en este día, en mis horas, mientras escribo, mientras estoy y mientras respiro, lo extraño.
Quisiera que hubiera vivido entre nosotros mucho más tiempo; quisiera que viera lo que he logrado y que constatara mis caídas y mis logros, mis guerras y mis paces; quisiera que estuviera aquí para escucharlo de nuevo y para reír o llorar juntos. Es más, quisiera que jamás se hubiera ido.
De modo que sí, mi tío Ricardo forma parte de mi más querida familia aunque no esté y aunque no sea mi sangre. Está entre mis días, con mis padres, hermanos, con mi hijo y con mi esposo. Lo cuento entre mis personas favoritas, entre ese grupo con el que comparto un amor filial, ese grupo conformado por mis amigos –hermanos por elección-; lo cuento en el equipo de estos superhéroes que me aceptan en su vida como yo en la mía y decidimos caminar juntos.
Hoy Ricardo no está, pero sé, de veras, que caminará a mi lado eternamente y sólo alguna vez sabrá manifestarse, entre la lluvia, entre las nubes y los relámpagos de agosto, para decirme que me acompaña.
*Karla Valenzuela es escritora y periodista. Es Licenciada en Letras Hispánicas y se ha especializado en Literatura Hispanoamericana. Actualmente, se dedica también a proyectos publicitarios.