Mamborock: El pergamino donde ordenar los por qué
Por Carlos Sánchez
Estaba allí. Dentro de ese espacio que es una casa residencia óptima para cometer el asalto. Con la gana de usar la tecnología y transmitir el atraco en vivo.
Estaba allí, en ese foro adonde llegó para dictar una conferencia de superación personal de cuatro horas que sintetizó en una. También nos convidó, desde la construcción de la palabra y su potencia para hacernos imaginar, a ese lugar donde una fiesta desencadenó en violencia. Pinchi Pancho.
Llegó con su atuendo cleen que significa pulcro. Por qué él ya cambió. El Cholo que ahora es una persona de bien, se brincó la barda una y otra vez. Porque si se aprende barrio la consecuencia es habilidad para el ir y venir, el discurso y actuar frente al respetable.
Manuel Ballesteros es bailarín. Actor. Ante la imperante necesidad de expresar, de aportar un ladrillo más a la edificación que es su profesión, escribe el monólogo El Cholo. Lo actúa y lo dirige. Con rolas de rap que hizo el Lénin Peña. (Y otro compositor de cuyo nombre no me acuerdo), debe ser porque el cristal está compuesto de diversos químicos y de uno en especial que hace que a uno se le olviden las cosas.
Andamios Teatro lo hace otra vez. Ofrece el espacio. Un vaso de cerveza que es parte del montaje. La luz misericordiosa del cielo que asoma otoño y la concurrencia que al parecer sabe que Andamios es garante de lo que propone.
Estaba allí. Con ese cuerpo como un parto natural para el talento histriónico. Contando una y otra historia. A veces a ritmo de improvisación, en ocasiones con el guion que es teatro cabaret y parecería que todos los caminos de este género deben desencadenar en el sarcasmo para contra los del poder político. Quizá sea una regla establecida.
Subrayar una y otra vez los yerros. Porque quizá también es una de las funciones del arte: decir lo que no va bien. Acusar desde un foro la fabricación de miseria que por siempre es y ha sido el objetivo primordial de los políticos.
En El cholo no hay exclusión de las premisas del teatro cabaret. El personaje despliega a ritmo de rap a veces, a intervalos de un trago de cerveza en otras ocasiones. Pero ahí va, con ese contoneo, ese cleen indumentario que porta. Ahí va, diciendo las circunstancias de vida que son el origen también de la existencia de los cholos, eso muchos como él que son como tantos de nosotros. ¿Hacen falta pruebas o elementos para constatar que así ha sido y así es?
Tiene magia Andamios, tiene magia el montaje, tiene magia el momento. Los cuetes que emergen quién sabe de dónde y por qué, truenan en el cielo y hacen eco en el cerro de la campana. Los cuetes una y otra vez son materia preciosa con la que El cholo juega a improvisar. Son sus gestos y movimientos la expresión más convincente para un alarido que parece carcajada. A toda madre.
La pasamos entre risas. Porque la mofa que es crítica se aparece inevitable. De regla el regocijo, porque hablar contra (otra vez) los que nos han jodido desde siempre, resulta un bálsamo en el interior de la tragedia muchas veces vista.
Apuntar hacia los otros es una constante. Pero la vuelta de tuerca nos sorprende. De pronto El cholo nos convoca a interior de su infancia, el momento aquel de cuando su madre le metió muchas veces el cuchillo al concubino, quien fuera padre de su hijo. Luego el panteón y la cárcel. La desolación del personaje. ¿A dónde se iría a seguir la vida con sus años de niño?
El panteón y la cárcel. Lo digo ahora y recuerdo la actuación chingona de Manuel. Uno a uno sentí los picotazos que recibió el padre. Porque el cuerpo habla, dice con su reacción. Anoche de manera cercana pudimos ver al actor en esos movimientos magistrales. La construcción de un arte plástico contemporáneo en la textura de la pared del fondo, con el árbol de su humanidad, con el pincel del sudor.
Acudimos a un llamado de cuentas. El pergamino donde ordenar los por qué. La facilidad para reseñar en un monólogo esa existencia de los desposeídos, a quienes muchos de los vecinos les llaman basura. Cuidado con que se nos indigeste la cena. Porque también para muchos artistas, actores, los cholos no sirven más que para la construcción de un libreto.
Manuel Ballesteros en su nobleza de exposición, al final de la obra se quedó con nosotros, para explicarnos los argumentos de la elección del tema. Pude ser uno de ellos, sugirió al contarnos regiones de la historia de su barrio en San Luis Río Colorado, Sonora.
Qué bueno que Manuel se salvó de la circunstancia. Que genial que Manuel estudió danza contemporánea en la UNISON. Qué chingón que se convierte en El cholo. Y nos hace reír de tantas ganas de llorar.