Basura celeste: Novela para acercarse a un autor
Por Ricardo Solís
Digna de admiración, la novela El señor presidente (1946) es la más conocida del escritor guatemalteco –y Premio Nobel de Literatura– Miguel Ángel Asturias (1899-1974), se trata de una referencia obligada para la historiografía literaria del continente y, de alguna forma, continúa una tradición que aborda la figura del dictador como personaje; pero la obra del autor es vasta y no tan difundida como quizá debiera, por lo que una historia como Hombres de papel (Alfaguara, 2016), de Oswaldo Salazar, funciona como un acercamiento a la personalidad y la vida del también poeta y diplomático centroamericano.
Al final del libro, Salazar consigna su admiración por Asturias, pero para quien se sumerja en sus páginas quedará claro que su labor imaginativa y prodigalidad de recursos dan cuenta de ello; estamos ante un texto que advierte la “realidad” material de sus personajes aunque “lo que se cuenta de ellos es ficticio”, sin que por ello disminuya la fuerza de atracción que ejerce ahondar en las posibles motivaciones y experiencias que producen o condicionan una obra.
Pero, por supuesto, Salazar –que es asimismo académico de la lengua en su país y profesor visitante en la Universidad de Cambridge– utiliza dos ejes biográficos para su narración, el del autor de Mulata de tal (1967) y su hijo, Rodrigo Asturias Amado (1939-2005), quien fue comandante guerrillero y mantuvo siempre una conflictiva relación con su padre lo que, en la novela, opera en favor de la visión crítica de conjunto y ofrece un contrapunto para revisar una época marcada por el surgimiento de movimientos revolucionarios que buscaron el poder por vía de las armas.
Lo central, sin embargo, es la vida de Miguel Ángel Asturias, y no sólo aquello que tiene que ver con su formación como escritor y el desarrollo de sus concepciones en torno a la literatura y el papel del intelectual dentro de la sociedad (lo que remite al título, que hace por igual homenaje a una de los libros más famosos del personaje); de igual modo, podemos asomarnos imaginativamente a la relación con la madre –que abre y cierra la historia– y con sus hijos, con las mujeres que amó y los paisajes (naturales o citadinos) que recorrió a lo largo de su vida.
Ahora bien, nada de lo anterior puede revisarse de modo efectivo si se eligiera el relato lineal y aséptico para referirlo; de manera notable, lo que Salazar decide es una combinatoria de registros formales que van desde lo epistolar, el monólogo interior o la entrevista ficticia (para las que incluso cambia la disposición tipográfica en las páginas), al diálogo paródico con los textos de su protagonista, los efectos del reconocimiento, la nostalgia o la irónica complejidad que rodea a quien asume compromisos políticos y, de manera contradictoria, vive asimismo marcado por los fantasmas del secreto familiar. Como se ve, el entramado es todo menos sencillo.
Finalmente, Hombres de papel también se inserta en la tradición fáustica y no es detalle menor; al inicio, Asturias enfrenta a una aparición –que, oh sorpresa, es asimismo Legión– con la que pacta su futuro a cambio de la vida de su hijo. La relación con esta aparición se vuelve intermitente en la vida del escritor, pero no adelantaré cómo concluye porque es preferible que el lector los disfrute por su cuenta, como una sorpresa agradable.
Ricardo Solís (Navojoa, Sonora, 1970). Realizó estudios de Derecho y Literaturas Hispánicas en la Universidad de Sonora. Ha colaborado en distintos medios locales y nacionales. Ganador de diferentes premios nacionales de poesía y autor de algunos poemarios. Fue reportero de la sección Cultura para La Jornada Jalisco y El Informador. Actualmente trabaja para el gobierno municipal de Zapopan.