Basura celeste: Buñuel y la notable eficacia
Por Ricardo Solís
Durante la pasada semana, me acompañó a todas partes el libro Mi último suspiro (2012), las célebres memorias de Luis Buñuel que escribiera en colaboración con uno de sus guionistas de cabecera (Jean Claude Carriére), una edición de bolsillo que conmemoró los 30 años de la publicación original y que, por alguna razón, tenía apilada por ahí sin recordar mucho de su lectura y, ahora repasada, me confirma que es uno de esos textos que puede visitarse sin remordimiento o desperdicio pero, eso sí, con sumo agrado.
Buñuel, nadie lo duda, es uno de los realizadores más emblemáticos en la historia del cine pero, más allá de eso, en su libro nos permite transitar con él por el pasado siglo y, ante todo, descubrir cómo se forjó una de las perspectivas más originales para la cinematografía que, además, si le creemos, resulta el producto de una serie de curiosos accidentes que se combinan con una infancia y juventud favorecidas por una educación de privilegio y una situación económica desahogada.
Es verdad, por estas páginas desfilan la España provinciana y casi medieval en la que le toca crecer, pero también el Madrid de la famosa Residencia de Estudiantes, su amistad con Lorca y Dalí, la Guerra Civil, la vida en París y su vinculación con los surrealistas, su visión particular de personajes como Franco o Miguel de Unamuno, su devoción por Benito Pérez Galdós y las cintas de Fritz Lang, su poca inclinación por los experimentos de Jean Luc Godard y la aventura mexicana que le llevó a filmar algunas de sus mejores películas.
Con todo, lo que no deja de impresionar es su tono conversacional y su desdén por la cronología; la estructura de estas memorias parece más marcada por los tópicos fundamentales de su cine (los sueños, la sexualidad, el humor negro) y sus placenteras aficiones (el tabaco, los licores) que por la presentación o consignación de los hechos en sucesión temporal. La narración, ligera y sorprendente, persigue antes dejar en claro que su vida posee una lógica personal donde la historia circundante se mantiene como telón de fondo.
Si existe un detalle a resaltar en Mi último suspiro, creo, sería su firme intención de “mostrar” su vida como desprovista de artificios, revestida de la normalidad que podemos adjudicar a los simples mortales y que no se suele asociar a alguien que, como Buñuel, lo consiguió todo en una carrera que no hizo sino recalcar su genio. Otra cuestión fundamental: el papel que juega el dinero en la producción cinematográfica y su profética visión sobre el futuro de la industria fílmica (y no sólo eso, podría decirse que prefiguró la celeridad y exceso informativo de la actualidad).
Lo mismo que Orson Welles, el cineasta español no da la impresión de preocuparse en exceso por cuestiones de índole estética, evade discutirlas o ponderarlas por sobre sus preocupaciones narrativas. En resumen, si algo encanta en estas memorias es que nos colocan de cara a una persona, un ser de carne y hueso antes que un artista cuyo legado resulta capital para su oficio. Mucho deleite y poco aserrín, diría mi abuelo; lo que no es poca cosa para quien encara la tarea de relatar su vida y, sin proponérselo, lo logra con notable eficacia.
Ricardo Solís (Navojoa, Sonora, 1970). Realizó estudios de Derecho y Literaturas Hispánicas en la Universidad de Sonora. Ha colaborado en distintos medios locales y nacionales. Ganador de diferentes premios nacionales de poesía y autor de algunos poemarios. Fue reportero de la sección Cultura para La Jornada Jalisco y El Informador. Actualmente trabaja para el gobierno municipal de Zapopan.
Qué bonito escribe Ricardo M. Solís. Dan ganas de leerlo.