Basura celeste: Un mosaico desigual y colorido
Por Ricardo Solís
Hace poco más de 15 años, me regalaron una novela que ahora releo porque, como suele ocurrir, no recordaba nada de ella a la distancia; se trata de El sueño de Venecia (Anagrama, 2002), de la española Paloma Díaz-Mas (Madrid, 1954), un libro que se alzó en 1992 con el Premio Herralde y que tiene la particularidad de unir cinco historias –o episodios, quizá– de diferentes épocas que se diferencian incluso por sus estrategias narrativas, pero que también se unen no solamente en los hechos sino, además, gracias a la ironía interpretativa que surge como resultado de nuestro constante atisbo al pasado y sus consecuencias.
Con mucho, la pieza más sobresaliente es la inicial, un relato picaresco que culmina con la creación de un cuadro que será el hilo conductor para los episodios consecuentes. De este modo, con un manejo del lenguaje impresionante (el castellano del siglo XVII) y más de un guiño a los clásicos del género –desde La vida del Lazarillo de Tormes hasta El buscón y el Guzmán de Alfarache–, Díaz-Mas nos cuenta de un amor improbable que, de forma curiosa, presenta un final “feliz” que marcará otros eventos en el futuro lejano.
Después, un relato epistolar nos develará el encantamiento que la obra pictórica en cuestión es capaz de suscitar en un traficante inglés y, posteriormente, a inicios del siglo XIX, una tienda de chocolates será el escenario donde se fragüe en silencio una relación incestuosa que deriva en suicidio, para continuar con la visión infantil ante la presumible “maldad” del personaje femenino del cuadro (ya mutilado) que, en el último texto, se vuelve objeto de estudio para que el trasfondo que resulta de una sesuda investigación se convierta en una “verdad” que el lector sabe falsa.
Este punto es, tal vez, el que brinda validez y unidad a una obra que se nos presenta desigual en el manejo de sus diferentes estilos y apuestas de escritura; después de conocer el desarrollo de lo que sucede al cuadro y los personajes en derredor suyo, al concluir la narración lo que nos queda es la certeza de cómo la ficción puede convertirse en un relato que “construye” una verdad alejada de los hechos, una mutación a la que asistimos como lectores sin poder impedirlo.
Pero, después de todo, ¿querremos impedirlo? Claro que no, porque justamente en el desenlace radica la justificación de la sustancia metaliteraria de la novela. Cuando terminamos de leer El sueño de Venecia –cueste o no atravesar sus páginas– la impresión que prima, debe sospecharse, es la de que toda apariencia de verdad es cuestionable y todas las historias son, en principio, transmisibles bajo la mirada que atestigua y conoce una certeza que la “historia” oficial pasará por alto.
El primer episodio de esta novela es, sin duda, el mejor de todos, y su desenlace otorga un cierre ingenioso a la historia completa; sin embargo, los otros relatos carecen de la contundencia y encanto de los mencionados antes, por eso es posible calificar al libro de inconstante o desigual (a pesar del colorido del mosaico completo). Estoy seguro que muchas de las estrategias ensayadas por Díaz-Mas en su libro pudieron ser “novedosas” en 1992, pero creo que un lector más o menos avezado las notará de inmediato si lee esta novela en la actualidad aunque, claro, valdrá la pena porque le divertirá (y mucho).
Ricardo Solís (Navojoa, Sonora, 1970). Realizó estudios de Derecho y Literaturas Hispánicas en la Universidad de Sonora. Ha colaborado en distintos medios locales y nacionales. Ganador de diferentes premios nacionales de poesía y autor de algunos poemarios. Fue reportero de la sección Cultura para La Jornada Jalisco y El Informador. Actualmente trabaja para el gobierno municipal de Zapopan.
Qué bonito escribe el poeta Ricardo M. Solís!
Es verdad. Su pasión centelleante por las letras es de admirarse.