jueves, noviembre 21, 2024
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El Gran Silencio pone a bailar a Álamos

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“¿Con quién hay que hablar para que nos vuelvan a invitar?”

Juan José Flores Nava
La psicología popular sabe que alguna vez Sigmund Freud sentenció que “infancia es destino”. Ayer, sobre la plancha de la Plaza de Armas, en Álamos, quedó muy claro que Freud tenía algo de razón. Veintitantos años después de haber grabado (en su segundo álbum) el acertado éxito de Dormir soñando, El Gran Silencio sigue siendo y haciendo, hoy, lo mismo. Como en sus primeros andares en la música. Como si nada hubiera cambiado en dos décadas y media. Al menos es lo mismo en el escenario. Lo mismo en sus letras y sus formas de expresión. Lo mismo en su propuesta. Y lo mismo, esos primeros años en la industria musical, es lo que permanece en la mente y en el deseo de la gente.

Sobre el escenario

El Gran Silencio inicia su concierto a la hora indicada: 21:30. Cuando llego a la plaza ya han empezado a tocar. Es el comienzo y un señor le dice a su amigo: “¡Qué ruidosos son!” Tiene razón. Lo que en estos momentos se escucha es un escándalo producido por el grupo, acompañado de una voz que grita desde el escenario: “¡Venimos a pasarla bien! ¡Chingón!”

Es el modo eterno de este grupo de conectar con el público. El mismo que emplearon hace 20 años, la primera vez que los vi en vivo, cuando el sonido de su Dormir soñando me hacía suponer que algo bueno venía con esta banda. Pero hoy, esta noche, todo sigue igual. Excepto mi expectativa de antaño. Son las mismas formas con las que, claro, hay que comunicarse con la raza, con la banda, con los fanes, con los chúntaros: “Va una polca, pero pueden bailarla como ska, no hay pedo. Nosotros tocamos polca, ustedes bailan ska”; “Estamos viendo que el concierto se puso a toda madre. ¿Con quién chingados hay que hablar para que nos vuelvan a invitar? ¡Ah, mira, acá está el chido! Y ya adentrados en esto, pues por qué no dejar caerle a la bandota un albur: “… Les repito en la boca a ver a qué les sabe…”




Las letras

No hubo novedades. El público se apaga, se queda casi estático, aprovecha para mirar el cielo y admirar el eclipse lunar cada vez que El Gran Silencio lanza la canción de alguno de sus álbumes más recientes. Aun cuando una de esas veces el vocalista promete una rola para “deschongarse”. Es una parte de su Sonido adrenalina, un álbum puesto por ellos mismos a disposición en Youtube. Solo quienes están más cerca del escenario no paran de moverse.

Pasan los minutos y en un rincón de la plaza veo a un grupo de mujeres bailando con entusiasmo. Seguro que ellas saben qué rola es la que ahora está sonando: “… Pero tu vida es tan corta, al igual que la mía. Y yo llevo en el pecho una honda herida…” Les pregunto si conocen la canción. ¿Cuál es?, les digo. Ellas sonríen sin dejar de bailar. Se cercioran de mis intenciones. Son cinco chicas. Ninguna de ellas lo sabe. Una se aventura y dice: La honda herida. ¿De verdad?, le pregunto. Se ríe. Da vueltas. Bebe su cerveza. Y responde: “Ja-ja… No sé”. Después averiguaré y sabré que se trata de Tonta canción de amor No. 2, incluida en las dos primeras grabaciones del grupo, Dofos (1996) y Libres y locos (1998).

La propuesta

Cuenta la leyenda que El Gran Silencio nace cuando los hermanos Tony y Cano Hernández se juntaron con un grupo de amigos de la preparatoria allá por 1993, en la Unidad Modelo de Monterrey, Nuevo León. En ese entonces, y en sus primeros dos discos, su sonido era quizás atrevido, sus letras —aunque sencillas— expresaban de forma simple la realidad sentimental, lúdica y política que vivían los jóvenes no solo del país, sino sobre todo de las zonas más populares de Monterrey.

Desde el norte, desde Nuevo León, llegaba al mundo musical mexicano la señal de que no nada más las bandas de la capital podían descollar y grabar con el apoyo de un sello internacional. EMI le produjo a El Gran Silencio, en Nueva York, su álbum Libres y locos. En este álbum y en el que le siguió (Chúntaros Radio Poder, 2001) se halla la esencia de lo que siguen repitiendo hasta ahora. En ellos se encuentra también casi todo lo que el público espera de El Gran Silencio: No sabemos amar, Tonta canción de amor No. 2, Cumbia lunera, y, especialmente —como quedó demostrado en la Plaza de Armas—, Dormir soñando y Chúntaro style.




La mente

Camino sobre la Plaza de Armas. Solo es posible transitar por los alrededores. Frente al escenario hay una masa apretujada de cientos de personas que brincan, que se mueven, que beben cerveza, que fuman tabaco y mariguana, que sonríen, que gritan de emoción.

Un joven con sombrero texano y bigote aguamielero, cerveza en mano, me pregunta por qué tomo notas. Le respondo que soy periodista. Él me observa incrédulo. Para salir de esa mirada inquisitoria, le pido su opinión del espectáculo. ¿Qué te parece?, le digo. “Pues qué te digo”, me responde, “nomás tienen tres rolas y esa que está sonando, que no es de ellos”. Se refiere a Déjenme si estoy llorando de Nelson Ned. Y agrega: “Acá en el norte no somos mucho de eso”. Habla del ska, del hip-hop, del rock estridente, de la cumbia, del rap… “Eso es muy chilango”, remata. No son chilangos, le replico, son de Monterrey. “¡Ah! En mi mente siempre pensé que eran del DF”.

Los deseos

Son las 10:50 de la noche. El Gran Silencio y sus integrantes (Tony y Cano Hernández —cantantes y guitarristas—, Campa Valdez —acordeón—, Wiwa Flores —bajo—, Iván Monsiváis —batería—), deciden que es hora de llevarse sus instrumentos a otra parte. Pero antes de marcharse saben bien que es momento de soltar Duerme soñando. Gran acierto: la gente regresa al baile. Un hombre que ya se marchaba decide que no es momento aún de partir. Y ataviado con sombrero, paliacate rodeando su frente, botas, pantalón de mezclilla y cinto piteado, comienza a darle al baile chúntaro. La gente mira con fascinación su habilidad con los pies: se agacha, se eleva, cruza sus piernas, golpea el suelo con las puntas o los talones de su calzado. ¡Nada le pide al exgobernador de Coahuila, Humberto Moreira, en sus danzas chúntaras!

10:58. Parece que todo ha terminado. La multitud en Plaza de Armas pide más. Hay expectativa. 10:59. El Gran Silencio regresa. Toca de nuevo mientras hace la invitación: “A ver, a la cuenta de tres, todo mundo brincando”. Y empieza a sonar, en noche de eclipse lunar, la Cumbia lunera.

Al exterior de la multitud apretujada descubro señoras, niños, adolescentes, bailando. Un grupo de hermosas chicas preparatorianas se divierten a mares cuando un joven ya entrado en bastantes años, con tatuajes, camiseta sin mangas, gorra de tela, ingresa en la rueda que forman ellas y se sacude al ritmo de la cumbia. En un descuido, rodea con su brazo a dos de las jovencitas y las integra a su propio grupo de hombres. Ellas van muertas de risa. Sus amigas lo celebran. Al menos eso parece. Pero ambas muy pronto salen huyendo a su círculo original. Vuelven al gozo sincero.




El final… final

Se oye una grabación que dice: “Esto es XE-Chúntaros, Radio Poder. Transmitiendo desde el meritito Cerro de la Silla, con 15 mil watts de verdadero poderío”. Es el anticipo del fin; del final de finales. Es hora de encender la luz de los celulares, elevarlos y cantar con El Gran Silencio Círculo de amor. Mientras esta canción dice “no necesito que me digas que me quieres”, la gente, al marcharse, se empeña en cantar la letra que evoca por un momento el acordeón que suena en “Círculo de amor”: “Ay, pero quiéreme/ Solo basta una sonrisa/ Para hacerte tres regalos/ Son el cielo, la luna y el mar…”. El reloj marca las 11:16. Y nuestro satélite natural, tras el eclipse, ha comenzado a recuperar su brillo habitual.





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