viernes, noviembre 22, 2024
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Basura celeste: Cozarinsky y la sana extrañeza

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Por Ricardo Solís
Existen novelas que tienen la rara cualidad de atraparnos con su trama de sucesos a pesar de que aquello que ocurre en sus páginas no nos resulte particularmente llamativo, es el caso de En ausencia de guerra (Tusquets Editores, 2015), del escritor y cineasta argentino Edgardo Cozarinsky (Buenos Aires, 1939), una historia que remite a una evocación no directa sobre la dictadura que gobernó su país en los setenta pero desde una distancia espacial y temporal –se sitúa en Europa y se desarrolla a inicios de la segunda década del siglo XXI– que ayuda a potenciar el absurdo, los múltiples juicios sobre historia o política, un humor perturbador y ciertos giros insospechados en la narración que despiertan extrañeza.

En este sentido, como bien apuntó ya Alberto Manguel –en las páginas de El País– sobre esta novela, “las ficciones de Cozarinsky son siempre inciertas, apenas se atreven a sugerir nuevas posibilidades a la luz de veredictos aceptados, y si bien sus personajes dialogan entre sí, raramente se ponen de acuerdo”; esas son marcas medulares en una historia que involucra a su protagonista con personajes de su pasado y de un presente donde, a querer y no, se descubrirá como víctima de su propia curiosidad y una serie de hechos que prefiguran una intriga que jamás se verifica del todo.



Así, este protagonista llega a París –una ciudad fundamental para su formación– y al buscar a una de sus amistades de antaño (tras hallar por azar una de sus cartas en un libro de segunda mano) se da cuenta que le ha dejado un mensaje antes de morir y debe trasladarse a Ginebra para “recuperar” una caja de seguridad depositada en un banco suizo por su amiga hace 50 años; para lograrlo, debe interactuar con el abogado o albacea de la depositante (una poeta de origen argentino), un anciano judío nacido en Tánger que le presenta a una nativa de Argelia que, con base en la escena de un texto de Patricia Highsmith, persigue hacerle cómplice de un doble asesinato.

Por otra parte, la poeta que ha fallecido tuvo dos hijos que, de distinta forma, se vieron vinculados con los movimientos revolucionarios que durante los setenta surgieron en Argentina y fueron perseguidos por la dictadura; pero nada es tan simple, nuestro protagonista conoce poco de estos relatos de vida pero su involuntaria indagación desemboca en la mentira y las diferentes estrategias para allegarse dinero por parte de estos “revolucionarios”. A esto debe sumarse que, gracias a un reencuentro esperado, participa en este enredo una estudiante caribeña radicada en la Ciudad Luz, quien habrá de colocarlo ante una circunstancia decisiva que, como acostumbra, dejará ir.



¿La clave? Parece simple: Cozarinsky cuenta y con cada capítulo desentraña un nudo argumental que crea uno nuevo (o varios) aunque lejos de lo que uno podría esperar, incluso el azar opera de manera que se conjuran ciertos peligros y otros no llegan a suceder. La base de su estrategia narrativa se sustenta en el chisme, ciertas obsesiones simplistas y ciertas formas de desapego que surgen de pronto como cubeta de agua fría o incendiario catalizador, muy a la manera de Bioy Casares (sin que esta afirmación pretenda “equiparar” a ambos escritores).

Al final, En ausencia de guerra ofrece la impresión, por momentos, de ser una novela que no va hacia ningún lado de modo preciso, sin embargo, sospecho que esa es tal vez la mayor de sus virtudes porque, se quiera o no, su lectura es absorbente y acelerada, esquiva toda probable catalogación y parece desenvolverse con base en la premisa de desilusionar cualquier previsión. Se trata, creo, de un libro que –aunque constantemente evoque a Henry James– no acaba de asentarse y persigue mantenerse en un terreno movedizo nada perjudicial (eso sí, muy extraño).



Ricardo Solís (Navojoa, Sonora, 1970). Realizó estudios de Derecho y Literaturas Hispánicas en la Universidad de Sonora. Ha colaborado en distintos medios locales y nacionales. Ganador de diferentes premios nacionales de poesía y autor de algunos poemarios. Fue reportero de la sección Cultura para La Jornada Jalisco y El Informador. Actualmente trabaja para el gobierno municipal de Zapopan.


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