Basura celeste: Contagiar la curiosidad y el gozo posible
Por Ricardo Solís
Lo primero que llama la atención acerca de Leer o morir: ensayos sobre obras inmortales de la literatura universal (Aguilar, 2013), de la periodista y escritora Guadalupe Loaeza (Ciudad de México, 1946), es que su título implica (o da a entender) una disyuntiva radical que jamás se explica en sus contenidos ni en el prólogo de Rafael Tovar y de Teresa que los precede, antes bien, pretende “suavizarse” en la contraportada pero, la verdad, el sentido directo al que alude no carece de atractivo –se lee o no se vive, para que suene menos rudo– y, después de todo, los 45 textos breves que conforman la edición son sumamente entretenidos y logran algo harto difícil, hacer una invitación efectiva para acercarnos a distintas obras literarias.
Ahora bien, quizá haya muchas personas a quienes les disguste, por diferentes motivos, la personalidad o la obra de Loaeza pero, en este sencillo caso, conviene decir que este libro no los tiene como destinatarios, mucho menos a especialistas, académicos o panegiristas de la literatura que juzguen “complicada” o valedera (a menos que consigan salir de su papel). Leer o morir es un compendio de artículos o comentarios que dan cuenta del disfrute de muchas obras –todas clásicas aunque algunas quizá no se consideren “universales”– y de cómo “llegaron” a manos de la escritora o los “descubrió”, lo cual se adereza con una que otra anécdota o detalle poco conocidos.
Leer o morir es una publicación que trata, sobre todo, de la lectura como gozo posible y desde una perspectiva personal que, además, se nutre de muchos libros que “formaron” a más de una generación de lectores y a los que valdría la pena retornar (como el clásico de Tomás de Kempis o La conquista de la felicidad de Bertrand Russell), así como aquellas obras que jamás envejecen (es decir, las grandes novelas de Cervantes, Proust, Camus y Lewis Carroll) y parte del canon latinoamericano y mexicano (aquí caben por igual Cortázar, Bryce Echenique, Carlos Fuentes, Elena Garro, López Velarde, Fernando del Paso, José Emilio Pacheco o Inés Arredondo, por nombrar apenas unos cuantos).
La clave en estos textos es conciliar esa visión personal de cada libro con la historia que le rodea o le hizo posible, un espacio que aloja el gusto personal y los juicios intuitivos que brindan perspectivas no siempre consideradas respecto de las obras porque, por ejemplo, a pesar de que alguien tenga una opinión “prestigiosamente” fundada del trabajo del autor de La metamorfosis, no viene mal descubrir, con Loaeza, que “quizá la palabra que más se repitió Kafka a lo largo de su vida fue ‘miedo’. Esa palabra se la repetía cuando se levantaba en las mañanas y tenía que acercarse a saludar a su padre, cuando tenía qué hablar con él acerca de la tienda familiar y, en las noches, cuando hacía un balance de su vida”.
Habría que insistir, Leer o morir no será un libro para todos pero no hay duda que ha sido y puede ser de gran ayuda e inspiración para muchos lectores, en especial jóvenes. Asimismo, no está mal reconocer que, amén de una prosa amena y ligera, Guadalupe Loaeza acometió una empresa de la que sale bien librada (y no es cosa menor), despertar la curiosidad y contagiar el placer posible que implica vincularnos a historias y poemas por igual, un disfrute que no requiere explicaciones sesudas y sí la facultad misteriosa de excitar la sensibilidad común de las personas.
Ricardo Solís (Navojoa, Sonora, 1970). Realizó estudios de Derecho y Literaturas Hispánicas en la Universidad de Sonora. Ha colaborado en distintos medios locales y nacionales. Ganador de diferentes premios nacionales de poesía y autor de algunos poemarios. Fue reportero de la sección Cultura para La Jornada Jalisco y El Informador. Actualmente trabaja para el gobierno municipal de Zapopan.
Qué bonito escribe Solís