viernes, noviembre 22, 2024
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La Ojuson debuta en el FAOT

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Juan José Flores Nava
Se puede respirar nervio y emoción. El escenario y sus alrededores bullen. 44 niños y jóvenes, todos ellos músicos, buscan su sitio en cada sección de la orquesta. Algunos prueban sus instrumentos. Dos o tres chicas, desde su teléfono celular, se toman una selfie. Una mujercita de cabello teñido de azul se ajusta el peinado. En tanto, un adolescente espigado y transparente posa para la cámara del papá, al lado del piano de cola Steinway & Sons en el que en unos minutos hará sonar a Bach y a Liszt.

Sí: se puede respirar nervio y emoción. El momento no es para menos. La Orquesta Juvenil Sinfónica de Sonora (Ojuson), debutará en el Festival Alfonso Ortiz Tirado ¡30 años después de haber sido creada, en 1990! Lo que para muchos de sus integrantes ha sido sólo una fantasía, ahora está a nada de hacerse realidad.

Pasadas las 14:00 horas aquí, en Álamos, Sonora, la pianista Ilución Hernández sube al escenario del Palacio Municipal. Su sonrisa es tan extensa como el vestido que luce y le cubre los tobillos. Se para frente a los niños y jóvenes que atentos la observan. Eleva ambas manos (en la derecha lleva la batuta) y comienza un concierto que tendrá 14 estaciones, iniciando con el “Himno a la alegría” de Beethoven y terminando con el “Danzón No. 2” de Arturo Márquez. Ella, Ilución, es la principal promotora de que la Orquesta Juvenil Sinfónica de Sonora se halle, esta tarde, en el FAOT.

En ámbitos tan exigentes como lo son los de la música de concierto y el bel canto (y a veces también, por lo mismo, tan llenos de imposturas, egos desorbitados y veladas reyertas), Ilución ha sido capaz, en menos de un año, de empujar el talento que cada uno de los chicos de la orquesta parecía tener guardado, de acompañarlo y guiarlo con calma, pero con firmeza, hasta hacerlo aflorar poco a poco. El primer paso ya está dado. Y, si cabe decirlo, fue dado con una suave, ligera, pero decidida y amorosa ejecución de un fragmento —que hacia el final subiría de intensidad— de la más conocida obra del genial sordo alemán.

¡Esto es para mí un regalo! —dice Ilución Hernández—. Dirigir la Ojuson es una hermosa tarea que se me ha entregado. Es conducir a los niños y a los jóvenes, es mostrarles que tienen alas, es hacerlos conscientes de que todos sus sueños los pueden lograr. Es mostrarles, también, que el mundo es gigante. Es ayudarlos a buscar su propia voz. Es tratar de que interioricen que dentro de ellos está la música y la luz. Porque si tienen la autoestima baja, si no tienen disciplina, si no creen que van a llegar a lograrlo, lo que van a conseguir es precisamente eso: poco o nada.



Una fortaleza para ellos

Ilución sabe que con palabras, con guía, con humildad y con amor los puede ayudar a encontrar esa voz interior que les permitirá hacer música. Ya lo está logrando, me dice, mientras su mirada, brillante, parece vagar en el recuerdo de esos destellos luminosos que ha alcanzado al lado de los niños y jóvenes de la Ojuson. Sonríe.

—En este momento lo que más les he enseñado es a escuchar —dice—. Porque, a veces, uno no sabe escuchar. Y lo más importante es escuchar al otro. Son cosas tan sencillas, pero tan importantes, que sé que van a marcar su vida.

—En español, a quien está al frente de una orquesta le llamamos director —le comento a Ilución Hernández—. En inglés se usa la palabra conductor. Parece que usted, por ahora, conduce, es decir, acompaña a los niños y a los jóvenes de la Ojuson, más que simplemente dirigirlos.

—Así es. Es acompañarlos. Es ser una fortaleza para ellos. Es ir con ellos, caminar con ellos, conducirlos en todos los aspectos. Y lo que he encontrado es que son muy talentosos, pero ellos aún no saben que lo son.

—Es la primera vez que la Ojuson se presenta en el FAOT…

—¡Exacto! ¿Cómo es posible que desde su fundación, hace 30 años, nunca nadie había tomado en cuenta esta orquesta? Para que la Ojuson estuviera en su primer FAOT ha sido fundamental el apoyo del director del Instituto Sonorense de Cultura, Mario Welfo Álvarez Beltrán. Si la orquesta estuvo arrumbada, abandonada, qué clase de estímulo podían tener los niños y los jóvenes. Por eso hoy los ves tan emocionados: es algo que ni siquiera soñaban.

—¿Decirles a los niños y a los jóvenes músicos que todos sus sueños se pueden lograr no es arriesgado? Porque la vida, muchas veces, se empeña en mostrarnos otra realidad…

—Estoy convencida de que todo trabajo tiene su recompensa. Voy por pasos. Para conocer la luz, hay que conocer la oscuridad. Yo les digo que todo lo pueden conseguir con disciplina, fortaleza y lucha. Esto los va a llevar hasta donde ellos quieran llegar siempre y cuando sean valientes y no sean miedosos. Sí, claro que hay obstáculos, pero estos los están viviendo desde hace mucho. Ahora mismo, lo más importante para mí es abrazarlos, arroparlos y fortalecerlos. Una vez que ya estén listos, bonitos, con sus alas preparadas, pueden seguir adelante. ¿Y si se les rompe un ala? Ya tienen principios. Pretendo que sueñen, que lleguen alto, ya aprenderán a levantarse.

—¿Cómo les expone eso de ser valientes y no tener miedo?

—Me he dado cuenta de que cuando el niño está chiquito y tiene tres años, no es consciente del miedo, sube al escenario y toca. Conforme va uno creciendo se hace consciente del otro, consciente de que nos van a criticar, de que nos van a señalar por equivocamos, de que nos van a decir que alguien lo hizo mejor, de que no fuimos seleccionado. Entonces nos empezamos a llenar de miedos. Yo los preparo, los pongo en el escenario y les aplaudo. Es decir, les doy la oportunidad. Y me funciona muy bien.

 

“¿Quieren que les ponga un cachirul?”

Vaya que si Ilución les aplaude a sus músicos. Esta tarde no sólo ha dirigido a la orquesta, sino también al auditorio. Una y otra vez solicita apoyo del público para sus músicos, a quienes siempre está vigilando. Siempre. Cuando Juan Alberto González ha terminado de tocar al piano las dos piezas que ofreció esta tarde, busca, antes de retirarse, la mirada de Ilución. Ella le sonríe y hace, con la cabeza, un gesto aprobatorio. Sólo entonces Juan Alberto toma sus partituras del piano y abandona el escenario con el beneplácito de su directora en sus bolsillos. Pero Ilución tiene, entre otras, una gran virtud: la honestidad. Y reconoce que los niños de la orquesta no tienen, en este momento, el mejor nivel.

—Es delicado decirlo —expresa con suavidad—, pero debo ser sincera.

—¿Cómo encontró la orquesta? —le pregunto entonces.

—Mira, no lo vas a creer, pero ellos se quejaban mucho de que les contrataban cachirules para algunas presentaciones [músicos profesionales o mayores de edad que no pertenecen a la Ojuson]. Ahora, cuando dicen que no pueden hacer algo, les pregunto, en broma: “¿Quieren que les ponga un cachirul en cada banco?”. Y les da mucha risa. “¿Verdad que no?”. ¿Por qué se hacía así? Simple y sencillamente porque el maestro no creía en ellos. Y si quien está al frente no cree en ellos, los niños y los jóvenes tampoco van a creer en ellos mismos. Meter cachirules para que la orquesta suene bien es una mentira. Y yo no quiero mentiras. Quiero una realidad. Y si la orquesta, en este momento, suena así, pues así va a sonar. Y punto. Después podemos mejorar. Pero por algo tienen que empezar.

—Usted, Ilusión, es pianista. Ha sido acompañante de músicos y cantantes de renombre. ¿Alguna vez ha querido bajarse del escenario por haber fallado?

—Sí, algunas veces alguien me dio una oportunidad y lo hice mal. Entonces me quería salir corriendo y toda bañada en sudor por los nervios me preguntaba: “¿Qué estoy haciendo acá? No debí haber aceptado”. Pero, al final de cuentas, les agradezco mucho a esas personas que me aventaron al ruedo y creyeron en mí, a pesar de mis miedos o de mis equivocaciones. Así que les digo: “Muchachos, van”. Y todos tienen la oportunidad. No importa que se equivoquen. Todos tenemos derecho a equivocarnos. Y los jóvenes más: tienen derecho a equivocarse y a hacer tablas.



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