La Perinola: La paciencia, esa magnífica herramienta
“El arte de vivir es el arte de la paciencia,
de la comprensión, de la misericordia, del cariño”.
Alberto Portolés
Por Álex Ramírez-Arballo
A tiempo, nunca un minuto más tarde, nunca con premura, amanece. Llega la hora, el día, el momento, el prodigioso instante en el que el mundo y su apariencia pactan: somos testigos del triunfo de la espera. No pienses que estoy hablando aquí de una experiencia mística profunda e inefable; estoy hablando, sí, de misticismo, pero de uno pegado al suelo. Dios suele caminar entre los hombres.
Un amigo mío es pescador y cada vez que puede sale corriendo con sus dos hijos adolescentes a pasar el día, a la deriva, sobre el espejo de un lago cercano a nuestro pueblo. El sitio es un verdadero paraíso y en él muchas familias pasan los fines de semana y días feriados; en una ocasión lo acompañé y sobre aquellas aguas heladas me confesó que nada le producía tanta dicha como esos momentos de espera en los que debía mantenerse a la expectativa, esperando a que alguna trucha decida morder el señuelo. “Es emocionante”, dijo mientras recorría el carrete del sedal para volver a arrojar el anzuelo. Tenía razón, la paciencia puede ser sumamente emocionante si se ha trabajado para conseguir un resultado; piense usted en el esfuerzo de un agricultor o en el de cualquier otra persona que haya dedicado tiempo y esfuerzo en allanar el camino hacia un anhelado propósito. Se ha hecho lo debido y solo queda esperar por un resultado positivo. Cierto que nadie puede garantizar que aquello por lo que hemos trabajado tanto llegue a buen puerto, pero también es cierto que nadie, absolutamente nadie podría arrebatarnos la íntima satisfacción de saber que hemos hecho lo correcto.
Además, que no se nos olvide que los fracasos son la escuela donde un corazón atento puede aprender las más preciosas lecciones de la vida.
Un ser paciente es un ser sabio. Quien no se desespera hace mucho por su causa, y lo que es más importante, hace del mundo en el que habita un lugar grato. Los impacientes, en cambio, suelen ser como pararrayos del fracaso, antenas en medio de la tempestad, seres que reciben una y otra vez las furiosas descargas de una “mala suerte” granjeada minuciosamente a fuerza de enfados nunca controlados.
“Paciencia y la patria se salva”, me repetía una y otra vez mi madre cuando era niño. Quería educarme en el delicado arte de la prudencia pero yo, que desde siempre he sido una persona impaciente, poco caso hice de tan atinadas recomendaciones. Lo pagué caro. Si he de ser honesto, encuentro que los más grandes errores que he cometido en mi vida están ligados al nerviosismo propio de los impacientes; las más dolorosas imprudencias que he cometido están necesariamente vinculadas a una premura que me ha hecho realizar pronto y mal mis tareas. Los años –y los tropiezos- me han hecho ver que la cautela y la entereza son dos poderosas herramientas que nos permiten alcanzar metas y conseguir beneficios que de otra manera nos hubieran resultado del todo inaccesibles.
Quien es paciente entiende que es un ser limitado, acotado todo el tiempo por circunstancias cambiantes y no pocas veces adversas; pero al mismo tiempo entiende que su pequeñez es poderosa, que la voluntad que lo incendia por dentro en aquellas noches en que se pone a contarse a sí mismo en la intimidad del pensamiento sus más grandes sueños es infinita. Ante el temor de lo que se anuncia amenazante, el ser paciente opone un gesto de aguante que solo puede provenir de la entereza de quien, como ordenaba el oráculo de Delfos, ha sido capaz de conocerse y reconocerse a sí mismo. Bendito sea.
Si el control es un sello de carácter, la paciencia es la señal de ese sabio manejo de nuestros impulsos. No quiero sonar exagerado pero ahí donde hay un ser paciente existe también una mayor esperanza, una posibilidad más grande de éxito. Aquellas personas que trabajan en situaciones de constante estrés saben muy bien que los momentos de crisis reclaman un proceder tranquilo, una “cabeza fría”, como se dice coloquialmente. Si uno escucha las reacciones de pilotos que han tenido que enfrentar momentos de crisis, como el ya legendario vuelo 1549 de US Airways, que tuvo que aterrizar de emergencia sobre las heladas del río Hudson en la ciudad de Nueva York, una fría tarde de enero, no puede sino admirar la gran capacidad de control en el manejo de los procedimientos de crisis. No quisiera nunca tener que volar en un aparato piloteado por una persona impaciente.
En nuestra vida siempre tendremos que enfrentar momentos o disyuntivas complejas. Debemos aprovecharlas para nuestro desarrollo; debemos, con decidida intención, poner a prueba nuestra capacidad de mantener la calma: esos momentos de angustia son la fragua en la que se forja nuestro carácter. Ataja los impulsos, que son malos consejeros, y aprende a establecer distancias, pausas, silencios. Nunca te arrepentirás de las palabras y de las cosas que no dijiste ni hiciste, dice un dicho popular, y esto no puede ser más cierto.
La vida es una aventura y podemos hacer de ella una deliciosa experiencia de compromiso con nosotros mismos y con los demás. Es tiempo de renunciar -quizás hoy más que nunca- al desgano, el pesimismo y los prejuicios heredados. Recuperar el control de nuestros actos y pensamientos, la paciencia y el amor por la vida es un compromiso al que todos estamos llamados. No atender esta convocatoria es tirar por la borda la más hermosa creación del universo infinito: la existencia humana.
Si hemos de ser pacientes, como creo debemos serlo, el principal objeto de esa paciencia hemos de ser nosotros mismos. Muchas vidas permanecen en un estado de sopor constante porque las personas tendemos a ser demasiado impositivas con nosotros mismas. Todo éxito verdadero es la consecuencia de una larga cadena de fracasos que han sido asumidos con madurez e inteligencia. El camino de perfección del que hablan los místicos empieza por destruir los escrúpulos del orgulloso, que nada desea más que volverse él mismo un paradigma para los demás. Sé paciente, insistente, pero ante todo humilde, y no dejes de reconocer nunca la enorme fortaleza que se esconde en tu debilidad.
Álex Ramírez-Arballo. Doctor en literaturas hispánicas. Profesor de lengua y literatura en la Penn State University. Escritor, mentor y conferenciante. Amante del documental y de todas las formas de la no ficción. Blogger, vlogger y podcaster. www.alexramirezblog.com