jueves, noviembre 21, 2024
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Urantia: Placeres

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Para Daniel Salinas Basave, epicúreo.

 

Miguel Manríquez Durán
Miguel Manríquez1: Por indicación médica estuve en cama un mes y, como todos, aislado en este Armagedon epidémico. Bien dicen que del dicho al lecho hay mucho trecho por eso desde ahí el mundo es un poco distinto: la lectura es fiel compañera. Bien dice Alain Badiou: la filosofía le da valor al mundo. Nos da el coraje necesario para conservar la memoria, la dignidad y la esperanza. Pero también conservar placeres. En La invención del Placer, Michel Onfray en diálogo con el epicureísmo nos muestras como el placer nos salva en estas catástrofes modernas. Epicúreo y su filosofía del placer muestran su actualidad y su potencia. Ser epicúreo hoy es un acto subversivo y sabio. Su tetrapharmakos sigue vigente: la felicidad es posible, la sabiduría y el dolor es tolerable, no temer a los dioses y que la muerte no debe preocuparnos. Aquí radica la vigencia ética de todo verdadero libertino, es decir, un hombre libre. Ser epicúreo hoy es ser un hombre libre por si mismo. La salud y la sabiduría residen en el amor y la amistad. El epicureísmo es una gran síntesis de diferentes filosofías como alternativa al ascetismo platónico.

El hedonismo sincrético que vivo tiene muchos veneros: el sol en mi rostro cual Heliogábalo atrapado en silla de ruedas, la memoria sabia, el amor vivido indócilmente, el placer de la filosofía y la poesía, la buena comida y, por supuesto, la fraternidad que sólo conocemos los epicúreos: ellos saben quiénes son.

2: Mis recetas son evidemente epicúreas. Las aceitunas negras tienen el poder de invocar dioses proscritos por la cristiandad. Cada vez que abro una lata tomo la mitad de estos frutos sagrados y los trituro mientras murmuro: “Y ahora decidme, Musas habitantes del Olimpo, pues ustedes son diosas que, presentes en todas partes, saben todo, mientras que nosotros no escuchamos más que un ruido y no sabemos nada. Díganme quienes eran los guías, los jefes de los dánaos” (Ilíada, Canto II). No tirar la salmuera en la que vienen las aceitunas para no ofender a Cloto, Láquesis y Átropos porque estas moiras son implacables y cabronas para aquellos que vierten ese jugo. Ellas son dueñas de nuestro vulgar destino terrestre. Es una verdadera lástima que las invocaciones hayan sido sustituidas por la observación más propia de la racionalidad que del mito. Tómese una olla mediana y vierta un poco de oliva, medio kilo de tocino finamente picado y, cuando dore, agregue un poco de aceite, un poco –casi nada- de sazonador y una cucharada de ajo picado. Cuando todo esté frito, agregue los 150 gramos de aceitunas que previamente trituramos y una medida igual de arroz (taza de aceitunas por taza de arroz). Sofreír un poco. Si es una taza de arroz, entonces agregamos dos medidas: una de agua y una de salmuera  en donde venían las aceitunas (para venerar a Afrodita –espuma blanca- que, según Plutarco, refiere a “la nacida de la salmuera. Ya entrados en eróticas veneraciones, ponemos una pizca de sal que, como dijo Pitágoras, “surge de las fuentes más puras, el sol y el mar” (Diógenes Laercio, VIII, 35) y porque la sal es un afrodisíaco conectado precisamente con Afrodita, Diosa del Deseo, que es “salada y picante” pero tiene encanto y provocación. Seguramente la prohibición de sal que los galenos imponen es también porque el deseo congela el impulso religioso. Más que nada, el deseo es retomar un camino de liberación muy lejos de los dioses. Prohibir la sal es comprensible: los egipcios, según Plutarco, “lo convierten en un punto de religión de abstenerse completamente de sal”. Por si fuera poco, es la única roca que los humanos se comen.

Cuando el arroz esté a punto del último hervor, incorporar una medida de pasas (si son de Corinto, mejor), un pimiento rojo (ἐρυθρός) que recuerda la sangre del sacrificio a los dioses y el resto de las aceitunas rebanadas. Moverlo de vez en cuando para que se cocine bien. Va bien con un trozo de carne de cordero con menta, un buen filete o, para acabar pronto, con gemistisupia que en cristiano son calamares rellenos de queso feta con salsa de tomate. Sólo entonces puedo invocar el gran significado de la boda de Cadmo y Harmonía: La liviandad del amor constituye por sí misma una entidad compleja regida por dos principios: la complementariedad y la sustitubilidad. Tal vez porque el amor no es sólo un modo de estar en el mundo, sino una profunda resonancia que convierte y subvierte sin más finalidad que estremecer y diluir la noción de lo absoluto en el mar de lo contingente: “es el fuego que fluye/  sin cesar hacia el este. Bajo su fiel/ solar/ te pienso” (dice Coral Bracho): “Detrás de la cortina hay un mundo de calma,/ detrás del verde espeso/ el remanso,/ la profunda quietud./ Es un reino intocado, su silencio/ Desde el espectro líquido/ de otro mundo/ desde otra realidad de sonidos dispersos; desde otro tiempo/ enmarañable, me llaman”.

3: ¿Sabes, amigo Daniel?. Hoy, mi mundo se movió un poco.

 




Miguel Manríquez Durán. Poeta.


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