La Perinola: Hambre y piojos
Por Álex Ramírez-Arballo
El presidente de México es un hombre encerrado en sí mismo. Su vida entera ha sido una cárcel, aunque muy probablemente no se dé cuenta de ello. Vive para sí y desde sí, apretujado en la verdad que encarna, a la que no puede renunciar sin sentir que se traiciona a sí mismo; López Obrador pertenece a la estirpe de los simples: evade las paradojas propias del pensamiento complejo y se refugia en las certezas tramposas de quien ha confundido con candidez la realidad con el prejuicio. Él mismo se jacta de tales circunstancias; no hace mucho tiempo su esposa le dedicó una canción obscena del cantante cubano Silvio Rodríguez llamada “El necio” y que no es otra cosa, como su nombre lo anuncia, que una apología de la testarudez tan propia de los niños y los viejos. Todo un absoluto disparate.
La obcecación no sería un problema social si no encarnara en un hombre que ha sido designado presidente y que habiendo llegado a tal puesto persiste, como no podría ser de otra manera, en tratar de imponer sus dogmas personales a la vida pública. ¿No es acaso esto mismo lo que ha alimentado las hogueras dictatoriales desde siempre? El autócrata está plenamente convencido de tener todas las soluciones, por eso no vacilará en emplear la fuerza si el pueblo, que ya sabemos es un colectivo infantil y desprovisto, se opone a sus determinaciones. “Es por tu bien”, pensará seguramente al transformar en políticas públicas tales o cuales chifladuras, así como la madre que sujeta por el cuello al hijo rebelde antes de aplicarle un “correctivo” físico.
Estoy hablando del dogma. Estoy hablando de la verdad como ilusión psicótica que alienta los fanatismos de todo signo; pensamos en las religiones, por ejemplo, que en sus expresiones más básicas no son otra cosa que un conglomerado de personas afiliadas a una certeza injustificable por la que no pocos estarían dispuestos a entregar su vida. Los mismo, pues, pasa en el escenario de la política cuando esta es hija del veneno ideológico y no de las razones objetivas y los principios liberales básicos, como la tolerancia, la democracia, las leyes y el progreso material a través del esfuerzo personal. El movimiento que aupó al presidente de México al poder ha sido animado desde sus orígenes por estas convicciones fantasiosas que ahora mismo están erosionando muy rápidamente los incipientes logros de la democracia mexicana de la transición. Bajo el imperio del dogma no hay razón alguna que valga. No hay un suelo común que sirva de encuentro a personas con pensamientos diferentes, incluso radicalmente diferentes, lo que ha sido siempre el ideal democrático por excelencia; lo que el dogmático define desde el púlpito del poder es una realidad escindida en dos mitades irreconciliables: la de ellos, los enemigos de la luz, y la de nosotros, los llamados por la historia para implantar, a machamartillo si es necesario, el Reino de los Cielos.
El gobierno ha dejado de ser un instrumento de la administración pública y se ha convertido en el vehículo de algo superior a todo razonamiento: la misión. Es una palabra odiosa -como enfatizaba el poeta mexicano Octavio Paz– porque su origen supone un carácter cristiano de catequesis y subyugación. Esto es exactamente lo que ahora vemos, la renuncia de la política y la irrupción colonizadora de un discurso simplón de tufos evangélicos que busca convencer a los demás acerca de las bondades de la pobreza. Tal como lo digo y tan absurdo como es: la felicidad, se dice desde los altavoces oficiales, es vivir en lodazales, sin aspiraciones “superfluas”, castrados de toda voluntad, separados ya para siempre de nuestras legítimas ilusiones, rodeados de hambre y piojos.
Se trata de una versión delirante y secularizada del cristianismo. La pobreza como destino y el dinero como semilla de la corrupción. Esto es tan antiguo como el occidente y ya en sus mismas raíces los esenios (y todos sus ulteriores avatares esencialistas) se han encargado de refutar nuestras ambiciones materiales, fustigando los deseos y apetitos para tratar de convencernos de que la materia es maligna y el “alma” nuestra “esencia” más verdadera. Tonterías peligrosas cuando trascienden el conciliábulo gnóstico y emponzoñan, tal como ha sucedido en México, el debate público. A mí me horroriza ver cómo estos disparates ocupan el escenario informativo sin que provoquen indignación masiva; las homilías de cada mañana son absolutamente descacharrantes, un aglutinado de lugares comunes, llanezas y chistes malos que a mí me avergüenzan y encolerizan a partes iguales. ¿Por qué nadie lo interpela? ¿Por qué nadie señala la perversión de sus despropósitos megalomaníacos? ¿Por qué nadie…?
Con la inmensa crisis que se nos viene encima la realidad habrá de imponerse trágicamente: las palizas siempre alcanzaron a Don Quijote. Una administración autofágica que ha desmantelado las instituciones y que ha abandonado la historia para tratar de construir un tiempo sin tiempo será aplastada por la contingencia sanitaria y económica. El canibalismo gubernamental no será suficiente para contener el derrumbe, por lo que la producción de babas pararreligiosas se quintuplicará con tal de convencernos de que nada importa porque desde hoy en adelante hemos de desdeñar las ambiciones materialistas para poder construir nuestro paraíso nacional. ¡Pobrecitos los que creen en el trabajo, el esfuerzo personal y el progreso familiar y comunitario, no saben de lo que se pierden!
Lamentablemente todo esto acarrea muerte. El número de fallecidos por la pandemia se multiplica exponencialmente, mientras la plaga atroz del hambre se esparce en un país postrado por el peso infame de sus propias equivocaciones. Al daño mayúsculo de la enfermedad se suma el daño autoinfringido: en todo esto, no debemos olvidarlo nunca, hay culpables. Las secuelas de esta “tormenta perfecta” seguirán aquí mucho después de que yo esté muerto, lo sé bien, y no puedo decir que no me entristece, aunque procuro no renunciar por entero a la esperanza. En unos cuantos años hemos retrocedido décadas en este viaje maravilloso que es la historia. Mientras el profeta de palacio clama a los cuatros vientos su desequilibrio, el futuro de millones de criaturas sin culpa se disuelve en el aire enfermo de un país obsesionado con los amos, la fatalidad y la derrota.
Álex Ramírez-Arballo. Doctor en literaturas hispánicas. Profesor de lengua y literatura en la Penn State University. Escritor, mentor y conferenciante. Amante del documental y de todas las formas de la no ficción. Blogger, vlogger y podcaster. www.alexramirezblog.com