Urantia: LAMIAS
Soñar es la actividad estética más antigua.
Jorge Luis Borges
Miguel Manríquez Durán
1: El verano casi terminaba en casa de mi abuela paterna. Esa tarde, tener once años parecía una edad perfecta para encontrar un gran disco de acetato con una portada deslumbrante: una mujer núbil me observaba sin importar la caligrafía de su nombre en letras rojas: Manon Lescaut. Más abajo, el autor de la ópera: Puccini. La música invadió el alma y nunca más pude olvidar ese momento. Aún no sé si fue por los ojos de la soprano o por los inolvidables tonos wagnerianos de las arias. Años después supe que estaba inspirada por la ya muy representada novela del abate Prévost: Historia del Caballero des Grieux y de Manon Lescaut (1731). Es venero de casi una decena de óperas, versiones en ballet y películas.
El éxito de Manon Lescaut radica en su drama y representación: la mujer fatal como uno de los mitos modernos. La mujer sensual que lleva a la desgracia de los que la rodean y a si misma. Entre la ingenuidad, la moral permisiva, la ternura y el engaño tiene una inevitable atracción y encanto. Es una mujer poderosa que ya anuncia la feminidad del siglo XIX: el capricho y el pecado, la seducción y la belleza, la maldad y el instinto, inteligencia y audacia serán el prototipo de las heroínas posteriores como Ema Bovary, Ana Karenina, entre otras que despertaron mis pasiones como las de miles de lectores. Manon pertenece a una “clase medía” y entre sus familiares se cuentan verdaderos truhanes. Tienen solo 17 años y su amor es caprichoso y aprehensivo.
El libro tan escandaloso como maravilloso fue censurado y prohibido en una época dónde la pasión es debilidad. Sus páginas plenas de virtud y deseo, pasiones y templanzas de un romance ya clásico. Mi último encuentro con ella fue gracias a edición de Siruela editorial. Muy pascaliano sólo me digo que dormí con Manon Lescaut y no fue un sueño.
2: El sueño fue nítido por su realismo. Lee Israel me insultaba. Después de su malograda biografía sobre Estée Lauder, se pasó los días falsificando cartas de escritores que vendía para mantenerse. Su personalidad esquizoide es proporcional a su talento como epistelógrafa. Su mejor escritura radica en casi intensas cartas atribuidas a otros. Es un oficio tan decadente como atractivo. Me insultaba vehemente porque mis cartas son aburridas, pedantes y, sobre todo, cursis. Por eso no podré jamás ser un epistelógrafo decente y mucho menos escribir ingeniosas cartas falsas. Ni pensar en twitter debo. Después se amigó y creo que hasta me animaba a escribir cartas dónde apareciera mi mejor prosa. Desde su muerte en 2015, se convirtió en personaje de culto. Su texto es áspero pero original. Como sea, desperté repitiendo el título de su libro publicado en 2008: “¿Podrás perdonarme?”, frase robada a Dorothy Parker. Después de todo, “hay muchas pesadillas para aquellos que no duermen sabiamente”, sentencia el irlandés Bram Stoker, autor de Drácula. Algo debe saber de malos sueños.
3: Desde hace años, recurrente, sueño a Blimunda, seráfica personaje de Saramago, El Grande. Blimunda de Jesús, Siete Lunas, hija de Sebastiana María de Jesús, deportada a Angola por el Santo Oficio debido a que tenía visiones y revelaciones por lo que fue acusada de “desafío a Dios, blasfema, herética, temeraria y amordazada para que no se me oigan todas las temeridades”. Blimunda es una mujer de diecinueve años, blanca y ojos azules que “no tiene pecados que confesar” y llamada Siete Lunas porque “ve a oscuras” es la mujer de Baltasar Mateus, Siete Soles. Esta mujer con poderes para “ver por dentro a las personas” será capaz de atrapar las voluntades y los sueños porque es “una mujer que es visionaria de la peor manera, porque ve lo que existe”.
En su búsqueda de voluntades sabrá que “los hombres son ángeles nacidos sin alas, y eso es lo más bonito, nacer sin alas y hacerlas crecer, lo mismo hicimos con el cerebro, y si con él lo hicimos, con ellas lo haremos” y que “la mujer es una sola en el mundo, sólo múltiple en la apariencia, por eso no son necesarios otros nombres”. Blimunda está provista no sólo de una lucidez divina y terrestre sino que es dueña de un “olor a mujer que hace subir lágrimas a los ojos […] y basta esto para que el mundo resulte soportable”. En este sentido, Blimunda es el símbolo de todas las mujeres: clarividente y lúcida, sensual y dulce, angelical y herética que por “donde pasaba, quedaba un fermento de desasosiego”porque “si nosotras somos, mujeres, realmente, el cordero que quitará el pecado del mundo, el día en que esto se entienda va a ser preciso empezarlo de nuevo”. Lo mejor de todo: Blimunda existe en mi mundo, es romana pero con otro nombre.
Miguel Manríquez Durán. Poeta.
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