Urantia: Saudade
Estoy solo y no hay nadie en el espejo.
Jorge Luis Borges
Miguel Manríquez Durán
1: Un rasgo fundamental de la cultura galaico portuguesa es la saudade. En “Para la filosofía de la Saudade”, Ramón Piñeiro me mostró un hoja de ruta. Desde hace años, la Saudade es mi modo de ser mundo. En la aparente simplicidad del concepto está su complejidad. No sólo es una palabra bella, cadenciosa e intraducible sino que es una actitud. No es la soledad por la patria perdida, la añoranza de la amada ausente ni la morriña, melancolía o depresión del ánimo. Piñeiro llega más lejos: inviste a este sentimiento de magnitud y nobleza hasta ahora insospechadas. La metafísica de la saudade no es nostalgia y melancolía sino también una raíz poética-filosófica y expresión cultural. El poeta Texeira de Pascoaes que es artesano, junto con Coimbra, del renacimiento portugués de 1910 expresó que “La existencia crea la ilusión del tiempo. Lo que pasó y lo que está por venir es el asunto, el cuerpo del anhelo. Lo eterno está hecho de cosas transitorias”. Saudade como lo eterno y lo transitorio. Ya lo dice Fernando Pessoa: “La caída de la hoja es materialmente el surgimiento del alma”. Me quedo con la expresión del escritor portugués Manuel de Melo que la definió en 1660 como «bem que se padece e mal de que se gosta»: bien que se padece y mal que se disfruta.
2: Para el siglo XX, la tradición literaria portuguesa abreva de tendencias tanto filosóficas como estéticas que son determinantes para la vida occidental. En este orden de ideas, la implicación subjetiva y la visión social serán componentes ya del discurso de los modernistas como Fernando Pessoa, ya del discurso de la memoria como Antonio Lobo Antunes, ya del discurso predominantemente cotidiano de Raul Brandão. La narrativa portuguesa tiene entonces como elementos definitorios el neorrealismo, la intencionalidad social crítica y la introspección sicológica que dan por resultado una literatura que privilegia la indagación del sentido a través de la articulación del hombre con las ideas mediante una novelística tradicional mezclada con otros géneros. Un rasgo distintivo de esta literatura es, sin duda alguna, el “saudaismo”, inspirado en Soledad (1892) de Antonio Nobre, en Texeira de Pascoais y en las ideas filosóficas de Leonardo Coimbra. Bajo la tradición literaria de Fernão Alvares, Gil Vicente, Luis de Camões y Fernando Pessoa, surge la “generación de los cincuenta”: Agustina Bessa-Luis, Virgilio Ferreira, Jorge de Sena, Augusto Abelaira, José Cardoso Pires, Heberto Helder, Urbano Tavares Rodríguez y José Saramago, entre otros que comparten no sólo la tradición literaria sino la circunstancia histórica del Portugal contemporáneo y, por supuesto, la saudade.
3: “Ensaudadémonos”, dijo ALE, la romana. En su deseo de juntar voluntades, ella tiene el poder de “ver lo que existe”. Con estos tiempos, la saudade no es tristeza sino aceptación de que el mundo cambia y así se vive el presente. Se aprecia la vida pero se sabe también que tiene un final y ello hace que se valore cada instante: “un respiro, una vida”. Cosas de resilente. Aunque en esta nostalgia por el futuro quizá radica el absurdo. Lo dice mejor Cioran: “Sólo abrazando el absurdo, amando la inutilidad absoluta, es decir, algo que no puede adquirir consistencia, pero que, mediante la ficción, puede estimular una ilusión de vida. […] A quien en la vida lo ha perdido todo, sólo le queda la pasión del absurdo”. No hay salida de esta realidad y parece que, después de todo, el camino está trazado por la romana: “Ensaudadémonos”, pues: “Saudade… Oiga, vecino, sabe el significado/ de esta palabra blanca que como un pez se evade?/ No… Y me tiembla en la boca su temblor delicado./ Saudade…” (Pablo Neruda, 1923).
Miguel Manríquez Durán. Poeta.
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