Basura celeste: Para recordar que el pasado es inestable
Por Ricardo Solís
El libro Santiago Vidaurri. Caudillo del noreste mexicano (Tusquets Editores, 2012), del historiador neoleonés Artemio Benavides Hinojosa, constituye una opción para “reconsiderar” el olvido histórico al que nuestra tradición –memoriosa pero demasiado oficialista– somete a personajes que, en su momento, resultaron claves dentro de periodos trascendentes para el desarrollo del país; así, desde una perspectiva que hace a un lado los prejuicios tradicionales, en este volumen se revisa la trayectoria vital de uno de ellos que resulta, a la luz de estos días, “casi un mito”.
En este sentido, como “personaje fundamental” para el noreste mexicano durante el fin de la era Santa Anna y la era del fallido imperio, Santiago Vidaurri encarna en la historiografía nacional a un caudillo, sí, pero un poco dejado de lado de manera injusta si se toman en cuenta los hechos que terminan por conformar su legado y aquellos eventos (de armas o no) en los que tomó parte.
Conocido como el “caudillo de Lampazos”, Vidaurri se crió una zona que, en aquella época, bien podía considerarse un sitio que ponía a prueba cualquier tipo de carácter. En medio de una muy inestable situación política, el territorio que comprende los actuales estados de Nuevo León y Coahuila representaba para sus habitantes difíciles condiciones de vida, entre las que pueden destacarse el clima o las constantes invasiones por parte de los indios lipanes, a lo que se suma la poquísima intervención del gobierno federal en estas comunidades.
La particularidad en este político y hombre de armas fue no sólo su aprovechamiento de las condiciones nacionales para el afianzamiento de su poder regional sino la facultad para involucrarse en las situaciones que marcaron ese periodo convulso del siglo XIX en México; en estos términos, se destacan su adhesión al Plan de Ayutla, la anexión que hizo posible de Coahuila con Nuevo León (que se mantuvo por 8 años) y su etapa final como consejero de Estado y ministro de Hacienda para Maximiliano.
Con todo, son los comentarios concluyentes de Benavides los que despiertan nutricias curiosidades; especialmente cuando dice: “una nación empieza por recordar, para poder olvidar después. Y entre nosotros el futuro tiene los escenarios que se deseen, pero lo que en verdad cambia es el pasado. Y una nación a la que se le niega el pasado –ya porque se echa al olvido, ya porque se le distorsiona intencionadamente– es incapaz de responder adecuadamente a su presente y a su futuro. Pero las concepciones del pasado están lejos de permanecer estables, ya que son siempre revisadas por las urgencias que plantea el presente y, de tal manera, se reinventa el pasado. Es en este sentido que, como se ha dicho, toda historia es contemporánea: la historia es, en verdad, un argumento sin fin”.
De esta forma, el historiador deja en claro que Santiago Vidaurri no representa un caso aislado y, por ello, el libro adquiere importancia al poner de relieve cómo una figura histórica puede ofrecer, gracias al estudio detallado de su vida y legado, luces en torno a un proceso histórico que se ha visto “afectado” por sucesivas perspectivas ligadas al poder o –también– limitantes de visión (como interpretar “todo” como consecuencia de una lucha entre liberales y conservadores, por ejemplo). Después de todo, acota el propio Benavides, “la historia no es una secta religiosa fundamentalista; es una disciplina, un arte que no acepta ningún dogma”.
Ricardo Solís (Navojoa, Sonora, 1970). Realizó estudios de Derecho y Literaturas Hispánicas en la Universidad de Sonora. Ha colaborado en distintos medios locales y nacionales. Ganador de diferentes premios nacionales de poesía y autor de algunos poemarios. Fue reportero de la sección Cultura para La Jornada Jalisco y El Informador. Actualmente trabaja para el gobierno municipal de Zapopan.
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