Urantia: Ananké
A veces, sólo queda deleitarse con la disolución./ Y aún así sentir gratitud.
Yenys Laura Prieto
Miguel Manríquez Durán
1: Estoy cierto de que ella me encontró. Desde mis inicios como lector atendí, por decirlo de algún modo, su voz. Pronto fue compañera necesaria. Llegué a la filosofía por mi ignorancia y, por supuesto, por el precio de oferta. Después de todo, un adolescente de doce años con los diálogos de Platón en su mochila era inusual en un puerto tan legendario como abierto al mundo. Nunca imaginé que me llevaría tan lejos ni tan profundo. Con la ingenuidad de la juventud, caí en masiva y común trampa: aquellos que entienden todo están mal informados. Aprendí algunas lecciones básicas, luego vino la poesía que también me encontró. La connivencia entre ambas llegó como una lenta brisa dulce y silenciosa que fluye hacia adentro que aún no se detiene. Sólo faltaría un elemento: el profundo deseo de enseñar a otros. Bien lo dice Borges: “Lo que hace un profesor es buscar amigos para los estudiantes. El hecho de que sean contemporáneos, de que hayan muerto hace siglos, de que pertenezcan a tal cual región, eso es lo de menos. Lo importante es revelar belleza y sólo se puede revelar belleza que uno ha sentido”.
En este asunto de la belleza, la escuela de Kioto me auxilió: wabi-sabi (La belleza de la imperfección): es metafísica y es estética. Este concepto es un modo de aceptación del ciclo de la vida. Los tiempos pasan y la vida lleva a la muerte. Los cambios son naturales. Reconocer la transitoriedad de nuestras vida. Ambos conceptos, wabi y sabi, sugieren sentimientos de desconsuelo y soledad. Pero bien sabemos que para comprender no alcanzan las palabras o lenguaje alguno y por eso es un estado no verbal sino de contemplación. Por ello la necesidad de la filosofía. Esta visión del mundo tiene un punto de llegada: la impermanencia: nada dura, nada está completado y nada es perfecto.
2: En la necesidad de decir radica el habitar poético donde todo confluye. Y por ello el permanente estado de vigilia que el dicente inicia como una aventura de la conciencia donde la poesía nace del “olvidado asombro de estar vivos” (Paz, dixit). Lo mejor que se puede hacer es contar como se recuerda abandonando toda idea de perfección. Ya lo dije antes: “habitar el mundo como un espectador que “es un príncipe que se refugia en el anonimato” (Baudelaire, Dixit). Dicho de otra manera: aprender recordando para ser espectador activo”. Como toda odisea espiritual, para estar atentos al mundo, el estado de vigilia tiene sus condiciones: abrirse a la metaforización, cultivar la dimensión simbólica, ser un extranjero en el lenguaje, la contemplación sacralizante y ritual, vivir la propia vida como un arte. El arte de vivir poéticamente es lo más cercano a la realidad de la existencia: mitad terrestres y mitad celestes con condición imperfecta, impermanente y, sobre todo, simbólica. Filosofía y poesía nacen del asombro, del miedo y la circunstancia de estar vivos. Lo olvidamos con frecuencia.
Ya Homero lo dice: “No es sagrado, incluso para los dioses, el hombre errante que viene cansado?” como Odiseo en su llegada a Ítaca (circa 16 de abril de 1778 a. C.). Su envejecido padre, Laertes, le reconoce por la cicatriz (siempre la cicatriz). Luego, para distinguirse de los 108 pretendientes de Penélope fue sometido por ella a una última prueba: la memoria. El poeta es un Odiseo que de naufragio en naufragio es sometido a una prueba más: recordar. Sólo tiene un arma para enfrentar tal circunstancia: la mētis (astucia) y ser ayudado por los dioses. Luego de ser reconocido por Penélope, recupera su reino. Esto es otra lección: somos inmanencia, memoria y cicatriz. Por eso Homero nos recuerda que “de todas las criaturas que respiran y se mueven sobre la tierra, no hay nada que sea más agonizante que el hombre”.
3: La necesidad metafísica es padecimiento crónico y endémico en las habitaciones de mi alma. La necesidad (Ananké) es madre de las Moiras (destino) y están atentas a que no desviemos el camino que los dioses trazan para cada uno de nosotros: la inevitabilidad. Con los romanos esta diosa es llamada Necessitas (Necesidad) y es fiel compañera de Cronos desde el principio de todos los tiempos: “Ananké y Crono permanecieron eternamente entrelazados como las fuerzas del destino y el tiempo que rodean el universo, guiando la rotación de los cielos y el interminable paso del tiempo. Ambos estaban muy lejos del alcance de los dioses más jóvenes, cuyos destinos se decía que controlaban”.
La necesidad filosófica también me define. Si el poeta es un Odiseo, la filosofía es la sacerdotisa de Apolo, Casandra (“la que enreda a los hombres”), cuando, visionaria y profética, pretende incendiar el caballo dejado por los griegos para salvar Troya. El regalo de la filosofía es un caballo que asalta al Yo individual y por ello está sujeto a la sospecha. Su arma es poderosa e invencible: “¿Qué es…?”. La pregunta filosófica es subversiva en si misma. Si Homero es el pensar poético, Jenófanes es su opuesto porque intenta descubrir el orden general del universo: “Entre los Dioses/ hay un Dios máximo;/ y es máximo también entre los hombres./ No es por su traza ni su pensamiento/ a los mortales semejante./ Todo Él ve; todo Él piensa; todo Él oye./Con su mente, del pensamiento sin trabajo alguno,/ todas las cosas mueve”.
Preguntar es más difícil que contestar porque es un abrir las interrogaciones al mundo como una caja de Pandora: para comprender la realidad humana es preciso integrar desde la realidad biológica de la existencia hasta la realidad del mito poético. En estas dos necesidades aprendo cada día y permanentemente, a morir de vida y vivir de muerte. Después de todo, “nuestra locura inventó la razón”.
Miguel Manríquez Durán. Poeta.
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Tan lejos y tan profundo para vivir alimentando el espíritu