domingo, noviembre 24, 2024
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Urantia: Arúspice

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Cuando estamos solos mucho tiempo, poblamos el vacío de fantasmas.
Guy de Maupassant

 

Miguel Manríquez Durán
Miguel Manríquez1: Su voz tranquila pero firme: “limpia el patio”, dijo mi padre que, como el mar, era bueno y terrible. Mi respuesta fue indolente y absoluta: “cuando termine de leer”. Entonces, ya con tono entre curioso e impaciente, me reviró un “¿Para qué te sirve la filosofía?”. A mis 16 años, la mejor respuesta fue tomar el rastrillo sin protesta alguna. La pregunta envenenada me sigue desde hace años con voces y diferentes rostros. Ya lo dije: la pregunta filosófica siempre es subversiva porque, como bien se sabe, “el sueño de la razón produce monstruos” (Goya, dixit). Más allá de su función crítica y legitimadora que comporta la filosofía desde la antigüedad, la verdad es que hay que ser ingenuo o valiente (para el caso es lo mismo) para reconocer que no vemos claro el mundo.

Transitar del ignorar al saber y otra vez ignorar es un viaje pleno de naufragios y descubrimientos. Las epidemias modernas como la obsesión por el sentido y el afán de certezas, la pérdida de memoria y el culto a la ignorancia, colapsan ahora el yo contemporáneo. No ver claro, ignorar y contemplar son ahora modos de estar en el mundo. Desde los tiempos más antiguos, para nombrar la presencia de un dios extranjero en la comunidad se utilizó una palabra: epidemia. Esto era, pues, un asunto entre dioses y hombres por lo que las artes de rapsodas y magos eran tan necesarios como guerreros y demos. Más allá de pitonisas y profecías, la sutil frontera entre magia, superstición o religión y ciencia era especialmente fina. Los antiguos magos eran considerados símbolos de sabiduría, guardianes de secretos y maestros de las artes, las matemáticas y las ciencias, en particular la química.

Desde sus orígenes etruscos, el arúspice grecolatino cultivaba sus cuatro poderes como normas de iniciación. Estas potencias con nombres latinos son: “saber” (noscere), “atreverse” (audere), “querer”(velle), “permanecer callado” (tacere): “Saber los conocimientos para practicar los ritos mágicos, atreverse a ponerlos en práctica, querer la manifestación y permanecer callado respecto a lo que se hace”. Esta última parte es muy importante ya que el silencio es fundamental. Hay quien afirma que los cuatro poderes y los cuatro elementos se corresponden: Noscere (saber) correspondía al Aire; audere (osar, atreverse), al Agua; velle (querer), al Fuego, y tacere (callarse), a la Tierra. Existía un quinto poder, iré (ir, evolucionar, progresar, andar) que correspondía al Espíritu. Y nadie estaba libre de los katares (maldiciones).

Separador - La Chicharra

2: En el mundo latino, la aruspicina buscaba presagios para adivinar el futuro leyendo las entrañas de animales. Hoy el futuro no está en su lugar y pensábamos tener todas las respuestas. Como un arúspice moderno, el filósofo con su racionalidad a cuestas cambia las preguntas. Es la necesidad de poner en contacto lo que sabemos con lo que sentimos, lo que pensamos con lo que hacemos y, sobre todo, desconfiar de las explicaciones totales. Se trata de arriesgarnos a ver lo que de verdad queremos ver y reconocer lo que oímos con lo que vemos. La aruspicina en la filosofía enseña que, para descubrir, hay que olvidar lo que creemos saber.

Cuando despierto con la sensación de navegar en aguas muertas me lleva, siempre, a entender que “el único destino es seguir navegando/ en paz y en calma hacia el siguiente/ naufragio”, dice José Emilio Pacheco. Aquí la fórmula aristotélica de que “el ser se dice de muchas maneras” toma sentido porque el pensamiento meditativo o filosófico es el único capaz de dar vida a lo distinto. Ya el viejo cómplice Heidegger me muestra el camino y comprendo que filosofar es el “oficio extraordinario de preguntar por lo extraordinario”. El arúspice (filósofo) es un “hombre que constantemente vive, ve, oye, sospecha, espera y sueña… cosas extraordinarias”, dice también mi Nietzche.

Otro arúspice refiere que el verbo irregular alemán de sinnen (darle vueltas a algo) originalmente viene de viajar, es decir, ir de un lugar a otro: la intencionalidad de mirar hacia otra parte es pensar distinto para “abandonar el infierno de lo igual”: Byul- Chul Han. Mirar de un lugar hacia otro es una manera de responder al futuro sin olvidar las opciones que la metanoia ofrece: la posibilidad de ir por caminos que no hemos tomado. El arte de la aruspicina permite saber atender sin precipitarse a entender el mundo porque siempre la realidad es más compleja que todo lo que sabemos de ella. Es asunto de arúspices abandonar el vértigo del sentido para comprender en vez de reaccionar y tener una posición más que una intención.

Separador - La Chicharra

3: El tiempo también es asunto de arúspices. Se dice que la Sibila de Cumas vivió nueve vidas humanas de 110 años cada una. En una de esas vidas acompañó al príncipe troyano Eneas por los oscuros laberintos del Hades para que el joven pudiera visitar a su padre, Anquises. Aquí nace la noción de que las Sibilas tienen el poder de guiar a los hombres. Tengo la intuición de que ALE, la romana, es una sibila muy radiante y lúcida: “ahora puedes viajar en el tiempo”, me dijo sin prisa para guiarme por el mundo. La entendí perfectamente: este poder resulta muy útil cuando cantar y pensar es poetizar el mundo en donde “el tiempo deberá ser sacado a luz y deberá ser concebido genuinamente como el horizonte de toda comprensión del ser y de todo modo de interpretarlo” (otra vez Heidegger).

Y como “en las cosas profundas e importantes estamos terriblemente solos” vivimos en tres diferentes tiempos: el Cronos, el Aión y el Kairós que bien resuelve Heráclito, el oscuro: “todo cambia nada es”. El arúspice sabe que el tiempo nos ayuda a ser lo que somos y lo que no somos porque tenemos el privilegio de contemplar el mundo para ver lo que permanece: “todo lo grande está en medio de la tempestad”.




Miguel Manríquez Durán. Poeta.


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