jueves, noviembre 21, 2024
ColaboraciónColumnaCulturaLiteraturaOpiniónUrantia

Urantia: Akedia

Facebooktwitterredditpinterestlinkedinmail

“Sin el amor no se puede nada. Ni siquiera morir se puede sin el amor”.
Vladimir Holan

 

Para ALE: siempre nómada y lectora.

Miguel Manríquez Durán
Miguel Manríquez1: Tengo la idea, quizá temor o percepción que, desde hace tiempo soy dueño de un temperamento catafórico. Como bien se sabe la catáfora es una figura lingüística que se refiere al texto donde en su contenido ya anticipa lo que se dirá enseguida. Ante el vértigo del sentido y una realidad compleja, lo catafórico es actitud: todo está anticipando algo. Buscar comprender más que reaccionar y saber atender sin precipitarse a entender son los únicos modos de responder a lo que tenemos por delante: el confinamiento y la incertidumbre. Sabemos que algo pasa y buscamos generalizar experiencias y particularizar ideas. Desde el encierro se aprende a formar un temperamento (actitud) visto desde una contemplación (teoría) del mundo: “olvida a tu vecino y escúchate a tí mismo, también te lo agradecerá tu vecino”, dice la vieja fórmula estoica.

Nada exige más esfuerzo que estar en contacto con los hombres y con las cosas pero sucede que estamos confinados. Desde mi infancia, la lectura fue modo no sólo de estar sino de ser mundo. No hace mucho, el poeta Alex Ramírez lo dijo mejor: “la lectura es un pacto con la vida”. En la lectura somos paseantes (flaneurs) solitarios donde las cosas suceden sin imposiciones, sin generalizaciones y sin prejuicios, pero sobre todo sin saberes. A fin de cuentas, sólo se trata de pertenecer a la “hermandad del sentido común”, dice Raffaele La Capria en “La mosca nella bottiglia. Elogio del senso comune” (Rizzoli, 2002). Con la lectura se aprenden muy rápidamente cuatro principios fundamentales: autonomía para con uno mismo, no maleficiencia, justeza ante situaciones desiguales y beneficencia entendida como la necesidad de actuar en favor de otros: enseñar.

Esta hermandad de lectores comparte dos ideas: no a las grandes verdades reveladas a muy pocos y sí a las múltiples, pequeñas y obvias verdades que tienen lugar a la vista de todos y que se pretenden negar. La lectura atenta y maliciosa nos deja un sentido común que, como ángel de la guarda, nos advierte de espejismos y coacciones exteriores. Sólo así, desde el encierro y la soledad, distinguimos entre palabrería y sabiduría.

Separador - La Chicharra

2: Amigo y discípulo de Alberto Moravia, Raffaele La Capria nos despeja el camino en este ensayo escrito en forma de pequeñas reflexiones, aforismos y apólogos sobre el sentido común como respuesta a la era de conceptualizaciones y abstracciones que la racionalidad impone sobre el mundo: “Lo difícil no es tanto escribir sobre la vida: todo el mundo escribe sobre la vida, y la vida se compone de cosas que pasan, de sentimientos que uno siente, de personas que se conocen, se quieren, se abandonan, se rechazan. Me gustaría escribir sobre la existencia” que es “la conciencia de estar ahí” (Rousseau): el confinamiento y la soledad pandémica. Es el momento de establecer un ingenio de continuidad y memoria: la escritura y la lectura. Buscar continuidad es “crear una memoria de yo mismo” y entonces leemos para salvarnos de la discontinuidad de la existencia: “sé haciendo”: aquí tengo que hacer, y mientras lo hago descubro por qué lo hago. Siempre nos cuestionamos a nosotros mismos y a lo que estamos haciendo. Lo importante es cómo se hace (Gian Battista Vico, dixit).

La lectura es el único modo que conozco para salvarme de la akedia que la cristiandad reconoce como el “mal oscuro” del alma: acedia (pereza). También la tradición católica la reconoce como el “demonio del mediodía”. No hace mucho, Fernando Escalante en “Anacoretas” (Nexos, septiembre, 2020) aborda tal asunto desde sus cimientos cristianos y lo plantea en términos del momento actual: “dice Evagrio que a quienes padecen acedia todo lo que tienen cerca les parece odioso, todo lo que no tienen se les antoja deseable: es ira hacia lo que hay, tristeza por lo que no se tiene. En el fondo, lo que se detesta son los límites, los límites físicos que son recordatorio de todos los límites”. El largo confinamiento ya es un límite físico, la rutina solitaria y la incertidumbre nos quieren ahogar la voluntad y la esperanza. La cristiandad la llama de distintos modos: pereza, desánimo, languidez, tedio, ansiedad, el “demonio del mediodía” que en estos tiempos muertos y de mortandad nos agobian.

Esta ansiedad del corazón, esta inquietud interior conduce no sólo a la ira sino también al deseo de huir, sea a la hiperactividad o al deseo de vagabundear. El lector siempre desea vagabundear con otros para no enfermarse de acedia. Por ello los libros son antídoto y los lectores hermandad que, de algún modo, se reconoce entre si: “Cuando oigo que un hombre tiene el hábito de la lectura, estoy predispuesto a pensar bien de él”, dice Nicolás de Avellaneda. Ante la incertidumbre, ocultamos el vacío interior y todo lo exageramos para culpar a lo exterior sin amabilidad y con prisas, intolerancia y amargura. Sin embargo la lectura nos redime cuando también la compartimos: “oír o leer sin reflexionar es una ocupación inútil” (Confucio).

Separador - La Chicharra

3: La akedia (ἀκηδία) en su sentido griego es un letargo o falta de atención que Homero utiliza en La Ilíada como indiferencia y descuido. Este mismo sentido le atribuye Hesíodo como “invicto y sin problemas”. Muchos años después, Walter Benjamín dirá que es indolencia del corazón. También se ocupan de ella Huxley, Chéjov, Becker y Shakespeare: “la indecisión del príncipe, en particular, no es otra cosa que la acedia saturnina” (Wiki, dice).

Leí un artículo muy reciente titulado “Acedia y vacío existencial: Evagrio Póntico y Viktor E. Frankl en diálogo” de Joaquín García-Alandete (Universidad de Navarra, 2020). Establece una relación entre la acedia y la neurosis: “Ambas describen un estado cognitivo, emocional y motivacional negativo, caracterizado por el descontento existencial, la huida de la realidad y la búsqueda de nuevas sensaciones, la tristeza, la desesperanza y, en última instancia, incluso el suicidio”. Visto así, conservo la idea de que la lectura es la salvación de tirios y troyanos, de los fideistas y paganos. A fin de cuentas, un libro es como tener un jardín en el alma porque después de todo: “Para viajar lejos, no hay mejor nave que un libro” (Emily Dickinson).




Miguel Manríquez Durán. Poeta.


SUM Comunicación
SUM Comunicación

– PUBLICIDAD –


Facebooktwitterredditpinterestlinkedinmail

Un comentario en "Urantia: Akedia"

  • Excelente Miguel! Reconozco claramente al filósofo qué hay en ti.
    De acedia también habla el papa Francisco, en la Exhortación Pastoral Evangelii Gaudium, al hablar del impuso misionero, ha vuelto a traer a colación el tema de la acedia, nos habla de la “acedia pastoral” que lleva a no comprometernos a fondo con la misión: “Algunos se resisten a probar hasta el fondo el gusto de la misión y quedan sumidos en una acedia paralizante” (Evangelii Guadium, 81). ¿En qué consiste la acedia? En términos generales se la entiende como “cansancio”, “desgano”, “desaliento” que conlleva la persona a una pérdida de sentido por lo que hace; está asociada con la tristeza. El papa nos dice que no se trata de un “cansancio feliz”, sino tenso, pesado. La “acedia pastoral”—dice el papa Francisco—puede tener diversos orígenes: la pretensión de desarrollar proyectos irrealizables, afanes de éxito motivados por la vanidad, pérdida de contacto real con el pueblo asociado a una “despersonalización de la pastoral”, no saber esperar y querer dominar el ritmo de la vida en la búsqueda de resultados inmediatos (Cf., Evangelii Gaudium, 82). Se trata de una especie de descontento o desaliento crónico que “seca el alma” y sume en la tristeza; se pierde la alegría evangelizadora.

    Respuesta

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Verified by MonsterInsights