Linderos alucinados de Carlos Sánchez
Por Ramón I. Martínez
A veinte años de que viera la luz la primera edición en ediciones La Cábula, la obra inaugural de la bibliografía de Carlos Sánchez es reeditada de nuevo (2020), ahora en Cuadernos del MamboRock (veinte años después): Linderos alucinados, breve libro que hoy como antes viene a contarnos las verdades de la raza del barrio, sus aventuras, sus crímenes, sus infortunios, sus leyendas, sus mitos, a despecho de la voz autoritaria de la nota roja.
Linderos… es la voz de los que no tienen voz, la otra historia, narrada desde la perspectiva de los nacidos para perder, de los desposeídos de todo menos de sus ganas de vivir y los callejones que son el origen que comparten con el autor, oriundo del barrio de Las Pilas, de manera que estamos no ante un frío narrador omnisciente sino ante un testigo de sangre y carne y huesos que hilvana relatos desde su infancia hasta su juventud, que son crónicas, que son testimonio de la existencia de quienes no aparecen en las emperifolladas notas de las páginas de sociales de la alta alcurnia hermosillense.
Con un lenguaje que es fiel a las raíces se nos van delineando verosímilmente personajes que pertenecen a la singular tradición hispánica de la picaresca tan ligada a los barrios y a la clase baja como la playa al mar. El lenguaje, fidelísimo reflejo de la violencia cotidiana que se ha anidado en los costados como el Cerro de la Campana en el paisaje de Hermosillo. El lenguaje del barrio, de los antepasados, de la raza que pernocta entre la loquera y los límites. Un lenguaje que es hijo de los tiempos y que con ellos ha de persistir o morir.
Estas crónicas, donde periodismo y literatura se entrelazan y celebran sus bodas, están distribuidas en tres secciones del libro: “El barrio” nueve, “La ciudad” seis, “Retratos” diez. Veinticinco crónicas donde el Pando (padre del autor) es una figura referencial de cómo se cierran los ciclos. Con la muerte que a todos nos iguala. El Pando, José Antonio Sánchez, una de las dos personas a quién está dedicado el volumen en cuestión. La otra persona es el Nito, Jesús Amado Morales Núñez, su compa.
Hace cincuenta años que busco a Dios,
sistemáticamente, en Las Pilas.
Me faltan otros barrios,
como La Hacienda o La Matanza,
pero creo que difícilmente esté en Las Pilas…
(Parafraseando a Ernesto Sábato)
Así reza el epígrafe que abre el libro. Estamos ante las situaciones-límite donde la existencia naufraga y donde la pertinencia de la idea de Dios queda en entredicho. Situaciones tales como la muerte, la enfermedad, los males inherentes a nuestra condición humana. Los personajes cobran peso, entraña, aliento, respiración y carne, son cercanos, hechos de sentimientos y la fuerza irrefrenable del azar que nos marca, aunque no para siempre ni para cualquier suerte. Linderos… viene a resultar sinónimo de límite, de frontera.
Nos dice Luis Enrique García (una de las voces de mayor prestigio en la narrativa sonorense) en la nota introductoria de esta edición, la misma nota de hace veinte años: “Linderos alucinados, de Carlos Sánchez, más que un título que permite asomarse al interior desde antes de la entrada, más que el muestro de un lenguaje que por su particular pintoresquismo y estructura parecería ser el elemento protagónico, y más que un recuento de personajes y situaciones dignos de una picaresca postmoderna, el libro se deja leer como el saldo de un estrato y un status que, aun cuando recortado por la dimensión del libro y el género mismo, resulta válido si se quiere llevar a una perspectiva social de mayores vuelos y consecuencias.” De todo esto da fe el libro que nos ocupa, aunque no es un muestrario folklórico sino una carta abierta a los elementos de la más varia estirpe que pueblan las noches y los días de la gente del barrio, desde la raza y todo lo que conlleva.