Urantia: Alquimia
“Suéñame, que me hace falta”.
Alfonsina Storni
Miguel Manríquez Durán
1: Se llamaba Angelina. Desde siempre, mi abuela paterna es presencia en la memoria y el alma. Sigo sosteniendo la idea de que las mujeres de mi familia -mi tribu- humean para salvarnos del olvido. Para nadie es un secreto que provengo de dos poderosos matriarcados que me enorgullecen y celebro. Como parte de la casona de mi abuela Angelina, a unos cuantos metros, ella permitía que su familiar cercano, Salvador, ejerciera su profesión: peluquero. Muy niño todavía escapaba de tarde en tarde para platicar con mi tío Salvador y, especialmente, para leer el mundo de revistas, pasquines y folletos acumulados en un rincón. Alguna vez me reveló sus simpatías por la Orden Rosacruz. Esa orden que, desde 1393, está ligada a la hermética, el esoterismo y la alquimia. El místico alemán que, después de su exótico viaje por medio oriente, practicó ciencias ocultas y son una leyenda que refiere a que Cristhian Rosenkreuz es en realidad un seudónimo de Francis Bacon.
No resulta difícil adivinar el resto de la historia. Entre los libelos acumulados en la barbería encontré las Profecías de Nostradamus que inmediatamente devoré con ansiedad y sorpresa. Para decirlo de algún modo fue revelación y disparador de imaginación. La mesa estaba puesta: el trivium y el quadrivium, metafísica y alquimia, simbología y visiones apocalípticas, conocimiento y magia. Desde ahí, Michel de Nostradamus fue una lectura no sólo iniciática sino fantasiosa en mis juventudes: el conocimiento como magia y simbolismo, ciencia y mística, arte y ritualización: “poesía proferida”. A mi vendrían libros varios cuyo sino fue la metafísica. Sería un despropósito disertar sobre tales asuntos pero es inevitable recordar esos libros como un modo de explicarme el mundo. Ahora puedo decir que el peluquero Salvador, fiel a su nombre, fue el alquimista a quien debo esotéricas lecturas prohibidas por mis inquisidoras y amorosas abuelas: “Sólo aquello que se ha ido es lo que nos pertenece”, dice Borges quien imaginaba el paraíso como una biblioteca.
2: El problema no solo es habitar el mundo sino interpretarlo. Más allá de sus cuartetos proféticos, Nostradamus fue un hombre de ciencia. Pocos reflexionan sobre su actuar como médico y boticario durante una epidemia aterradora: la plaga. Sus libros y tratados son conocimiento polímata y apasionante. Expulsado de la facultad de medicina en Montpellier, tuvo un trabajo admirable atendiendo enfermos de la peste bubónica en el segundo brote de la pandemia que azotó Europa en 1347 y mató a un tercio de la población humana. Algunos historiadores consignan esa época como “violenta debido a que la tasa de mortalidad disminuyó la calidad de vida, incrementó la guerra, el crimen, la revuelta popular y las olas de flagelantes, así como la persecución”. Visto así no sorprende el tono apocalíptico de sus Profecías. Tampoco que autores como Chaucer, Petrarca y Bocaccio con su Decamerón escribe los relatos de vida durante la plaga que ya son referencia obligada en estos tiempos nuestros de pandemia e incertidumbre.
Durante sus andanzas atendiendo enfermos, Nostradamus intercambió información con varios doctores, alquimistas, cabalistas y místicos renacentistas en la clandestinidad. Pronto, su “píldora rosa” ofrecía solución médica para la peste. Uno de sus maestros, Scalígero, le compartió libros prohibidos y también le presentó a la primera esposa de Nostradamus, Anna de Cabrejas, catalana. Con ella compartió no sólo una pasión profunda sino también la lectura de libros prohibidos como incitación y seducción. En este asunto, todos estos años me persigue una pregunta: ¿Qué libros salvó Nostradamus en esos tiempos de pandemia e Inquisición?. Sigo teniendo más preguntas que respuestas. Bien dice Hesse: “No soy un hombre que sabe. Soy un hombre que busca.”
3: En nuestros días aciagos de contingencia y aislamiento, “el alma es la parte más cansada del cuerpo” (Paul Bowles). Y uno busca, sea por instinto o acedia, fórmulas y remedios para vivir cada día de nuestra vida. Pero “el destino no reina sin la complicidad secreta del instinto y de la voluntad”, me recuerda Giovanni Papini. Entonces -quizá por supervivencia- recupero conocimientos para alimentar esta “ciencia de las excepciones” que es la poesía.
Uno de los libros prohibidos que Nostradamus protegió y salvó de la hoguera fue “Alquimia de la Felicidad” de Abu Hamid, Muhammad ibn Muhammad Al-Ghazali (450-505 AH / 1058-1111 DC). Este teólogo, jurista y filósofo sufi escribió más de 70 libros sobre ciencia, filosofía islámica y espiritualidad. Hoy me acerco al célebre tratado del sabio árabe no como lectura ociosa sino más bien como recurso contra la acedia.
Desde la mística y la ciencia, Al-Ghazali aseguró que la felicidad interior es un reflejo de cómo y con qué alimentamos nuestros corazones. En su trabajo encontramos el esfuerzo de la conciencia: nuestra batalla interna no hace ruido y no tiene armas, pero es la guerra más importante para los tiempos oscuros. El filósofo árabe que influye a Nostradamus dice: “En este tiempo de soledad me fueron reveladas innumerables e insondables verdades; y digo esto a fin de que otros se aprovechen de ello. He tomado consciencia de que los sufís caminan por el camino de Allah, su vida es la mejor, su método el más saludable, su carácter el más puro”. El pensamiento del corazón es -supongo- un modo de enfrentar una epidemia que muestra no sólo la impotencia sino la fragilidad de nuestra individual existencia. La “Alquimia de la felicidad” exige una atenta lectura: ‘Tuve éxito en mi curación allá donde médico alguno pudo llegar; y fui dejándolo todo: mi cátedra en la Universidad, mi fortuna, mi puesto de sabio de Estado, todo… En ese tiempo – dice – me consagré a la purificación de mi alma, a la mejora de mi carácter y a concentrar mi corazón en la invocación permanente de Allah”.
En estos días de otoño, desde mi propio minarete, sólo me atrevo a escribir una ‘canzonetta” para ALE, la romana:
Hoy sólo puedo decirle desde lejos:
¿Hay algo más hermoso que una lluvia de verano?
¿Que una noche de luna llena en blanco perla,
en blanco de guirnaldas y jazmines imantados en el alma?
Pensé que abandonándome me iba a buscar:
“¿No hay nadie en este mundo que me acuda?
¿Por qué es todo tan distinto?”
Miguel Manríquez Durán. Poeta.
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Gracias por compartir Miguel! Tu artículo es muy motivante, dan ganas de leer!