sábado, diciembre 21, 2024
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La Perinola: Persona, diálogo, comunidad

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Por Álex Ramírez-Arballo
Álex Ramírez-Arballo
Mi trabajo es simple pero arduo y consiste en leer y pensar, tomar notas, proponer caminos ahí donde no los hay, probar, intentar, buscar; es decir, de lo que estoy hablando es de la forma literaria a mi juicio más hermosa de todas: el ensayo. Yo escribo ensayos. Estos encierran un ethos y una pedagogía, por supuesto, pero también una estética propia hecha de renuncias y apuestas, afirmaciones tajantes, vacilaciones y, sobre todo, deliciosos saltos al vacío. Con todo esto quiero decir que en el ensayo veo, si me permiten el anacronismo metafísico, la afirmación más acabada de la conciencia del ser. Nunca como en el epicentro del lenguaje recursivo del ensayo se ha manifestado el ser con tanta potencia formal, mostrando todos sus pliegues, sus oscuridades y sus explosiones de veracidad; algo que nos antecede sucede al pensar, se nos escapa y acaba por imponerse en el centro del escenario de nuestras propias reflexiones. No somos autoridad definitiva sino indispensable del acto de pensar y traducir lo pensado utilizando los humildes principios de la escritura.

La persona es un ser reflexivo y es alguien, esto lo explicó Heidegger como nadie, que quiere arrojarse a la corriente de la historia para cumplirse. Quiere decir que tú y yo somos esencialmente peregrinos de la vida y nos echamos hacia adelante siempre con una relativa certeza: hacemos falta en algún lugar. Esto es maravilloso porque recupera uno de los ideales del sentido, el de direccionalidad; yo extrapolo esta idea de la marcha y la vinculo por necesidad con otra acepción de la misma palabra: racionalidad como experiencia. Es decir que para ser personas hemos de salir a caminar asumiendo que el ejercicio de desplazarnos no es un mero capricho sino un esfuerzo hijo de la voluntad, lo que los latinos nos heredaron en la palabra vocación (vocatĭo, vocatiōnis): algo o alguien nos llama y ser o no ser depende de atender o no ese llamado.

Ser es entonces una asignación teleológica. Hay una consecuencia final de todas nuestras acciones: estudiamos para un examen, nos preparamos para una carrera, vamos al mercado a comprar los ingredientes de nuestra cena, etcétera. Salimos a vivir imantados por un destino que en términos lógicos llamaríamos abductivos (Peirce): el efecto y la causa se corresponden mutuamente. Supongo el porvenir para definir las acciones que van a construir en cierta medida ese futuro; sobre la marcha he de ver cómo mis apuestas se confirman o ruedan por el suelo. Esto es vivir, hacernos a la idea de que nuestras hipótesis son refutadas y validadas parcialmente. No importa, así es este juego. Llevamos además sobre nuestras espaldas una mochila llena de un bagaje indispensable, la tradición. Somos nosotros ahora mismo en el momento presente la actualización de esa corriente tradicional a la que pertenecemos y de la que no podemos desembarazarnos porque incluso los mecanismos de autodestrucción posmodernos son hijos de esa tradición que dicen detestar: el hijo mata al padre porque odia la porción de determinismo que hay en él. Hijo de Tomás y Aristóteles como soy, mis reacciones críticas de cara a nuestra historia son siempre analógicas, responsables (en el sentido de dar respuesta), proporcionadas y múltiples. Me anima una actitud vital que a riesgo de parecer cursi he de denominar esperanza. Espero siempre, con mis colegas liberales que son y han sido, que el mañana ha de ser siempre mejor.

Tenemos, pues, un suelo común. Es un alto deber intelectual recordarlo a cada rato. Tenemos una Koiné hermenéutica según Vattimo, es decir, nos hermana una vocación de interpretación que nos emancipa de los desplantes positivistas, es verdad, aunque nos condene con suavidad a los lineamientos de la prudencia; y esto que digo trasciende los cenáculos cada vez más solitarios de la academia. Estoy hablando, quiero que quede muy claro, de una necesaria afirmación epistemológica con una evidente incidencia en algo tan decisivo como es la politología y, en menor medida, en la crítica política de orden menor o divulgativo. No se puede tolerar el disparate que ha tomado por asalto nuestro siglo XXI en las voces de los demagogos populistas y los diseminadores de la enajenación conspirativa. No es posible vivir como si la realidad no existiera y solo fuera necesario realizar alguna afirmación acorde a nuestros intereses para que lo ideal se condense en la realidad concreta, material e histórica. Me sonroja un poco tener que decir estas cosas, pero en un mundo en el que millones de personas le temen a las vacunas y otras tantas afirman sin sentir la más mínima pena que la tierra es plana, claramente no es ocioso hacerlo. Sin esta lengua común y sin estas reglas básicas de interacción no será posible sostener el edificio de la racionalidad dialógica, que es un elevado deber construir entre todos los defensores de la democracia liberal. Ahí cabemos todos, la democracia social y la democracia cristiana, los partidarios de un Estado interventor y aquellos otros que aspiran a la desregulación. Más allá de los caprichos identitarios, las nostalgias nacionalistas y los gruñidos de la tribu, los hombres de bien tenemos un orden global que defender: la libertad que solo puede conseguirse en la experiencia propia de la tradición occidental. E pluribus unum

El desarrollo de una conciencia crítica fuerte, consciente y vital, así como la aceptación de reglas de acción pública común ha de llevarnos por necesidad al encuentro del otro y, por tanto, a la reflexión ética. En este sentido sigo el camino del profesor Beuchot: dialogar ha de llevarnos a la confirmación de derechos. No se trata de ver la ética como un sistema de reglas caprichosas, más bien como un sistema recursivo que va afirmando de acuerdo con las necesidades sociales que el devenir social proponga. De nuevo una de mis palabras favoritas: actualización. Ese es el deber ser de todo esfuerzo crítico. Incluso en este tiempo post-histórico anunciado por Fukuyama, actualizar un valor conseguido como decantación de todos los siglos, la democracia y la pluralidad afianzada en el basamento del orden liberal. El diálogo, pues, es fundamental y debe mostrarse a la menor provocación; no basta asumir que se habla desde un pedestal para que el otro, que no está de acuerdo, lo asuma porque sí. Esto es quimérico y altamente perjudicial. El diálogo prudencial, de orden claramente liberal, no funciona como un litigio en el que las partes intervinientes están llamadas a intentar imponerse retóricamente; de lo que se trata es de movilizar la experiencia de la realidad con base en un carácter de verosimilitud compartida y al amparo de una voluntad común de participación. Dicho mal y pronto, no se puede dialogar con quien no está dispuesto a hacerlo. Por otro lado, los enemigos de la realidad, es decir, los enemigos de la libertad deben ser combatidos con los recursos que la propia ley aprovisiona. No es necesario convencer a nadie. El liberalismo no puede encarnar en los modales de la catequesis. La actitud, el acto y el esfuerzo que se traduce en frutos concretos ha de ser siempre el mejor maestro.

Finalmente, en una nota aparte, me gustaría afirmar que una sociedad en perfecto equilibrio democrático habrá de asumir el libre comercio como el eje troncal del proyecto globalizador. Este es a mi juicio la formalización dialógica más perfecta que existe; en toda liaison comercial se implica una transacción de beneficios entre las partes involucradas. Aún más, de este pacto se deriva una satisfacción común que ennoblece e impulsa en la acumulación de capitales, el desarrollo tecnológico y, en consecuencia, la consolidación de un mejor nivel de vida para un número cada vez más grande de personas. Este es el camino que nos lleva desde la conciencia personal hasta la construcción de un futuro mejor para todos aquellos humanos que vendrán pasando por el reconocimiento de nuestra historia y nuestro presente. Esto es así, lo tengo claro.




 

Álex Ramírez-Arballo. Doctor en literaturas hispánicas. Profesor de lengua y literatura en la Penn State University. Escritor, mentor y conferenciante. Amante del documental y de todas las formas de la no ficción. Blogger, vlogger y podcaster. www.alexramirezblog.com


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Un comentario en "La Perinola: Persona, diálogo, comunidad"

  • No se puede hablar de liberalismo en estos tiempos porque no estamos en el siglo XVIII cuando nació esta corriente de pensamiento. Como tampoco se puede hablar de liberalismo mexicano en la forma que lo planteó Juárez en el siglo XIX o Jesús Reyes Heroles en el siglo XX.
    El que hoy habla o escribe a favor del liberalismo en realidad lo está haciendo a favor del neoliberalismo. Y el neoliberalismo se infiltró en el sistema económico mundial desde 1977 con las doctrinas de Milton Friedman y sus doctrinas contrarrevolucionarias a partir de la Escuela de Chicago que originó a monstruitos como Ronald Reagan, Margareth Thatcher, Carlos Salinas de Gortari, Carlos Saúl Menem y Alberto Fujimori.
    Hay pruebas teóricas y prácticas de que el neoliberalismo es un total fracaso como modelo de economía política porque a pesar de sus avances relativos y temporales, siempre acaba por generar crisis que pauperizan a todas las naciones y tanto como modelo teórico como modelo económico siempre ancla sus explicaciones en razones técnicas para justificar sus fracasos y siempre termina prometiendo la postergación del progreso con medidas de políticas económicas que siempre están basadas en el favorecimiento de las oligarquías y en la dilapidación del salario real de los trabajadores de las bases más amplias: los asalariados pobres.
    Es muy fácil adoctrinarse como un (neo) liberal cuando se vive en Pensylvania con un sueldo de 40 dólares la hora. Nomás faltaba que alinearas a la izquierda desde el corazón de los Estados Unidos. Tan sólo eres una versión actual de lo que fueron antes ya Álvaro Vargas Llosa, Plinio Apuleyo Mendoza y el judío pro-americano Andrés Oppenheimer. Estás recitando el Manuel del Perfecto Idiota Latinoamericano de los años 70´s y 80´s. No sé si lo haces para lograr la ciudadanía estadunidense o para demostrarle a los lectores que después de ser un poeta de los veinte a los cuarenta años, ahora quieres pontificar que eres un amante de todas las formas de no ficción.
    La forma en que planteas el arte del ensayo literario es en realidad una forma de ficción, porque en tu concepción del ensayo todas las formas de expresión del pensamiento son aceptables y asumibles, es decir, se prioriza la subjetividad, y la subjetividad es la forma de escritura más cercana a la ficción.
    No te inclinas hacia la forma del ensayo científico porque te requeriría un rigor y un esfuerzo del que probablemente no te sientes capaz. Después de todo eres un licenciado en letras, un maestro en letras y un doctor en letras. Y las letras pertenecen a las humanidades; no a las ciencias sociales, económicas ni administrativas.
    Pero abordas las ciencias sociales y las económicas desde este espacio exclusivo que ejerces cada semana.
    Hablas del libre comercio como si Adam Smith, David Ricardo y mil teóricos de la economía no lo hayan hecho antes y ni siquiera los citas.
    El libre comercio se ha practicado desde antes de que tú supieras el significado del vocablo economía y se ha traído y llevado en su teoría y su práctica hasta su agotamiento teórico y hasta su revolución práctica y su revuelta neoliberal, que en el fondo es por lo realmente estás pugnando.
    El exceso de oferta a nivel mundial generado en los felices veintes en el siglo pasado, trajo consigo la depresión del 29. En 1936 Maynard Keynes lo resolvió y el gobierno de Franklin Roosevelt lo implementó con lo que llamaron el New Deal, con un tipo de modelo económico con grandes implicaciones de intervención gubernamental para equilibrar el empleo, la renta, el ingreso, desde la política fiscal. Los desequilibrios propios de instituciones manejados por humanos originó la crisis de la economía mixta o economía keynesiana hacia los años setenta y eso trajo consigo lo que el economista brasileño Fernando Henrique Cardoso llamó la Contrarrevolución Monetarista, más o menos una mezcla de políticas antiinflacionarias a la fuerza, el adelgazamiento del Estado dentro de su participación en la economía como propietario de empresas públicas, y la promoción del libre comercio entre los países del mundo a partir de la gradual integración económica de las regiones y después de conglomerados amplios.
    Sin embargo, los intereses siempre han sido más fuertes que las diáfanas palabras que reza el (neo)liberalismo consistentes en el bien mutuo. En realidad el libre comercio se ha practicado de forma desigual y asimétrica. En realidad la traducción de fondo del libre comercio es la captura de mercados (overseas, para hablar en tu idioma); la integración económica ha tenido más que ver con el apoderamiento de sectores estratégicos, jugosos, prioritarios, por parte de las oligarquías, pero desde el inicio de este proceso, Donald Trump demostró lo fácil y rápido que se puede retroceder al proteccionismo y al comercio unilateral desde un golpe conservador y de derecha.
    Están bien las elegías al liberalismo desde la comodidad del estudio que nada tiene que ver ni con la lucha política ni con las causas sociales, porque yo tampoco puedo sugerir que el socialismo ni los postulados de izquierda tengan una mejor alternativa de modelos económicos en lo referente al sector externo y ese apéndice del mismo que es el comercio exterior.
    Pero hablar del liberalismo y su enfoque hacia el libre comercio, como parado arriba de una nube recitando una oda a la paz mundial por medio de la comprensión, el diálogo, la religión de Hermes, la hermosura del arte del ensayo y sus virtudes tan inatajables como ilimitadas, me parece francamente ingenuo y no sé si decir que irresponsable. Porque hablar desde el favor de una posición de privilegio para decir con otras palabras “en realidad yo estoy muy bien aquí en Estados Unidos. Yo estoy muy a toda madre aquí en Estados Unidos”, con grandilocuentes párrafos acerca de la inmejorable doctrina liberal, celebrando sus doscientos cincuenta años como si el mundo de hoy con todas sus complejidades pudiera suavizarse y resolverse por medio de una epifanía que se antoja posible en los Estados Unidos pero en Ecuador ni en Brasil, ni mucho menos en México, es como hilar una gran maraña de conclusiones bien articuladas, escritas como nuevas cuando ya han sido abordadas por generaciones y generaciones.
    Recordar que el liberalismo proviene de una revolución burguesa que destronó monarquías y dio paso a repúblicas que, agotadas sus fuentes de riquezas, salieron a la caza de riquezas de otras naciones que han sido devastadas, pauperizadas, subyugadas, explotadas y en no pocas ocasiones arrasadas por el poder central.

    La economía es una ciencia lúgubre. No esperes mundos rosas en un ámbito de pensamiento que surgió como ciencia teniendo como bastiones el interés personal, el egoísmo y la búsqueda de un bienestar primero propio y luego colectivo.

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