La Perinola: ¿Qué ha pasado?
Por Álex Ramírez-Arballo
Vayamos un poco más allá de ese momento de crisis que yo he representado en la imagen del hombre que no se reconoce en el espejo. ¿Cómo era la vida antes? ¿En qué momento es que perdimos el rumbo? ¿Hubo alguna vez de verdad un estado de satisfacción plena en nuestra vida? Te pido que pienses ahora en la niñez. Obsérvate en esos breves años en los que toda la vida se encontraba delante de ti, cuando tú eras ligero y no llevabas encima el contrapeso de todos los años vividos.
Siendo niños éramos la encarnación perfecta de la libertad. La imaginación era literalmente un superpoder que no vacilábamos en utilizar a la menor provocación; nuestros juguetes mentales eran fuente de regocijo y aprendizaje, y nos servían para establecer vínculos sociales fuertes de los que derivábamos una enorme satisfacción.
El niño es un ser espiritual, aunque no lo sepa. Vive la vida desde la imaginación, por eso se dice de ellos que viven por fuera del tiempo, como participando de la eternidad. A caballo entre el hombre y la divinidad, el niño cree que otros mundos son siempre posibles; es más, basta que los nombre para que se vuelvan palpables, visibles, humanos.
En algún momento de nuestras vidas todo esto se rompe y caemos en el mundo del dolor y la angustia.
El sueño alimenta el espíritu. Si no es así, entonces cómo explicar la angustia que sentimos cuando la realidad sin sentido sobreabunda y nos asfixia. El espíritu languidece cuando no encuentra en torno a sí la experiencia de lo trascendente. Esto es precisamente lo que les sucede a millones de seres humanos cada día, cada semana, mientras el mundo sigue rodando y yo voy escribiendo estas líneas.
No se necesita ser muy listo para comprender hacia donde me dirijo: recuperar el sentido es recuperar la vida misma.
¿A qué se debe la pérdida de una vida con sentido? Es una pregunta filosófica que convoca muchas disciplinas académicas para poder ser respondida. Diré solamente que esto tiene que ver con la fragmentación de la persona; hemos perdido la idea de unidad, somos ahora seres fragmentarios al servicio de un desconcierto que no parece terminar nunca. El mundo que nos rodea es puro vértigo, difusión constante, permutación que se proyecta hasta el infinito. Saber todo esto es un buen punto de partida. Necesitamos, pues, detenernos por un minuto, voltear hacia el mundo interior que somos para buscar reconocernos y así detener la locura del derrumbe. Nunca es tarde para volver a comenzar si existe una convicción profunda para ello.
En una de mis clases acuñé una frase que tuvo al parecer gran éxito entre mis alumnos: “Tenemos una sobredosis de realidad”. Con esto quiero decir que las fuerzas productivas y culturales del mundo han desplazado nuestro poder de decisión, nuestra capacidad de ejercer responsablemente nuestra libertad. Este es el tiempo que nos ha tocado vivir.
La obstinación de “lo real” por aparecérsenos por todas partes (piensa en tu teléfono móvil) nos sofoca; es como vivir en una casa de muros transparentes que nos impide disfrutar de la separación saludable de la intimidad. Sin ese retiro necesario estamos sembrando el desorden en nuestras vidas.
Este olvido de nosotros mismos sucede de modo paulatino, mes a mes, año a año, sin que podamos percatarnos de la trampa en la que vamos cayendo. Somos seres extraviados en un mundo que ha dejado de proporcionarnos las señales que los antiguos utilizaron para evitar el desorden; los cuentos, las leyendas, las mitologías y las tradiciones fueron durante siglos el “GPS” existencial que dirigía a los humanos durante su tránsito por el tiempo mortal que los correspondía. Cuando todo esto se ha perdido, no nos queda sino el tener que rascarnos con nuestras propias uñas: una tarea del todo imposible.
Los seres humanos amamos la seguridad, como que nos ha costado muchos siglos de esfuerzo tratar de conseguirla y hasta cierto punto lo hemos logrado; entonces ¿cómo explicarnos que en esta época nuestra de abundancia de recursos los niveles de ansiedad sean tan altos? Lo tengo claro: la seguridad material no garantiza en modo alguno la consistencia existencial. Es fundamental realizar un minucioso examen personal de intereses si es que queremos deshacernos de contrapesos nocivos.
El cimiento de una vida plena es la mente en paz. Tenemos que comenzar a recomponer desde ahí, desde el mundo interior que somos; para lograrlo es fundamental separarnos radicalmente de las inercias del mundo. Esto es un acto revolucionario al que estamos llamados todos si de verdad queremos recomponer el camino.
Para ganarlo todo hay que estar dispuestos a perderlo todo. El mundo de los apegos es el de la esclavitud. Tras el miedo al fracaso se encuentra una mentira dispuesta a esclavizarnos toda la vida si es necesario; quien no tiene miedo de perder nada ya ha encontrado la actitud adecuada para ganarlo todo. Yo he decidido que el segundo tiempo de mi vida sea el de la aceptación radical, es decir, de la abundancia.
El sistema social y económico al que pertenecemos en esta segunda década del siglo XXI es un gran engañador: esconde mostrando, confunde explicando, esclaviza liberando. Con todo esto quiero decir que el exceso de estímulos y recursos que nos rodean supera por mucho nuestra capacidad de procesamiento y comprensión. Estamos ebrios de tecnología e información, y como tales vamos dando tumbos de un día a otro, hasta que llegamos a rastras al espejo de la madrugada, nos plantamos frente a él y no nos gusta lo que vemos: tenemos necesariamente que parar.
Hemos creado un sistema que ahora dirige sus fuerzas contra nosotros. Lo que hemos formado ahora nos deforma; pero no todo está perdido porque la voluntad estará siempre de nuestra parte. Siempre hemos tenido al alcance de nuestra mano el interruptor que detiene todo. Esta es la verdad más luminosa de todas cuantas puedan existir: llevas en tu bolsillo el control que tanto has buscado. ¡Úsalo ahora!
Ser libres es poder abandonar, sin menoscabo alguno de nuestra tranquilidad, nuestros más caros deseos. Al hacer esto estamos comprobando con hechos concretos nuestro señorío absoluto sobre nosotros mismos. Solo así podremos reconocernos de nuevo.
Álex Ramírez-Arballo. Doctor en literaturas hispánicas. Profesor de lengua y literatura en la Penn State University. Escritor, mentor y conferenciante. Amante del documental y de todas las formas de la no ficción. Blogger, vlogger y podcaster. www.alexramirezblog.com