jueves, abril 10, 2025
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La Perinola: Nuevos soles esperan

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Por Álex Ramírez-Arballo
Álex Ramírez-Arballo
Este año 2020 que ha terminado ha sido par mí un año terrible, el año de un absoluto desengaño. Gran parte de lo que soy se ha ido al suelo y se ha roto para siempre; no quiero venir a esta página encarnar el papel de la víctima porque detesto a los manipuladores de lágrima fácil, pero tampoco puedo negar lo que ha sido. Una de las gracias más luminosas del estilo es la honestidad radical, la confesión. Pues bien, este año horrible me ha tumbado del caballo y me ha puesto fatalmente en mi sitio. Muchas son las razones de estos malos tragos, pero no perderé tiempo en pormenorizar dolencias, baste con saber que hace un año estaba aquí mismo, sentado y feliz, viendo con esperanza los días que despuntaban en el horizonte y hoy, justo un año después, insisto, esa inocencia ha sido arrancada de raíz. He aprendido una de las lecciones más útiles y terribles de la vida de los hombres: no esperar nunca nada. Ahora, lo supongo, estoy preparado para lo que venga y como venga; los últimos meses me han enseñado que vivir esperando que ciertas cosas sucedan no ha sido nunca una buena idea, como si la vida o Dios o el tiempo encarnaran la figura de un padre terrible -aunque complaciente. No es así y en buena hora he comprendido la ley que rige estas cosas.

¿Pero acaso es posible despojarnos de la sed humana? No lo sé bien, pero intelectualmente comprendo que es necesario. Algunas prácticas religiosas apuntan ya en esa dirección e insisten en la necesidad de habitar un presente sin la perturbación que provoca el deseo. Tal vez, y en esto salta el aristotélico que me habita, la solución sea diagonal, prudencial y consista en desear solo lo justo, como afirmara el Estagirita; es decir, de lo que se trata es de aspirar solo a aquello que sea conveniente. Pensar proporcionadamente resulta siempre más difícil que la vía absoluta de los radicalismos, lo sé bien; pero ser un sujeto civilizado pasa necesariamente por estas dolorosas sofisticaciones. Entonces la cuestión se traslada a un solo punto: ¿qué es lo que me conviene? Creo que nadie lo sabe a ciencia cierta, aunque hay quienes lo intuyen con más poder que los demás. En el pasado, por ejemplo, nuestros abuelos eran incapaces de desear nada que fuera más allá de las imposiciones de la tradición, es decir, lo que sus propios padres y abuelos habían deseado para sí. Esto alivia muchísimos dolores, es verdad, pero nos condena a una vida detenida. Si tal alternativa se impusiera en el mundo estaríamos condenando a un conservadurismo indefinido y soso: matar la vida sin matar el cuerpo. No creo, pues, que esto sea un buen plan.

Pero volvamos al asunto. Lo que me conviene no es algo fijo o predeterminado, lo que me conviene es hijo de las circunstancias que me rodean; lo que me conviene hoy a mis 44 no puede ser lo mismo que me convino a los 20. La cosa se complica. Somos ante todo intérpretes de la realidad, o deberíamos serlo. Lo contrario al conservadurismo radical de los abuelos es el relativismo caprichoso y bobalicón que renuncia a toda autoridad que no sea la voluntad antojadiza de la propia persona. No existe en estos seres la voluntad de trascender nada que no sea ese presente perpetuo, ese instante en el que se han afincado como si estuvieran fatalmente condenados al imprevisto. Son los hijos del tedio, los aburridos que han hecho del juego un ethos, una manera de combatir la abulia natural entre quienes han renunciado al mañana. Lo suyo es un iliberalismo no conservador sino posmoderno, desaliñado y roto. Prófugos de la forma se refugian en la ocurrencia de lo superficial. Su humor hace ya tiempo que no produce risas.

¿Qué es, pues, lo que conviene?, vuelvo a preguntar. Creo que ahora lo sé y lo diré de la manera más simple que puedo. Lo que conviene es lo que aporta sentido. Quiero decir con esto que los deseos son positivos y posibles cuando se alinean con acciones productoras de sentido, entendiendo este último como una voz de tres acepciones que se complementan: experiencia, dirección y razón. Lo que he de hacer es hijo de mis habilidades, posee una finalidad específica y una lógica común. Esta es para mí la prueba de fuego y la solución propia de alguien que asume una manera prudencial de vida. El deseo entonces no puede ser, como hemos visto, caprichoso, pero tampoco podemos suprimirlo de tal manera que matemos la vida de los hombres al reducirlos a meras bestias de carga. Entre el determinismo unívoco y el equívoco del voluntarismo ciego se debe trazar una línea de acción que no renuncie jamás a la idea del progreso, pero que no confunda nunca la realidad con el deseo. Una vida con sentido es recursiva y plenamente autoconsciente.

En todo lo anterior, me falta agregarlo, debe primar la sutileza (subtilitas). El ejercicio (práctica y docencia) del juicio no puede ser arbitrario o estrictamente lógico; la experiencia del mundo en la persona requiere del arte de la sutileza al buscar comprender las condiciones que la rodean. Gadamer entendió muy bien que interpretar es interpretarse, por lo que puede afirmarse sin caer en exageración ninguna que nos va la vida en ello. Atender estas delicadas materias es un alto deber moral e intelectual de todos nosotros.

Este año que se fue, pues, bien ha podido ser el año que de manera definitiva ha desarbolado mis fantasías y me ha enviado de vuelta (en buena hora) a la realidad, que debe ser siempre el hogar de todos nosotros. El que no conoce cuál es su punto de partida no sabe hacia dónde se dirige. Nuevos soles nos esperan y yo deseo para todos nosotros la serenidad de alma necesaria para hacer de los días que vienen un camino seguro hacia la sabiduría. De esta manera ni las tormentas no serán funestas ni los arrebatos de la dicha habrán de ser definitivos. Así es mejor.




 

Álex Ramírez-Arballo. Doctor en literaturas hispánicas. Profesor de lengua y literatura en la Penn State University. Escritor, mentor y conferenciante. Amante del documental y de todas las formas de la no ficción. Blogger, vlogger y podcaster. www.alexramirezblog.com


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