La Perinola: No saben que no saben
Por Álex Ramírez-Arballo
Estamos en una etapa nefasta, la de las campañas políticas. Los políticos, esa estirpe demencial y depredadora, aparecen por todas partes, rompiendo en mil pedazos el precioso derecho al silencio. Están ahí hablando, gesticulando, demostrándonos siempre que su umbral de ridículo es endiabladamente elevado: no hay manera de derrotarlos en su terreno. Cada año, con cada nueva campaña nos demuestran que la imbecilidad y la miseria son un pozo sin fondo.
Pero no quiero hablar de ellos hoy, sino de otra clase de humano que aparece también por estos días: el fanático. Se trata de un ser gris, algo anónimo y triste, que se siento validado por estas pugnas públicas; no hablo, que quede claro, del mercenario de la política, el que conscientemente participa de este paripé persiguiendo beneficios personales. Estoy hablando de todos aquellos que en realidad no tienen vela en el entierro pero que dan un paso al frente como si de verdad la tuvieran. ¿Qué defienden con tanta ferocidad estos fanáticos de la política? Después de pensarlo durante mucho tiempo he llegado a la conclusión de que defienden una imagen paternal, una autoridad imaginada en la que depositan sus anhelos de orden, esos mismos que no se ven cumplidos por la realidad. Por ello es por lo que deciden apostar por un método más indoloro: las promesas. Si gesticulan y lanzan dentelladas contra quienes critican a sus ídolos dorados es porque comprenden todo asomo de crítica como un sabotaje planificado contra su propia persona: han cometido un error fatal, se han identificado de un modo absoluto con su deseo.
Estos fanáticos son adictos al juego porque encuentran en él una retribución emocional, esa misma que la realidad les niega por sistema. Alaban la figura de un político, que de esto es de lo que voy hablando hoy, o la de un boxeador o un futbolista, porque necesitan creer con todas sus fuerzas que aquella persona los representa de alguna manera ante los demás, de modo que disfrutan como propios los triunfos ajenos. No han ganado nada, nada, porque todo ha sido un teatro, pero no se dan cuenta, no saben que no saben; esto es tan ridículo como imaginar a una persona que cree que el dinero del Monopoly lo vuelve millonario o el matrimonio de una kermesse es cosa seria. Están locos de atar y dan mucha risa.
No estoy diciendo con todo esto que uno tenga que desentenderse de la vida pública, nada más lejos de mi intención. Más bien todo lo contrario. Precisamente porque sé la importancia que encarna la participación política de todos es que hago esta crítica a los “loquitos” que brotan por las redes sociales y también en el mundo offline con cada ciclo electoral. Participar de estos debates ha de ser sobre todo ejercer una crítica, una crítica que parta de la realidad objetiva, de los hechos mensurables y no de la verborragia a la que son tan afectos estos santones malolientes. Nuestro hogar, nuestro verdadero hogar es la realidad y debemos defenderlo de estas plagas que nos infectan con sus delirios y su propaganda. La administración pública es eso, administración, management, por lo tanto es susceptible de un escrutinio técnico constante, que es a lo que estamos llamados todos los que queremos pensar y no simplemente entregarnos a los delirios de una fantasía contenciosa que en el menos peor de los casos conduce al solipsismo y en el peor de ellos a la abierta violencia y la locura.
No defienda a ningún político, por Dios, defiéndase usted a sí mismo con argumentos y con evidencia pura y dura o, por piedad, cállese la boca. Ruido por aquí créame que no nos falta.
Álex Ramírez-Arballo. Doctor en literaturas hispánicas. Profesor de lengua y literatura en la Penn State University. Escritor, mentor y conferenciante. Amante del documental y de todas las formas de la no ficción. Blogger, vlogger y podcaster. www.alexramirezblog.com