La perinola: Contra el monstruo






Por Álex Ramírez-Arballo
Nunca se prostituye tanto la palabra como en estos días de campañas políticas. Esta gente, de un modo hay que llamarles, no comunican nada, más bien hacen ruido, como las alas de los coleópteros, ese zumbido monótono que adormece. Esto es todo esto: ruido y nada más. Nunca se miente con mayor impunidad como en estos días de locura infinita en los que las sectas en pugna se afanan por ocupar los espacios de la vida pública con su barahúnda interminable; es que ponerles un poco de atención bastaría para darnos cuenta del enorme sinsentido que encarnan. Hay algo peor, creo que lo saben y simplemente no les importa. Saben que no saben, saben que no pueden, saben que todo es un montaje interminable y lo asumen sin que pese sobre sus cabezas el más mínimo asomo de culpa. Seguirán con su trabajo incesante hasta conseguir lo que verdaderamente les interesa, que es acceder al presupuesto público del que buscan servirse para saciar los apetitos que no han podido aliviar echando mano del talento propio. ¿Para qué pensar en la idea del trabajo si hay maneras legales del hurto que prometen más jugosos dividendos?
En cuanto a la gente, yo no sé. Creo que la gran mayoría de ellos pasa de largo, abrumada por la cámara de alaridos de la que no pueden sustraerse. Ahora la cosa es mucho más compleja porque los políticos se han despojado ya de toda bandera para entregarse al juego de los matrimonios imposibles, los desplazamientos acomodaticios, el más descarado afán por afianzar alguna posición de poder, por poco que este sea porque, como se dice por ahí, garrote de trapo es también garrote.
Dicho todo esto, tengo que aceptar que escapar hoy es menos que nunca un buen plan. El país se enfrenta a una amenaza como la que no ha conocido en cien años, el asenso de un régimen despótico y cruel sin más ambiciones que la destrucción sistemática del país y la acumulación de poder en un solo hombre. Lo que suceda este seis de junio tendrá un impacto duradero que afectará, sin duda alguna, la vida de tus hijos y aun la de sus hijos. La disyuntiva es muy clara y ante ella no caben vacilaciones: un voto por el régimen es un suicidio en toda regla.
Digo esto porque en otras condiciones, con cierta normalidad democrática yo me hubiera unido fácilmente al bando de los “exquisitos” para promover un sufragio de protesta, una anulación. Hoy no. Hoy no puedo hacerlo porque no apoyar el fortalecimiento de contrapesos es abonar en los jardines malolientes de la locura presidencialista que hoy infecta todo lo que toca. Votar por quienes sean que puedan menguar el poder total de la secta guinda es un acto de elemental decencia y conciencia, es intentar recuperar (como debemos hacerlo todos) el rumbo correcto de la historia.
Hay ocasiones, como esta que tenemos frente a nuestras narices, en las que un voto no es un acto de expresión popular sino pura y simple defensa. El imposible poder al que accedido un desquiciado como López Obrador no “tiene llenadera” y buscará seguir inflamándose para apropiarse de todas las instituciones de la democracia: es un cáncer y como tal debe enfrentarse y derrotarse, por el bien de todos. Nunca en la historia del México moderno tanto estuvo en juego en una sola jornada electoral. Es el seis de junio, no lo olvides: si no votas hoy es muy probable que nunca vuelvas a tener la oportunidad de hacerlo.
Álex Ramírez-Arballo. Doctor en literaturas hispánicas. Profesor de lengua y literatura en la Penn State University. Escritor, mentor y conferenciante. Amante del documental y de todas las formas de la no ficción. Blogger, vlogger y podcaster. www.alexramirezblog.com





