La perinola: Libres o muertos






Por Álex Ramírez-Arballo
No tengo más causa que la libertad, mi libertad, la que ejerzo aquí y ahora. La libertad para decir y hacer, para creer y suponer, para negarme a mí mismo si es preciso hoy mismo lo que ayer afirmé con vehemencia. En el centro de mis preocupaciones se encuentra el individuo como base fisiológica, materia inerte que despierta para convertirse en persona. Soy en mí, en esto que ves y escuchas, en la irrepetible singularidad de mis días.
Ahora mismo nos encontramos de frente a una gran embestida contra las causas de la libertad. El enemigo único y eterno se pone nuevas máscaras para luchar contra la autonomía de las almas. Una y otra vez el colectivismo, ese cáncer de la historia, encarna con sus fundamentalismos y sus alianzas con la malignidad; no buscan sino hacer de la persona una pieza de engranaje, una intercambiable etiqueta que separa el mundo en clases o categorías a las que tenemos que afiliarnos si de verdad queremos ser alguien, si queremos ser reconocidos por los demás. El hombre, la especie humana sometida a la tiranía de sus funciones sociales. Esta es la nueva y antigua plaga que no se muere nunca y que hay que combatir generación tras generación.
Y lo hacen siempre en nombre de supuestos ideales de nobleza: los pobres, el nacionalismo, la solidaridad, la justicia, el bien común y no sé cuántas tonterías más. Lo único que les interesa es lucrar con el sentimentalismo, esa maldita herencia cristiana, para convencer a la mayor cantidad de incautos posibles para que acepten acompañarlos, cantando, al matadero. Prometen el paraíso para entregar un infierno del que es muy difícil o abiertamente imposible salir.
Una sociedad auténticamente justa es aquella que se organiza en virtud de la libertad radical de sus miembros. Una sociedad con futuro es aquella en la que el gobierno, un mal necesario, deja a la gente en santa paz para que sean ellos los que determinen cómo han de vivir y prosperar; no existe maldición mayor que la del interventor gubernamental, no importa cuan democráticamente haya sido elegido, queriendo diseñar una estructura social, como quien planifica siguiendo técnicas pecuarias un hato ganadero. Esto es una monstruosidad moral que muchos perversos y despistados defienden todavía.
La libertad es autonomía entre iguales. La libertad es la condición esencial del progreso, la construcción del futuro y la preservación de la especie; durante más de dos siglos hemos ido entretejiendo una sociedad que ha sido plenamente consciente de los peligros de los autócratas iliberales, pero lejos de haber eliminado para siempre el mal, ahora nos enfrentamos a su fortalecimiento y su diseminación a través de los nuevos medios de información. Son una peste.
La sociedad se defiende a sí misma en la persona. La persona se constituye como tal cuando es capaz de defender su vida, la libertad y sus posesiones; sin estos principios básicos no es posible aspirar a vivir en un estado democrático. Si los enemigos de la libertad ahora pululan por las principales calles y avenidas del mundo civilizado, en Latinoamérica y otras regiones marginales han merodeado siempre a sus anchas, respetados y aupados por una masa popular ajena al conocimiento más elemental del proceso natural de la historia que, como he mencionado hace unos instantes, es el del progreso constante, la evolución y la afirmación de nuestra especie en el dominio del orbe. Muy pronto esta rectoría, incluso, se extenderá más allá de nuestro propio planeta porque las urgencias exploratorias y de explotación del homo sapiens son infinitas.
En la vida cotidiana, mientras tanto, en esa porción de eternidad que poseemos todos, es esencial la toma de conciencia de este valor central e innegociable: es la libertad o es la muerte.
Álex Ramírez-Arballo. Doctor en literaturas hispánicas. Profesor de lengua y literatura en la Penn State University. Escritor, mentor y conferenciante. Amante del documental y de todas las formas de la no ficción. Blogger, vlogger y podcaster. www.alexramirezblog.com





