La perinola: Los hacedores
Por Álex Ramírez-Arballo
Me fascina la acción humana, el poder que encierra la simplicidad cotidiana de los actos. Más allá de los determinismos y las injerencias obvias del más simple azar, es la voluntad de la gente la que va construyendo el conjunto social, la que va separando los objetos de su materia primordial para transformar la naturaleza en mundo y el tiempo en historia. Creo que esto es lo que más me atrae de la experiencia de los hombres: el poder de una mente y unas manos. Somos parte de un proceso cada vez más acelerado de sofisticación y progreso. Estos son los principios que han producido la más portentosa sucesión de acciones coordinadas por un instinto común: el afán de comprender y utilizar. Para eso nos levantamos todas las mañanas de la cama, para expandir los límites de la realidad, es decir, de lo posible.
Somos hacedores, lo que nos vuelve responsables. ¿Qué hacemos con el súper poder de hacer habitable el desierto? De la respuesta a esta pregunta depende, no exagero al afirmar esto, nuestra vida entera; uno muy bien puede pasar de puntillas, hacerse el desentendido y buscar ser ignorado. No me parece un buen plan porque uno bien puede engañar a muchos, incluso a todo el mundo, pero nunca podrá engañarse a sí mismo. Y de esto se trata este asunto de vivir, de hacer y conocer, de transformar el mundo para que este nos cambie.
En última instancia, pues, la persona ha de construir para construirse y al hacerlo podrá descubrir el sentido vital que solo a ella le corresponde y que necesita conocer si es que ha de vivir una vida que valga la pena ser vivida, es decir, una vida trascendente. Es falso que estemos determinados de un modo absoluto por el entorno. La condición humana es esencialmente investigadora, presupone primero para ir al encuentro de la realidad después. Somos en esencia intérpretes de un orden existencial en el que actuamos. Somos la materia que se ha vuelto consciente, el espejo en el que se mira el flujo de la vida. ¿Qué otra cosa no es el lenguaje sino el esfuerzo prodigioso de la fisiología por volverse sustancia perdurable?
Sin esta idea del progreso constante condenamos a la civilización a un estado de estupor que habrá de devenir en colapso y muerte. Somos hijos del tiempo y de los sueños, así que nuestro destino es soñar y caminar, transformar lo heredado en materia de futuro. Nuestro hogar, nuestro verdadero hogar no es esta tierra sino un sitio aún desconocido que ha de encontrarse en algún lugar de este misterio infinito que es el universo.
Todo esto me lleva a deducir un principio axiológico: no hay traición más radical que la pereza.
Álex Ramírez-Arballo. Doctor en literaturas hispánicas. Profesor de lengua y literatura en la Penn State University. Escritor, mentor y conferenciante. Amante del documental y de todas las formas de la no ficción. Blogger, vlogger y podcaster. www.alexramirezblog.com