Celuloide: Juego de recalentados






Por Jesús Ricardo Félix
Entiendo que los clásicos siempre van a ser un referente a partir del cual los escritores, productores y directores van a inspirarse para dar forma a sus ideas y así brindar a la audiencia escenas y personajes novedosos que se traduzcan en éxito comercial, hasta ahí todo bien. Pero que nos quieran vender como novedoso u original algo que ya fue escrito hace cientos de años para ser más preciso en la época isabelina pues es ahí donde comienzan los cuestionamientos. Para ser sincero no he leído al buen George y me parece bien que los productores de la serie le quieran vender a Shakespeare a las nuevas generaciones que leen poco pero repito: una cosa es la influencia y otra es vender como recién hecho el platillo ya tantas veces recalentado.
Me refiero a la famosa Juego de tronos una serie de Estados Unidos creada por David Benioff y D. B. Weiss basándose en la novelas escritas por George R. R. Martin. Desde hace años se viene hablando de la serie no solo como un éxito económico y taquillero sino como un fenómeno cultural que ha dado origen a bares con la temática de la producción, bebes de una generación que fueron nombrados inspirados en los personajes, aumento del turismo en las locaciones donde se filmaba, universidades que ofrecen cursos con el tema y un largo etcétera. Lo cierto es que al mirar las primeras temporadas nunca me pude quitar al William de la mente y es que la serie no solo huele a Shakespeare sino que apesta a William Shakespeare. Desde un inicio el personaje de Tyrion Lannister y su filosofía hedonista un poco cínica un poco pícara nos remonta al duende Puck de El sueño de una noche de verano.
El personaje de Tyrion es divertido e ingenioso siempre rompe la sobriedad de la nobleza con sus ironías, su personalidad compleja crea conflictos a su alrededor, para colmo es un bohemio que prefiere pasar su tiempo borracho en los burdeles que en los pasillos de palacio a donde pertenece, por su condición de enano también podría compararse con el trágico Ricardo III del buen Will.
Robert Baratheon es mitad King Lear mitad John Falstaff es un rey un poco borracho y bravucón a quien el poder se le empieza a escapar de las manos. Todo mundo sabe lo que ocurre menos él, todos conspiran para ocupar su puesto pero el parece no preocuparse. Su esposa no lo quiere, su hijo no es su hijo, su guardaespaldas que además es su cuñado lo ha engañado con su esposa desde hace años sin levantar una sola sospecha. Poniente nos recuerda a la Inglaterra medieval y los salvajes a los Vikingos, Islandia es el mundo de hielo, pero el autor prefiere inventar nuevos nombres y mezclar un poco de fantasía con personajes como los caminantes, los gigantes, dragones y brujas. La bruja roja que y el ambicioso Stannis Baratheon han surgido de la famosa obra de Macbeth esa gran obra de Shakespeare que nos narra la trágica historia del rey escocés. La esposa lo presiona para que se convierta en rey apoyándose en las visiones de las brujas quienes parecen representar el capricho de los dioses que le muestran a los hombres lo absurdo que es su sed de poder y eternidad. Meñique es el Yago de Otelo que con sus intrigas enreda a los personajes de la corte, John Snow en ocasiones se convierte en el príncipe Danés Hamlet buscando venganza y en otras es Romeo que busca consumar el amor con la salvaje y prohibida Ygritte. La producción es excelente, muy buenos actores, bien dirigida, pero como he tratado de explicar no es tan innovadora como nos la querían vender y es bastante predecible, entiendo que hay elementos que atraen a las masas como la acción salpicada de sangre, un poco de romance tele novelero con desnudos incluidos y mucho pero mucho recalentado shakesperiano.





