La perinola: Los días que vienen
Por Álex Ramírez-Arballo
¿Tengo motivos para mirar con alegría los días que vendrán? Pues mire usted, hasta hace relativamente poco tiempo hubiera respondido que sí sin dudarlo. Durante muchos años he profesado un optimismo sin fisuras que me ha permitido levantar cabeza cuando la vida me ha dado algún manazo nomás porque sí. Pero ahora creo que no respondería tan rápidamente. Creo que me lo pensaría un poquito más porque las señales del horror hoy abundan y es en vano negarlas. Porque uno, y cuando digo uno me refiero a mí, por supuesto, va perdiendo su fe en la realidad cuando esta se convierte en un absoluto disparate, como es el caso que por estos días vamos viviendo.
Pero, que no quepa duda, igual respondería que sí. Y lo haría porque creo que el optimismo es más necesario cuando más difícil se pone la cosa. Un pesimista no es alguien más inteligente, como popularmente se cree; usualmente suele ser alguien más perezoso, un cínico o nihilista, un indiferente, un hombre con miedo mal disimulado. Y todas estas opciones me parecen absolutamente repugnantes. Mi optimismo, sin embargo, no se desentiende de la realidad, más bien todo lo contrario, por eso es trágico, porque la realidad nos muestra dolor, culpa y muerte. Se trata de una fe irreductible en el poder de la acción humana para solucionar problemas agobiantes, sobre todo cuando nos unimos para trabajar en equipo. Se trata de creer en una idea común de futuro en la que todos participamos para que la especie, no tú ni yo, sino ese todo que llamamos humanidad perviva para siempre.
La tarea del optimista no solamente es necesaria sino, además, como resulta obvio, endiabladamente ardua. Ahora mismo creo que la prioridad es enfrentar la amenaza del cambio climático: si perdemos nuestra casa estamos perdidos todos; por ahora no tenemos otro lugar al que irnos. Al mismo tiempo es menester enfrentar el desgaste democrático, lo que ha devenido en demagogos y oportunistas ocupando puestos para los que no están capacitados; por si fuera poco, el empoderamiento de estos pelafustanes ha promovido la desinformación sistemática, la propaganda y el bulo como género favorito de nuestra tardomodernidad. La tercera cabeza de la bestia es el tribalismo nacionalista (a veces meramente regionalista) que busca batallar a contrapelo de nuestro destino global; se trata de combatir a todos esos hombrecitos asustados que no han podido o querido ver más allá de sus narices. Contra todos ellos una lucha abierta, sin tregua, porque son el virus que vulnera nuestra salud social planetaria.
Vivimos tiempos oscuros y dolorosos, pero sé bien que somos más los que creemos en el progreso posible y, además, trabajamos diariamente por él. Es hora de defender la verdad, la verdad en la que cabemos todos, incluso los que ahora mismo luchan contra ella, aunque todavía no se den cuenta.
Álex Ramírez-Arballo. Doctor en literaturas hispánicas. Profesor de lengua y literatura en la Penn State University. Escritor, mentor y conferenciante. Amante del documental y de todas las formas de la no ficción. Blogger, vlogger y podcaster. www.alexramirezblog.com