La perinola: La modernidad infinita
Por Álex Ramírez-Arballo
Está claro que ser liberal, en el sentido extenso y no en el restringido, comprendido mayormente en el contexto de los Estados Unidos, supone abogar por la radical autonomía del individuo dentro de un marco racional y social que promueva un suelo común para la justa competencia. Ser humano es ser para la apuesta; la voluntad humana ha de probarse en el acto que transforma la realidad dada y la convierte en espacio-mundo. Somos las personas los verdaderos agentes de la historia y no los partidos políticos, ideólogos o dictadores de ocasión. El liberalismo es la defensa más honda y noble de la dignidad personal de cada uno de nosotros.
Sin embargo, el liberalismo ha cometido un grave pecado, ha engendrado algunos hijos malagradecidos y toscos que apenas pudieron sostenerse en pie alzaron la mano contra su padre. Usan la libertad para destruir la libertad que los ha vuelto humanos. Como cualquier persona con dos dedos de frente lo entiende, el ejercicio de la libertad presupone reglas del juego que no pueden violentarse sin destruirlo todo, convocando el caos y la devastación definitivos. Apenas el paradigma liberal muestra una grieta, los enemigos eternos se yerguen entusiasmados utilizando siempre nuevas máscaras.
La revuelta posmoderna ha sido el núcleo unificador de estas fuerzas domésticas. Intentando rectificar los desvíos autoritarios de occidente, implantan en el corazón del mundo civilizado una auténtica bomba de relojería: las intenciones más perversas suelen siempre ocultarse bajo el terso velo de las mejores intenciones. Los terrorismos de la cultura se materializan bajo las proposiciones equívocas de un pensamiento caprichoso, identitario y telúrico. Esta es la hora mortal en la que nos encontramos.
La respuesta ha de ser la prudencia. Los liberales, hoy llamados clásicos, deberíamos entender en esta coyuntura una enorme posibilidad de consolidación histórica, de lucha y debate desde los presupuestos esenciales de la modernidad: proporción, referencia, racionalidad, verdad, justicia y libertad solidaria. La insolencia posmoderna se ha vuelto vieja, los “muchachos respondones” de ayer han perdido la melena y vacilan al repetir sus letanías. El liberalismo, en cambio, permanece como respuesta a un mundo que se dispersa y confunde; percibo incluso una hartura después de tantos años de confusión y delirio. El precio que hemos pagado ha sido muy alto y no se limita al tedio que nos ha dejado el sarampión posmoderno, ha sido sobre todo un precio de sangre y futuro. El advenimiento de enajenados a las oficinas públicas y el insoportable y trágico movimiento antivacunas, por citar dos ejemplos muy actuales, demuestran hasta qué punto ha calado este maldito imperio de la estupidez.
Recuerdo que Paz recelaba del término posmodernidad porque le resultaba simplista y equívoco. En La otra voz, libro luminoso y postrero del poeta mexicano, recapacita sobre el término y reconoce su pertinencia para definir un concepto terrible, la destrucción de todo porvenir. La apostasía posmoderna ha hecho del presente una jaula.
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Álex Ramírez-Arballo. Doctor en literaturas hispánicas. Profesor de lengua y literatura en la Penn State University. Escritor, mentor y conferenciante. Amante del documental y de todas las formas de la no ficción. Blogger, vlogger y podcaster. www.alexramirezblog.com