La perinola: Un país es un invento
Por Álex Ramírez-Arballo
Un país es un invento. Los países no suceden como el viento, el agua de la lluvia o el movimiento de la sangre a lo largo de las redes vasculares del cuerpo. El país es la consecuencia directa del poder y su ejercicio, de la imposición de comunidades potentes sobre grupos débiles, de las victorias de las guerras de la pólvora y el comercio. Toda mistificación nacionalista es alpiste para los pájaros más bobos.
Estoy hablando, pues, de una visión determinista del mundo. Una maldita visión determinista que aplasta la voluntad humana y la somete a los caprichos de simples fórmulas ideológicas que sirven para hipnotizar multitudes. Como quedará claro, la principal víctima de estas sinrazones es la libertad. ¿Cómo podría ser auténticamente libre quien debe asumir sin posibilidad alguna de renuncia la mitología civil de las naciones?
No estoy abogando por la patochada del anarquismo solitario y vil de quien escapa de sus deberes humanos hundiéndose en una caverna para siempre. Defiendo en todo caso la civilidad extrema fincada en el beneficio comunitario de un individualismo basado en la prudencia y la voluntad. Creo en el futuro que irremediablemente habrá de ser, el de la cohesión por el interés mutuo y, sobre todo, por la conciencia material y concreta de nuestra única condición humana, la de ser seres para la vida y la muerte.
Todo esfuerzo humano debe obedecer a una altísima obligación, la de procurar el bien propio. Solo desde este santo egoísmo es posible pensar en la construcción de una sociedad en la que no sean necesarios los iluminados y los seres parasitarios a los que un sistema benevolente y vil a un tiempo alimenta para garantizar la permanencia de los matarifes de turno, legitimados por una democracia que comienza y termina en los sufragios. El ciudadano auténticamente libre ha de ser aquel que es capaz de resolverse a sí mismo entre sus iguales, accediendo al poder político y económico en virtud de sus talentos y sus esfuerzos: nada más. Por esto es por lo que toda política “igualitarista” no es sino un subterfugio de miserables ambiciosos o un resabio de la fetidez cristiana. El mundo no progresa con la conmiseración sino con el comercio de bienes, servicios y palabras.
Álex Ramírez-Arballo. Doctor en literaturas hispánicas. Profesor de lengua y literatura en la Penn State University. Escritor, mentor y conferenciante. Amante del documental y de todas las formas de la no ficción. Blogger, vlogger y podcaster. www.alexramirezblog.com