La perinola: Lo público y lo privado
Por Álex Ramírez-Arballo
Los antiguos no hubieran podido comprender la distinción que los modernos hacemos de lo público y lo privado. Para ellos la acción pública era una consecuencia natural del mundo de la intimidad, y la filosofía trabajaba en el hombre para que la sociedad, que finalmente no es otra cosa que la suma de un gran número de personas propendiera a la virtud y no al vicio y la descomposición.
Con el advenimiento de la modernidad se definieron claramente estas dos esferas: la alcoba y la plaza pública. Las iglesias y los moralistas se hicieron cargo de la primera mientras que los políticos y los intelectuales se encargaron de esta última. Todo estaba claro hasta que con el advenimiento del tercer milenio fuimos testigos y participantes de una revolución de proporciones todavía incalculables: la irrupción de las tecnologías de la información y la comunicación. Yo recuerdo bien el primer comercial de televisión del Iphone: pensé que aquello no era posible, que seguramente se trataba de una broma. Un simple apartito de bolsillo había llegado, pues, para dinamitar una concepción clara del mundo y devolvernos, como en el juego de serpientes y escaleras, a la casilla de los bárbaros.
La frontera que por siglos había permanecido impermeable hoy se cae a pedazos. Y no es una fuerza exterior, un poder total que busque subyugarnos y arrebatarnos el mundo de la privacidad quien la destruye, no, somos nosotros mismos quienes renunciamos a toda discreción. Las redes sociales están plagadas de escenas que no deberían importar a nadie que no fueran los que ahí aparecen, pero que aun así se distribuyen a escala global porque sí, porque una fuerza desconocida, una suerte de exhibicionismo inducido nos impulsa a ofertar y consumir dichos esperpentos: gente peleando o emborrachándose o teniendo sexo, o vaya usted a saber qué más. Pero no pensemos en casos tan extremos, vayamos a algo de apariencia más inofensiva: twitter. Me llama la atención el gran número de políticos y comunicadores, que por su profesión deberían entender que su voz y su presencia tienen un peso específico de orden público (si es que esto significa todavía algo), ofendiendo o expresándose con un lenguaje grotesco, y lo que es peor, sin que les importe en lo más mínimo: pertenecen ya por entero a un tiempo de salvajes en el que aquello que era conocido como “las formas” carece por entero de sentido. Hay una ruptura epistémica total, para decirlo usando una palabrilla petulante.
Si algún caballero del siglo XVIII viajara hacia el siglo XXI y nos visitara, no daría crédito, no alcanzaría a comprender lo que el futuro les depara a los de su tiempo: una vuelta a las cavernas gracias, oh paradoja, al desarrollo de la tecnología.
Álex Ramírez-Arballo. Doctor en literaturas hispánicas. Profesor de lengua y literatura en la Penn State University. Escritor, mentor y conferenciante. Amante del documental y de todas las formas de la no ficción. Blogger, vlogger y podcaster. www.alexramirezblog.com