Tuercas y tornillos: A propósito de las fiestas patrias, las sociedades post-simbólicas
Dr. Mario Alberto Velázquez García | Academia Mexicana de Ciencias
En mi paso por la preparatoria, los jardines y patios de la Escuela Nacional Preparatoria Número 3 de la UNAM se dividían a partir de tus gustos, de tal forma que en la misma jardinera se reunían siempre los que en ese tiempo llamábamos “darketos”; chicas y chicos que se vestían solamente de negro, compartían el gusto por cierto tipo de música e incluso manifestaban formas de comportamientos que ellos consideraban como propias de gente “obscura”. Existían otros grupos, los “rockeros”, neo- hippies (ahí me podría yo mismo colocar como buen sociólogo), pero también aquellos que estudiaban leyes y usaban trajes o ropa de vestir todos los días, esos que el actual presidente denominaría como “fifís”. Como podrán notar, la división estudiantil estaba ya reducida a los gustos musicales o de vestuario y pocos de los que se identificaban con cada uno nos preocupábamos realmente por tener una ideología o conjunto de normas que fueran coherentes con nuestras preferencias de guardarropa. Los tiempos en que los grupos dentro de la universidad se creaban a partir de sus posturas políticas o teóricas era un recuerdo nostálgico de nuestros profesores que con cierta resignación y tristeza nos miraban aferrarnos como generadores de identidad a nuestros collares, camisetas, trajes o peinados.
Existen diversos investigadores que han planteado que la característica fundamental de la humanidad es el uso de los símbolos como mecanismo para representar otros objetos, sentimientos, pero también formas de relación, lugares, valores, creencias e incluso cosmogonías completas sobre la vida. Esta capacidad simbólica de la humanidad sigue siendo central en las sociedades contemporáneas, pero un cambio radical es la pérdida que las sociedades han tenido sobre su interpretación de los símbolos, a esto yo lo denomino como sociedades post-simbólicas.
En las sociedades modernas, en la mayoría de los casos, los símbolos han sido reducidos tanto a objetos comerciales que pueden ser adquiridos y utilizados, pero que, por tratarse de una mercancía, su función queda reducida a la de un objeto que puede usarse o no, según el interés de su portador. La mercantilización de los símbolos los convierte en objetos desechables o intercambiables.
En las calles podemos ver a gente portando o tatuándose cruces cristianas, flor de lis, Yin Yang, Om o la mano de Fátima sin que esto muestre ningún cambio significativo en su comportamiento frente al resto de la sociedad; un portador de una cruz insulta en el tráfico con un lenguaje muy florido, el que se tatuó el símbolo de “Om” come carne sin ningún reparo y un hombre con una camiseta de Yin Yang cuenta chismes sobre sus amigos por diversión. En las avenidas de México podemos encontrar tiendas para automóviles que venden la bandera confedera norteamericana como adorno para los transportes de carga sin que esto levante ningún tipo de escándalo entre los transeúntes e incluso es posible encontrar puestos dentro de tianguis como la lagunilla o Tepito donde a la vista de todos se ofrecen imitaciones de uniformes nazis o cruces esvásticas.
Las fiestas patrias son un ejemplo claro de que México es una sociedad post-simbólica. Durante todo el mes de septiembre, la gente (cada vez menos pero todavía existe algunos) adorna sus casas o carros con la bandera nacional. En la noche del 15, todos buscan ser parte de uno de los festejos públicos o privador por el grito de independencia y consumir alguna comida o bebida “mexicana” para demostrarse y demostrar a los demás que ellos son “mexicanos de a deveras”. El resto del año, esa misma gente piensa que hubiera preferido nacer en otro país, tener otro color de piel u olvidar sus raíces indígenas.
La historia que nos dice que Juan Escutia se lanzó al vacío con tal de evitar que la bandera nacional cayera en manos del enemigo puede ser o no un mito, pero refleja una creencia en un símbolo (la bandera que representaba a la patria) por el cual valía la pena sacrificar la vida. Nuestra propia incredulidad en esta historia muestra nuestra pertenencia este mundo post -simbólico, donde este tipo de sacrificios carece de sentido.
Una forma de salir de esta realidad sería aplicar a los símbolos el mismo examen que alguna gente ha comenzado a realizar a la comida que consume: investigar que significa el símbolo que vamos a utilizar y entonces que compromisos simbólicos adquiere uno al portarlos. Es decir, utilizar aquellos símbolos que son acordes a nuestra creencias o valores y no consumir aquellos que puedan generarnos una indigestión.
MARIO ALBERTO VELÁZQUEZ GARCÍA
Profesor- Investigador de El Colegio del Estado de Hidalgo.
Miembro del Sistema Nacional de Investigadores (SNI) nivel 1. Miembro de la Academia Mexicana de Ciencias (AMC). Doctorado en Ciencias Sociales con Especialidad en Sociología, El Colegio de México. Maestría en Ciencias Sociales con Especialidad en Desarrollo Municipal en El Colegio Mexiquense. Licenciatura en Sociología, Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Director de la Revista: “Revista Científica de Estudios Urbano Regionales Hatsö-Hnini”, www.revistahatsohnini.com.mx.