La perinola: Long-Overdue Elegy to Grunge






Por Álex Ramírez-Arballo
Me detengo y miro hacia atrás. Me doy cuenta de que mis héroes de adolescencia terminaron devorados por el abismo del suicidio o perdieron la razón definitivamente a causa de una politoxicomanía muy próxima al martirio; por primera vez sopeso con cuidado el asunto y concluyo que no deja de ser trágico y al mismo tiempo hermoso. El milenio murió con nosotros, los últimos románticos, los últimos poetas de la angustia y la asfixia, los últimos en mirarnos fijamente en el espejo para tratar de encontrar ahí una respuesta, los últimos hijos del siglo XX…, los últimos en todo pero los primeros en encarnar, después de tanto optimismo injustificable, la formas más crudas del desencanto. Como todos los románticos, nosotros también pecamos de amaneramientos ridículos y tal vez gesticulamos demasiado, pero es que no podía ser de otra manera, estábamos ejerciendo una rebeldía infinita, una revuelta de carácter existencial -la única que tiene sentido-, una repulsa con sangre a los hechos inexplicables de lo cotidiano desde la honda angustia con la que nacimos todos: esa tenaza de fuego que sentimos apretarnos las tripas apenas despuntaba el día. Esto ya no sucede. El engaño ha sido consumado y todos los que vinieron después de nosotros corrieron a guarecerse bajos las faldas de las diosas de la prisa. La verdad fue suplantada por la mentira y todos estuvimos de acuerdo en aceptar las reglas de la simulación y la risa falsa como la nueva ordalía.
El advenimiento de un mundo feliz nunca fue para nosotros una opción. Las celebraciones del fin de toda historia no contaron con nuestra presencia; era claro que aquello era sospechoso, era claro, muy claro, que nosotros pudimos y quisimos ver la última de las realidades humanas: la angustia infinita. Enemigos acérrimos de la ideología y sus demonios, confundimos la vida y el arte queriendo separarnos de la maquinaria que moviliza las sociedades para irnos, ebrios y drogados, al paraíso imaginado de un lugar en el que el tiempo y sus leyes de destrucción es finalmente vencido; ese punto de encuentro de los desencantados en el que tantas desdichas compartidas podrían reunirse para sanar por el simple efecto de la presencia del otro, el desnudo, el desaliñado y confundido adolescente que se sabe vivo hasta la raíz, vivo porque sí y condenado al tiempo finito de los mortales. Todos mis amigos durante mi primera juventud eran esto, un amasijo de vitalidad y ruina, una gavilla de alcohólicos y drogadictos que no tenían pudor ninguno al mostrar su solidaridad en la forma más elevada y sublime, la ternura balbuciente a las tantas de la madrugada. Si de algo me envanezco es precisamente de no haber cometido jamás el espantoso pecado de permanecer sobrio frente al amigo que ya se cae de borracho.
Entonces fue que allá por el comienzo de los dosmiles un jovencísimo crítico y ensayista, sobrio, por supuesto, se acercó para decirme más o menos esto: “Qué hueva me dan con sus rollos existencialistas, ya cansan”. Entonces me di cuenta de que yo también, como mis héroes de pelos cochambrosos y hermosas voces desgarradas, había dejado de existir ya para siempre. No soy yo el que escribe estas cosas, es el otro, el sobreviviente, el que nunca debió ser.
A estas alturas de la historia, pues, y visto lo visto, creo que solo los suicidas supieron y quisieron redimirse. Para los demás, para los que quedamos el tren ha pasado; es tarde ya y deberemos arrastrar hasta la tumba, como una sombra oprobiosa y vejatoria, los harapos de nuestra culpa y nuestra vergüenza.
Abran paso a este muerto que soy y que camina.
Álex Ramírez-Arballo. Doctor en literaturas hispánicas. Profesor de lengua y literatura en la Penn State University. Escritor, mentor y conferenciante. Amante del documental y de todas las formas de la no ficción. Blogger, vlogger y podcaster. www.alexramirezblog.com





