Celuloide: The Doors: Live at the Bowl ’68
Por Jesús Ricardo Félix
Si te dijeran acerca de una banda de rock que fusiona música clásica con aires de Sebastian Bach y algo de blues psicodélico, armonías de flamenco, percusión inspirada en el jazz con toques de ritmo latino y que además el vocalista tiene de más actor o poeta que de cantante pensarías que es una mezcla con pocas probabilidades de éxito. A mediados de la década de los sesentas dos ex estudiantes de cine Ray Manzarek y James Douglas Morrison fundarían la banda The Doors. El nombre proviene de un poema del escritor William Blake: “Si las puertas de la percepción se abren, todo aparecerá ante el hombre tal cual es: infinito”. Algunas otras influencias literarias de los Doors podrían ser Friedrich Nietzche, Arthur Rimbaud, Jack Kerouac, etcétera.
Hay que sumar además el ingrediente que representa la década de los sesentas: un periodo de revoluciones protagonizado por los hippies. El amor y paz, las drogas, la revolución sexual, son algunas de las batallas que libraban los jóvenes de mediados del siglo veinte alrededor del mundo. En el caso de The Doors no iba ser la excepción hay letras muy directas al respecto como cuando Morrison gritaba: We want the world and we want it… now… los músicos se tornaban en políticos al reclamar el mundo para los jóvenes o partidarios de una revolución sexual al invitar al Break on through to the other side o incitar al Light my fire.
La canción más anti bélica que les conozco es la del soldado desconocido: Make a grave for the unknown soldier, nestled in your hollow shoulder está canción termina con Morrison gritando que la guerra ha terminado, bastante bien para el hijo rebelde de un militar. Más adelante Francis Ford Coppola utilizaría la música de The end para dar sonido a una de las escenas más famosas de Apocalypse Now y como el personaje principal fusiona el sonido de los helicópteros cargados de napalm con su abanico de techo.
Esta semana en el celuloide les recomiendo “The Doors: Live at the Bowl ’68” les recuerdo que la banda se inmortalizo por sus presentaciones en vivo, donde Morrison mezclaba un poco de teatro griego con Antonin Artaud. Ray Manzarek aportaba el bajo y el teclado hipnótico al que John Densmore irrumpía con remates de jazz que electrizaban a la audiencia. Robby Kreieger con su guitarra respondía a las frases poéticas de Morrison y transformaba su instrumento en un rifle que podía disparar o acentuar la psicodelia de un paseo por la luna. La banda buscaba aplastar botones para hacer reaccionar a la audiencia, no era suficiente con la música había que provocar al público convirtiendo el concierto en un trance hipnótico, un show teatral con clímax dionisiaco, el baile del chamán… Los Doors rara vez daban un concierto similar, los caracterizaba la improvisación, la psicodelia, el éxtasis. Y la policía estaba ahí para representar al elemento represor con el cual el gobierno cuartaba las libertades por las que la juventud estaba clamando.
El concierto nos presenta a un Morrison bastante bien portado, como que Ray Manzarek veía la oportunidad de presentarse en el Hollywood Bowl y no había que arruinarlo estando demasiado drogados o provocando demasiado al público. De hecho la relación con el público en este concierto es algo distante. El sonido no ayudaba demasiado a Krieger en algunas de las canciones pero se luce bastante con Spanish Caravan, Unknown soldier y Light my fire. Ray Manzarek impecable confirma que era el líder musical de la banda y un Densmore que pasaba por su mejor momento. De los Doors no todo era Morrison pero si es la imagen y la voz, su voz es otro instrumento que mezcla algo de Elvis con Sinatra que se desgarra en medio de gritos que invitan a viajar, pero también a revelarse contra el poder establecido. Será por eso que Díaz Ordaz le prohibió a su hijo Alfredito que la banda se presentara en la plaza de toros como estaba planeado y en cambio lo hicieron en un club privado frente a un público lleno de Juniors de la época, habrá que imaginarse como habrá sido aquello.