viernes, noviembre 22, 2024
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Celuloide: Una película de policías

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Por Jesús Ricardo Félix
Jesús Ricardo FélixLa palabra corrupción se puede entender como algo que se ha echado a perder, que pasa a un estado de pudrición o perversión. Normalmente la entendemos como el mal uso de la autoridad por parte de un funcionario o servidor público. ¿Pero de donde surge la corrupción? Eva y Adán se comieron el fruto prohibido, Judas vendió a su maestro por treinta monedas, los romanos castigaban severamente la corrupción en el ejercicio público pero “la dejaban pasar” en la esfera privada. Maquiavelo predicaba que el fin justifica los medios mientras el escritor Dante Alighieri colocaba a los corruptos en los círculos del infierno. ¿Y en México? Acá culpamos a los reyes católicos de heredarnos los abusos de poder y favoritismos acostumbrados en España. O buscamos entre líneas del Códice Quinatzin algún rasgo de impunidad para los ladrones del México prehispánico. A veces vamos un poco más atrás y juzgamos la ambiciosa frase de Cristóbal Colón: “El oro, cual cosa maravillosa, quienquiera que lo posea es dueño de conseguir todo lo que desee. Con él, hasta las ánimas pueden subir al cielo”.

Es por eso que esta semana en el Celuloide hablamos de una película familiarizada con la corrupción: Una película de policías. Este es un filme mexicano del 2021 dirigido por Alonso Ruizpalacios. Al inicio es difícil ubicarlo en un género hasta que nos adentramos en la trama y poco a poco nos percatamos que estamos viendo un falso documental o docudrama. Así como Orson Welles engañaba a la ciudad de Nueva Jersey a fines de los treinta con un falso noticiero de la invasión alienígena de la guerra de los mundos así los recursos del documental son utilizados por algunos directores para narrar sus historias e inyectarles una alta dosis de realismo.

Ese es precisamente uno de los méritos de esta película mexicana: los recursos narrativos. De pronto parece que vemos un documental, luego un vídeo musical, un experimento y lo que es más importante: un retrato de nuestra realidad. Y es que los mexicanos no podemos negar sentirnos identificados con algunas de las historias que la película nos cuenta. Los personajes Teresa y Montoya nos describen los rostros ocultos de la corrupción desde las entrañas mismas de la bestia. Al parecer los actores llevaron a cabo parte de la formación que reciben los policías para dotar aún más de realismo a la ficción. De esta manera se convierten en observadores participantes de un mundo al cual la mayoría hemos experimentado desde el rol de ciudadanos. Pero cuando los actores/personajes nos describen las condiciones de trabajo de los policías y que deben recaudar para el superior y pagar por el chaleco, la patrulla y la pistola nos comenzamos a dar una idea vaga de cómo se siente estar del otro lado.

Definitivamente recomendable por la originalidad de la propuesta y los recursos narrativos. ¿Debemos concluir entonces que la corrupción es inherente a nuestra naturaleza humana? La película no logra responder todas nuestras preguntas lo que si consigue es ubicar al policía como un actor secundario en la puesta en escena de la corrupción mexicana. Ese que en ocasiones es el protagonista resulta en este retrato de Alonso Ruizpalacios como un personaje capaz de llorar, temer y enamorarse en otras palabras: un ser humano.

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