La perinola: Gente de bien






Por Álex Ramírez-Arballo
¿Qué necesita un país para ser exitoso?, me he preguntado desde hace muchos años, cuando todavía era jovencito y veía mi propio país con sus problemas y sus luchas. Creo que ahora tengo la respuesta: un país necesita gente. No hay país ahí donde solo existen el monte y los animales y los ciclos -cada vez más impredecibles- del clima. Hay país, en cambio, en el lugar donde la acción humana ha podido transformar la naturaleza bruta en escenario social de producción y pactos legales. Esta respuesta parece simple (y lo es), pero conlleva su trampa; para que un país sea realmente exitoso es necesario que las personas que lo habitan entiendan un principio fundamental: la puerta hacia un porvenir mejor requiere dos llaves, el respeto a la ley y el trabajo. Aquí, como se verá, la cosa es más complicada.
Vivimos en México y en gran parte de Latinoamérica el brote constante de liderazgos pintorescos y trágicos que impulsan las inercias sociales hacia una deriva emocional basada en el rencor. Los líderes demagógicos, como López Obrador y sus amigos bolivarianos, atizan el fuego de la división, movilizando a un amplio sector social bajo el pretexto de una reivindicación que nunca llega por la sencilla razón de que no puede llegar por decreto: las sociedades humanas son demasiado complejas como para obedecer los caprichos de un solo individuo. Una sociedad menos desigual es hija del trabajo y el respeto a la ley, como he dicho, es decir, del compromiso personal de cada uno de los habitantes de una nación con el desarrollo propio. Esto es algo que escasamente conocí cuando era niño porque nadie me hablaba de ello; en cambio, la vieja dialéctica de ricos (malos) y pobres (buenos) la encontraba por todos lados. Es muy fácil sucumbir a sus encantos, sobre todo en una nación culturalmente católica, infectada con el virus maniqueo del cristianismo, que insiste en despreciar el universo material como si fuera algo esencialmente maligno y, esto es lo más trágico, como si en efecto hubiera un mundo espiritual o patria celestial que fuera nuestro destino definitivo. Pues bien, no lo hay, no existe: todo lo que tenemos es nuestro tiempo en la tierra y la única manera de sembrar un poco de porvenir es volviéndonos conscientes de la importancia del trabajo diario y la construcción y sostenimiento de instituciones públicas funcionales y mínimas. Lo demás es un puro cuento chino.
Lo que todo país necesita es gente de bien, gente que trabaje por el futuro, consciente de que su única trascendencia ha de ser la inversión de su tiempo actual para que otros cosechen lo hoy sembrado. La fetidez mística ha entumecido a la gente, la ha maniatado con el conformismo y la infantilización constante de las consciencias; los líderes populistas lo saben bien, por eso apuestan a las fábulas, al mito, a las emociones, al irracionalismo enfermo que diseminan a través de campañas propagandísticas incansables. Esto es lo que ahora mismo vemos en México, en un pobre país en manos de un demoledor profesional que lo único que quiere es, como dijera Sun Tzu al referirse a los gobernantes cobardes, “reinar sobre la ceniza”.
Álex Ramírez-Arballo. Doctor en literaturas hispánicas. Profesor de lengua y literatura en la Penn State University. Escritor, mentor y conferenciante. Amante del documental y de todas las formas de la no ficción. Blogger, vlogger y podcaster. www.alexramirezblog.com





