Celuloide: El diablo, Daniel y el hombre azúcar
Por Jesús Ricardo Félix
En algún momento de nuestras vidas todos hemos escuchado hablar de grandes talentos que pasan desapercibidos por el ojo del observador promedio. Normalmente esas historias son acaparadas por pintores clásicos tan adelantados a su época que no recibieron reconocimiento en vida. Van Gogh, uno de los más sobresalientes en dicha categoría, murió sin que se le reconociera logrando vender solo dos pinturas cuando estaba vivo. Gauguin, Monet, el Greco, Toulouse-Lautrec podrían formar parte de esa misma galería. En la música Franz Schubert no llegó a recibir el reconocimiento que merecía incluso siendo rechazado por compositores como Bach y Beethoven. En la literatura podríamos recordar a autores como Edgar Allan Poe quien tan solo llegó a ganar cien dólares con uno de sus cuentos.
Cuando tratamos de dar respuesta a este complejo fenómeno podríamos argumentar que el criterio de “popularidad” de los grupos humanos es subjetivamente estúpido. Así como cuando analizamos los criterios de popularidad en una escuela secundaria o la fama que lleva a actores o futbolistas a ocupar puestos de poder sin tener la capacidad para gobernar. Pero también podríamos argumentar que el artista se convierte en una piedrita en el zapato para la sociedad, es como la oveja negra que cuestiona el status quo o la moralidad imperante. Es por esa línea que en esta semana encontramos dos documentales ejemplares que abordan temas paralelos con diferentes aproximaciones: Searching for Sugar Man y The Devil and Daniel Johnston.
Buscando a Sugar Man es un documental sueco-británico del 2012 dirigido por Malik Bendjelloul. La película nos describe la historia de un cantante legendario llamado Sixto Rodríguez. De esos artistas que nacen y crecen en la sombra y de pronto algún evento fortuito los reivindica dándoles algo de reconocimiento. El artista de raíces mexicanas radicado en Detroit grabó un par de discos en la década de los setentas sin mucho éxito comercial. Su estilo Folk parecido al de Bob Dylan, no suele atraer a las grandes multitudes, por lo que el cantante consideró su incursión en la industria musical un fracaso desapareciendo de la escena durante largos años. En el documental nos explican como en la década de los noventas dos hombres en Sudáfrica comienzan la ardua tarea de buscar la identidad del misterioso Sugar man. En su país el cantante tenía el status de leyenda logrando erigirse incluso como una bandera del movimiento en contra del Apartheid. En el caso de Sugar man Rodríguez la realidad superó la ficción y lo que era considerado poco redituable en una parte del planeta representaba un gran éxito en el otro.
En el caso de The Devil and Daniel Johnston se trata de un documental estadounidense del 2005 que aborda la vida del artista Daniel Johnston. Una película dirigida por Jeff Feuerzeig donde podemos explorar la infancia del cantante, el desarrollo de su obra y el desenlace de la misma. Daniel padecía una enfermedad mental conocida como trastorno bipolar, comúnmente llamada maniaco depresión. Sus padres, hermanos y amigos describen su personalidad y como la enfermedad aunada al uso de drogas fue deformando su conducta hasta convertirse en otro. Aparte de cantautor Daniel era un brillante dibujante que llegó a ser reconocido por artistas como David Bowie, Eddie Vedder, Sonic Youth, Beck. Para los que se acuerdan de aquella playera que Kurt Cobain no se quitaba con una rana con ojos saltones y un mensaje de Hi, how are you era una especie de homenaje/publicidad al mencionado artista. Daniel tenía una gran influencia de The Beatles, una ideología cristiana que marco sus años de infancia y una tendencia a grabar en audio los momentos más importantes de su vida. El uso de drogas trastocó el problema de la bipolaridad agudizando sus obsesiones con la cristiandad asumiéndose como un cantante-profeta.
Definitivamente recomendables, ambos documentales son testimonio de la vida de dos brillantes artistas que se forjaron en el anonimato. A pesar de que llegaron a recibir algo de reconocimiento se les sigue etiquetando como artistas de culto. La definición de un artista de culto nos habla de un creador que es revalorado al paso del tiempo, su obra crece en la medida que las generaciones van asimilando la calidad de su producción. Curiosamente es lo contrario al artista popular cuya obra es desechada al llegar la siguiente tendencia comercial, en fin no hablemos de reggaetón.