La perinola: Supera el tormento de la culpa, Nietzsche te dice cómo.
Por Álex Ramírez-Arballo
El gran filósofo Friedrich Nietzsche tuvo una idea genial y consistía en imaginar que la vida, es decir, nuestra vida, se repetiría una y otra vez, con cada mínimo detalle, por toda la eternidad. Ahí estarían las risas y los llantos, las horas de exaltación y las oscuridades, el gozo y el dolor de todas nuestras heridas. Nada podríamos hacer entonces para cambiar lo que estaba llamado a hacer lo que debía ser. Nietzsche pensó en esto como en un experimento personal que le permitiría contemplar su propia existencia sin el prurito intolerable de la intervención, es decir, del querer cambiar lo que ya no tiene remedio; esto sucede todo el tiempo cuando pensamos en el pasado y fantaseamos imaginando que podemos cambiar las decisiones ya tomadas y, en consecuencia, la cadena de eventos que sucedieron después. Es un fuego interior que nos tortura, una forma de crueldad infinita que ejercemos contra nosotros mismos. Nietzsche comprende también esto y ataja estas perniciosas fantasías, asumiendo que la vida propia, la tuya y la mía, ha debido ser de una manera y no de otra porque la persona siempre toma las mejores decisiones de acuerdo con el conocimiento y el estado anímico del momento.
Nietzsche acude a este ideal del eterno retorno, de la vida que se repite como permanencia y dinámica para hacernos ver la belleza de lo necesario, la dulzura de lo inevitable. Este principio estoico, derivado de Epicteto y Marco Aurelio es conocido como “amor fati”, que significa amor al destino; sin embargo, existe una diferencia importante. Mientras para los estoicos este amor es una suerte de resistencia sin fisuras, para Nietzsche se trata de un afán festivo, una celebración carnavalesca de todo lo que habiendo sido se encuentra felizmente condenado a volver a ser. Nietzsche habla de esta noción en “La Gaya Ciencia” y en “Ecce Homo”, asumiéndose a sí mismo como un héroe trágico que ha renunciado a la indiferencia frente a la vida señalada y que canta celebratoriamente en su caída. Nietzsche se encontraba retirado en los alpes suizos, hundido en un estado de sopor reflexivo que anticipaba ya su rompimiento psíquico definitivo. Para ese momento su carrera académica es un fracaso, sus libros no consiguen generar interés alguno en nadie; ha buscado la independencia a través de la escritura, pero no lo ha conseguido. Al cúmulo de fracasos se añade una salud frágil que lo aguijonea día y noche, haciendo de su existencia un constante escenario de los desastres. Sin embargo, en medio de todos estos dolores mentales y corporales, Nietzsche encuentra de pronto en su trabajo diario un placer profundo e impostergable. Este es el contexto en el que este hombre genial encontró el camino de una esperanza fundada en la aceptación desde la voluntad, el gozo de la conciencia y la certeza de que hay algo que siempre que sucede conviene. Y es así como metido en su cama se convierte en un auténtico entusiasta de la vida como es y no como queremos que sea. Ha desarrollado una fuerza vital que lo exalta y lo hace dar de gritos, enardecido de pronto por la verdad de una autoconciencia que finalmente ha sido comprendida hasta la raíz.
El amor fati es sobre todo una revuelta ante los lamentos de quienes tienden a suponer que su dolor actual se deriva de una decisión equivocada del pasado. Esta gente que llora sin parar sueña con trasladar los saberes del momento presente al pasado para cambiar de ruta; es una tontería y Nietzsche bien sabía que lo que quieren en verdad es ejercer de dioses, señores del tiempo con el poder caprichoso de renunciar, como quieren hacerlo los niños, a todo aquello que ya no les gusta. Nietzsche se afianza en los poderes de la vida, que siempre es fiel a sí misma. Nietzsche afirma que no desea que nada sea diferente, ni ayer ni mañana, ni siquiera en la eternidad, que es una medida demasiado grande para caber en la conciencia de los hombres. Desprecia a los idealistas que buscan escapar de los fuegos del mundo refugiándose en las trincheras de su fantasía. Sabe que toda mirada en retrospectiva ha de ser necesariamente un espejismo, o más concretamente, una trampa. Para Nietzsche esto es una engañifa teórica porque sabe que la vida es más, mucho más que las imágenes que de ella nos creamos. De este modo, el amor fati es ante todo un acto de reconciliación, una aceptación activa del orbe en el que nos movemos como criaturas conscientes. No hay más. Cada decisión tomada es hija de su circunstancia y esto te incluye a ti; es en vano suponer que los males o sufrimientos que ahora enfrentamos son responsabilidad nuestra. La vida no es editable. Los días de la vida son los que son y caen en su sitio como las piezas de un rompecabezas prodigioso; de este modo es que lo malo y lo bueno se relativizan. Lo trágico entraña su dulzura y la miel de la victoria posee su dosis de ponzoña. Lo que sucede es que no lo sabemos todavía, pero ya lo sabremos llegado el momento. El arrepentimiento es para Nietzsche una completa estupidez, una estupidez tan grande como el envanecimiento. Todo lo que tenemos es el amor profundo y salvaje por lo que somos, por lo que vamos siendo.
Las pasiones del ansioso y las inapetencias del deprimido son para Nietzsche esencialmente ceguera. El amor fati nos ayuda a encontrar la belleza en el universo de lo particular cotidiano, sea lo que sea. El amor fati nos ayuda a descubrir la felicidad más absoluta, que consiste en dejar de luchar cuando la lucha es imposible. La conciencia del destino supone dejar de actuar como si alguien más estuviera pendiente de nuestras acciones; para Nietzsche no existe una pedagogía vital en lo que hacemos, de la misma manera que no puede haberla en el crecimiento de una raíz, el estremecimiento del agua con el viento o las peleas de los alces en mitad del bosque. Todo esto es movimiento puro de la vida y nosotros, para decirlo mal y pronto, poca vela tenemos en el entierro.
Asumirnos como figuras centrales y definitorias en el espectáculo del mundo solo puede acarrearnos grandes cantidades de dolor. Esto es como insistir en abrirnos las llagas que apenas nos han cicatrizado y hacerlo una y otra vez, como una especie de castigo autoimpuesto. El hombre cobarde no confía en el tiempo. El hombre cobarde no ha comprendido nada y vive preso de una ilusión infame; el hombre libre, en cambio, se ha enamorado de la fuerza radical del instante. Experimenta el mundo con todas sus potencias, tal como es, sin filtros; al hacer esto se experimenta a sí mismo de una manera total, como muy pocos han podido hacerlo a lo largo de la historia. Nietzsche lo enuncia diciendo: “Mi fórmula para expresar la grandeza en el hombre es amor fati; el no-querer que nada sea distinto ni en el pasado ni en el futuro ni por toda la eternidad. No solo soportar lo necesario, y aún menos disimularlo ―todo idealismo es mentira frente a lo necesario― sino amarlo”.
Podemos entender que este amor fati es ante todo una superación. No hay odio, nostalgia, arrepentimiento o frustración que quepa cuando asumimos la vida en su inconmensurabilidad.
Los críticos del autor de “El Anticristo” suponen que esto es cometer aquello que se critica, es decir, adoptar una actitud igualmente idealista. Para ellos no es posible escapar del círculo de autorreproches que nos hacemos a nosotros mismos como consecuencia de las necesarias cavilaciones. Dicen que pensar en nuestras pifias es un mecanismo que tiene nuestro cerebro para prevenir nuevos despistes en el futuro y, como consecuencia, tratar de asegurar nuestra perduración. Nietzsche trasciende la cárcel de la lógica formalista y busca encarnar una filosofía que ayude a los hombres a soportar las soledades, el fracaso, las traiciones, las culpas, el sufrimiento, las pérdidas constantes y, finalmente, la muerte.
Amor fati es afirmar la vida. Amor fati es asir la belleza y descubrir la potencia creadora de la angustia, la irrupción constante de la poesía, floreciendo desde todas las heridas humanas. Amor fati es la serenidad ante la aplastante evidencia del misterio que nos rodea. Amor fati es la aceptación activa del horror consciente al que es sometido el alma de los hombres desde que es arrojada al mundo de las causas y los efectos. Amor fati no es renunciar al poder de la voluntad, sino el contrapeso que impone la prudencia. Amor fati no es un camino, como tantas filosofías de la existencia proponen sino una meta, quizá la única meta a la que podemos aspirar, que es la de saber que no tenemos otro sitio a dónde ir, ni otro lugar al que podamos llamar legítimamente nuestro hogar si no es el aquí, el ahora, el hoy, el para siempre mientras dura.
Nietzsche sonríe desde su no existencia y nos advierte. ¿Quién podría contra un hombre que canturrea mientras es sometido al martirio? La sonrisa del que sufre infunde más terror en los adversarios que la más poderosa de las armas.
Lo eterno es hoy.
Álex Ramírez-Arballo. Doctor en literaturas hispánicas. Profesor de lengua y literatura en la Penn State University. Escritor, mentor y conferenciante. Amante del documental y de todas las formas de la no ficción. Blogger, vlogger y podcaster. www.alexramirezblog.com