La perinola: La tiranía de este oficio
Por Álex Ramírez-Arballo
Mi relación con los libros, como casi todo con lo que he tenido contacto en mi vida, ha sido tormentosa. Esto quiere decir, para echar mano de ese cliché dramático, que el del problema no es el mundo, soy yo. Observo en silenciosa distancia a quienes tienen relaciones más sanas y gozosas con dichos objetos (¿son realmente objetos?) y festinan aquí o allá algún título que les ha abastecido de alegrías muy hondas y hasta se reúnen y organizan en clubes de lecturas o cosas así. Por las redes sociales nos topamos con ellos y al menos yo siento un regusto bueno por ellos. Lamentablemente no es mi caso.
Desde pequeño la lectura ha sido para mí un asunto difícil. Tal vez porque le he dado una seriedad inmerecida al asunto, tal vez. Los primeros libros que intenté leer me parecían trabajosos, densos o abiertamente imposibles. Leía a ratos, por momentos de forzada quietud en los que intentaba sujetar aquella fuerza desconocida y eléctrica que eran las palabras detenidas sobre una página; cierto es que había otros tantos libros que me producían gozos infinitos, pero me interesaban menos que los otros, los de densidad plúmbea. Con mucho gusto les hubiera prendido fuego para destruir su monstruosidad lesiva. Lamento hasta el día de hoy no haber nacido con la predisposición epicúrea de Borges, quien creía que la lectura debería ser gozo o no ser.
Tal vez por eso me dio por escribir, para poder desentrañar el enigma de las claves de la literatura. La cosa no fue a mejor. Al escribir me di cuenta de que los trabajos no eran menos fieros: batallar día y noche en la domesticación de esos seres felinos y levantiscos que son las voces que nos pueblan. Ahora mismo al escribir estas notas sobre mi cama, pienso en la imposibilidad de convertirme siquiera en el arquitecto de una página como esta; algo que no se puede nombrar en este mundo habita el acto que dirige la punta del lápiz. ¿Soy yo el autor de todo esto o acaso el simple vehículo de un yo-pretérito y consumado que se resiste a morir y que vuelve a manifestarse cuando las condiciones son propicias? ¿Acaso tiene sentido la anterior pregunta? También entre los escritores hay quienes me producen una sana admiración, y no por lo prolijo o luminoso de sus obras tanto como por la naturalidad con que se pliegan, casi con mansedumbre, a los designios de la pluma. Van hasta la máquina para escribir con la misma simpleza con que un señor se arrima a la cocina para hacerse algo de cenar. Increíble.
Soy, pues, un lector-escritor profundamente trágico, incluso desgarrado. Tal vez he hecho de este oficio la única parcela en la que me permito la necedad del dramatismo. Tal vez sea no otra cosa que mezquindad y arrogancia. Tal vez se trate de la cobardía altiva de quienes se desesperan ante la torpeza de sus propias manos, incapacitadas para levantar del suelo algo que no sea un perfecto monumento a la mediocridad.
A estas alturas no creo poder hacer más. Leo a ratos, batallo con muchas páginas, disfruto unas cuantas, escribo diariamente y destruyo casi todo lo escrito. En el fondo tal vez este oficio no haya sido para mí más que la manera de entender el tiempo, que crea y destruye lo creado, como el amor del poema, como la furiosa locura de los dioses.
Álex Ramírez-Arballo. Doctor en literaturas hispánicas. Profesor de lengua y literatura en la Penn State University. Escritor, mentor y conferenciante. Amante del documental y de todas las formas de la no ficción. Blogger, vlogger y podcaster. www.alexramirezblog.com