Luces y sombras: Paris, el fanatismo no tiene religión ni nacionalidad
Por: Armando Zamora
Como en el Mito de la Caverna, de Platón, los seres humanos vivimos en un juego cotidiano de luces y sombras que no nos explican la realidad en su totalidad. Vivimos apreciando sólo fragmentos de la vida sin encontrar respuestas que nos expliquen, al menos medianamente, qué sucede en el mundo para saber entonces qué sucede con nosotros mismos.
Entre esas luces y sombras, en este momento resulta difícil no comentar los atentados que el pasado viernes acontecieron en Paris, y que a la fecha han dejado al menos 129 muertos y más de 350 heridos, según reportan las autoridades francesas. Como siempre, los inocentes son las víctimas fatales, mientras que los políticos son los ganadores en el caldo de cultivo de las desgracias.
Los medios y las redes sociales nos han bombardeado durante cinco días con escenas editorializadas por la angustia, con deseos de revancha y con una lapidaria toma de posición de los mandatarios europeos, especialmente los alineados con la política norteamericana, para hacer frente de inmediato a los culpables de la atrocidad, pero ningún medio ni red social se han detenido a ver las causas de esta desgracia, tan sólo el efecto.
El despliegue informativo ha sido tal que la noticia ha dejado en el olvido a otras igualmente trágicas, como el accidente ferroviario sucedido el sábado también en Francia, en el que fallecieron 10 personas y otras tantas resultaron heridas. El descarrilamiento se debió al imprudente exceso de velocidad con el que era conducido el convoy, pero en este momento al parecer eso no tiene importancia porque su impacto es tan local que no tiene ni caso ni siquiera repetir la noticia.
Los medios y las redes sociales hoy no paran de destacar el hecho francés y lamentarlo desgarrándose las vestiduras, pero no parece haberles interesado mucho el atentado que en abril pasado dejó más de 320 muertos a tiros en la Universidad de Garissa, en Kenia, o los más de 50 muertos y más de 200 heridos que dejaron el pasado jueves las bombas de dos suicidas en una mezquita y una panadería en Beirut.
Esos mismos medios estuvieron más preocupados por la salud y escape de los músicos de la banda californiana Eagles of Death Metal —que tocaba en la sala de conciertos Bataclan cuando los agresores ingresaron al lugar y tomaron rehenes—, y que ahora ya están descansando en tierras norteamericanas.
Las redes sociales, por desgracia, han masificado aún más la estupidez que la inteligencia: hoy resulta sumamente fácil decir una idea incompleta que entre la ignorancia populista se vuelve una bola de nieve y sólo se detiene ante otra bola de nieve producto igualmente de otra idea incompleta o de una vacuidad infinita. Y no estoy hablando sólo de México.
París, 13 de noviembre – Nueva York, 11 de septiembre
Ante los hechos del pasado viernes 13 presentados a través de video, en especial en una toma donde una chica estaba colgando de una ventana, alguien señaló: “Ver a esa mujer colgando en la pared me recordó el 11 de septiembre”. Y, curiosamente, se volvió un comentario viral que no parece muy casual.
Estamos viendo una peligrosa similitud entre el ataque del pasado viernes en París al de aquel 11 de septiembre de 2001 en Nueva York: el discurso del presidente francés François Hollande es una copia al carbón de aquel balbuceo de George Bush y de sus asesores, que lo primero que buscaron fue venganza, aun antes de explicar qué había sucedido en su territorio.
La respuesta de Francia será inmisericorde, sostuvo el mandatario galo, y añadió: “Usaré todos los medios dentro de la ley en cada frente de batalla, aquí y en el extranjero, junto con nuestros aliados”. De hecho, sin tener un recuento total de los hechos, la aviación francesa lanzó el pasado domingo un ataque sobre Raqqa, ciudad de Siria en la que el Estado Islámico (EI) tiene una de sus plazas fuertes.
Apenas en enero pasado, 12 personas perdieron la vida en París en el ataque terrorista contra la revista Charlie Hebdo. Un hecho que indignó al mundo porque, según palabras del presidente Hollande: “Fue un atentado contra la libertad”. Diez meses más tarde, la desgracia se ha repetido en una escala mayor. Aunque, de acuerdo con los cuerpos de seguridad franceses, este era un ataque que ya se esperaba. ¿Por qué ocurrió? Tal vez porque en ésta como en aquella ocasión, tampoco se entendió el origen de la violencia.
Para entender la ola de violencia, hay que entender también —más que el fanatismo religioso—, la complicidad y la necesidad de armas del terrorismo mundial. El terrorismo mundial necesita armas, y las grandes potencias —Rusia, Estados Unidos, Alemania— surten y capacitan a los combatientes, independientemente de cuál sea su causa y quién su enemigo.
No olvidemos que Estados Unidos ha sido maestro de grandes delincuentes, y en sus aulas de guerra capacitaron al panameño Manuel Noriega, hoy preso en una cárcel estadounidense, y a Saddam Hussein y Osama bin Laden, ejecutados por instrucciones de los mismos que los prohijaron.
Francia está herida, y con justa razón. Y en esta cruzada contra el Estado Islámico indudablemente lo acompañará Estados Unidos por múltiples razones, entre ellas para divulgar el discurso demagógico de una libertad y una democracia mal entendida y, más que todo, para participar en el negocio de la guerra.
En términos de “libertad”, “igualdad” y “fraternidad”, Estados Unidos y Francia comparten, como lo establece el analista Fernando Montiel, una historia oscura de largo aliento que podría coronarse con el golpe de Estado en Haití, en 2004, dirigido, operado y equipado por las fuerzas norteamericanas y el gobierno francés contra el presidente Jean Bertrand Aristide.
François Hollande ha dicho que el ataque contra el pueblo francés “es un acto de guerra cometido por un ejército terrorista”. Lo que no dijo, señala el analista, es que es una guerra en la que él metió de lleno a su país y a su pueblo hace menos de dos meses, cuando el ejército francés se sumó a los bombardeos sobre posiciones del Estado Islámico (EI) en Siria, bajo el argumento de que este grupo suponía una amenaza directa para su seguridad nacional. (De nuevo Bush asoma la cabeza en esta historia).
El comercio de la guerra
“Los atentados en París son una pieza de la Tercera Guerra Mundial”, dijo el Papa Francisco. “Esto no es humano”, añadió. De seguro que las campanillas de las Bolsas de Valores del planeta tañeron ante el augurio involuntario.
Y es que ante la noticia de una guerra, la Bolsa de Valores sube, como dice Umberto Eco. La Bolsa registra las oscilaciones del juego de los poderes. En la guerra, algunos poderes económicos se encuentran en competencia con otros, y la lógica de su conflicto supera la lógica de las potencias nacionales. Si la industria de los consumos estatales (como los armamentos) necesita tensión, la de los consumos individuales necesita felicidad. Así, el conflicto se juega en términos económicos.
Pareciera que se trata de una profecía auto-cumplida: bombardean Siria para conjurar lo que suponía una amenaza directa a la seguridad nacional francesa, y al hacerlo, se convierten a su vez en blanco militar. Y es que las guerras son así: unos atacan y otros responden. De eso se trata la guerra: de matar, herir y morir, subraya el profesor Montiel.
No todos los musulmanes son terroristas ni todos los católicos y cristianos son almas de dios. Hemos visto una y otra vez que la crueldad no tiene religión ni nacionalidad. Pero a estas alturas ya parece importar poco todo esto. La xenofobia y la intolerancia han sentado sus reales en todo el mundo, no sólo en Francia, no sólo en Europa, no sólo en Estados Unidos.
También en México tenemos nuestra propia historia de discriminación y de muerte multitudinaria: en tiempos recientes podemos enlistar el genocidio de 17 campesinos en Aguas Blancas, Guerrero, en junio de 1995; el asesinato de 45 indígenas en diciembre de 1997, en Acteal, Chiapas; los 72 migrantes ejecutados en un rancho en Tamaulipas en agosto de 2010; la ejecución de 22 personas por parte del Ejército mexicano en Tlataya, Estado de México, en junio de 2014, y la desaparición de 43 estudiantes de la Normal de Ayotzinapa en septiembre de 2014 en Iguala, Guerrero; hechos que se suman a la histórica matanza de Tlatelolco, en 1968, en la que aún no se define el número de muertos, pero oscila entre 350 y 500, de acuerdo a testigos.
En términos económicos, el Estado Islámico (esa extraña agrupación surgida en 2002, después de la invasión estadounidense a Irak) es la contraparte que necesitan las fuerzas europeas aliadas y alineadas a los designios de los grupos de poder económico de Estados Unidos, liderados por los banqueros, los petroleros y las agencias de seguridad. El EI es la nueva “fuerza del mal” que los gobiernos necesitan atacar para renovar el capital y fortalecer la presencia de quienes se autodenominan “los buenos”.
Fernando Montiel señala que el futuro se anuncia sombrío: no sólo para aquellos a quienes se defina como culpables —el Estado Islámico (y con él, por culpa de la ignorancia y la xenofobia, al mundo islámico en general)—, sino también para las víctimas inmediatas y para los muchos observadores circunstanciales (entre otros, los millones de migrantes en los diferentes países europeos que ya sufrían de por sí una alta cuota de horror, miedo y miseria). Nada de esto justifica la violencia, pero la explica.
La violencia produce violencia. La paz no se alcanza a través de la seguridad, sino que la seguridad se alcanza a través de la paz. Y la paz no se consigue haciendo la guerra. La alternativa es la negociación, el diálogo, la diplomacia, el uso de los muchos mecanismos internacionales.
Por lo pronto, es fácil vaticinar que Estados Unidos no tardará mucho en tomar un rol como protagonista principal en esta guerra que, entre luces y sombras platónicas, ya cuenta con el aval de El Vaticano.
Armando Zamora. Periodista, músico, editor y poeta.
Tiene más de 16 libros publicados, 12 de ellos de poesía. Ha obtenido más de 35 premios literarios a nivel local, estatal y nacional. Ha ganado el Premio Estatal de Periodismo en dos ocasiones. Ha sido becario del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Sonora (FECAS). Una calle de Hermosillo lleva su nombre.
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