Die Woestyn: La muerte es Bernarda Alba
Por Alí Zamora
Ahora que ya vimos la obra (aunque si uno dice las cosas ad peddem litterae: leímos la obra no la vimos), nos damos cuenta de cómo, por más que cambian las cosas, siguen estando igual.
Pero ese no es el punto ¿verdad?
Entonces ¿te gustó la obra?
Es interesante, muy humana, o como dicen los expertos: “universal”, ya sabes por que puedes cambiar el lugar o la época y va a seguir transmitiendo el mensaje y emociones.
Eso es respecto a la obra, y como siempre uno debe fijarse en los personajes, en el guión, en lo escénico, en cómo se desenvuelve el diálogo, en el lenguaje literario utilizado por el autor y todos esos requerimientos académicos. Pero aquí en confianza, ¿qué te pareció? ¿Qué pensaste?
Obvio que la muerte está siempre presente en la obra, es el vehículo que nos lleva del principio del primer acto en una procesión fúnebre (tanto por el acontecimiento de la muerte del segundo esposo de Bernarda Alba como por el espíritu interno de sus hijas) que nos paseará por el universo de una casa hermética llena de muerte, la esencia de la muerte y sus habitantes hasta el fin (otra muerte) del tercer acto.
Y sí, también se ve el costumbrismo plasmado y las críticas inconformes hacia la sociedad. Es decir, todo lo que el autor pensaba que estaba moralistamente “mal” lo enfocó en el personaje titular; Bernarda, ¿a poco no?
Fue Bernarda la que reclamaba a los visitantes del funeral diciéndole a una niña “A tu edad no se habla delante de las personas mayores” sin explicación, porque una niña no la merece, en primera porque es niña y en segunda porque es mujer.
Esa era Bernarda de acuerdo al autor, una mujer arropada en un cinismo religioso donde sus preocupaciones morales en realidad no van más allá de la punta de su nariz, ella no se preocupa por la salud de su propia madre y la inevitable mortandad que le acecha; por supuesto que no, Bernarda se preocupa por las apariencias sociales, por el “¿qué dirán?” tan tradicional, recuerda cuando la pobre viejecita quería salir en el primer acto, dijo Bernarda a su criada que la mantuviera en un lugar del patio, pero no cerca del pozo, ¡nunca cerca del pozo! “…Pero desde aquel sitio las vecinas pueden verla desde su ventana”.
Esa es Bernarda. Ahora escucha lo que te voy a decir, podemos decir que no solamente la muerte acecha a Bernarda y su familia (¿de manera kármica, acaso?), podríamos decir que Bernarda representa la muerte misma. Bernarda está muerta en vida.
¿No me crees? La muerte es determinante, es absoluta. Y si recordamos lo que Obi-Wan Kenobi nos dijo (en el acento escocés del actor Ewan McGregor): fuera de la muerte “only the Sith deal in absolutes” (sólo los Sith tratan en absolutos) . Y mientras Bernarda sí utiliza el lado oscuro de su propia alma, también es absoluta, terminante e inamovible; no sólo con sus hijas y personajes menores a Bernarda (tanto en edad, estatura e importancia, como la niña antes mencionada), incluso con La Poncia, único personaje que mostró preocupación sincera por Bernarda y su familia. “No, Bernarda, a cambiar. ¡Claro que en otros sitios ellas resultan las pobres!”, le dijo la Poncia a Bernarda en el primer acto.
Pero Bernarda no le va a hacer caso a una sirvienta “aunque mi madre esté loca yo estoy con mis cinco sentidos y sé perfectamente lo que hago”, y mucho menos abrirá los ojos a las situaciones a su alrededor, ya que mientras su hija mayor, Angustias, se dispone a contraer nupcias con un tal Romano, su hija menor se entretiene tratando de seducir al Romano bajo las narices de su madre y sus hermanas. Bernarda no ve esto o finge no verlo, es muy difícil que una persona muerta abra los ojos, ella misma dice en el segundo acto “¡Afortunadamente mis hijas me respetan y jamás torcieron mi voluntad!”.
Sin embargo, nosotros sabemos que las hijas de Bernarda no le respetan, le tienen miedo. A la muerte no se le respeta, se le teme, y cuando uno acepta ese temor olvida el miedo hasta el momento de recordar que uno esta sólo en la muerte, y de ahí que la rabia muchas veces se come a las personas en ese afán de escapar o hacerle frente a la muerte, olvidando que es inevitable y certera. Bien nos dijo el Doctor Gregory House (papel representado por el actor británico Hugh Laurie) con sus costumbres coléricas “You can live with dignity; you can’t die with it!” (Puedes vivir con dignidad; ¡no puedes morir con ella!) .
Todavía hay algo más curioso en esta obra. ¿Te diste cuenta?
No solamente el autor da vida a la muerte en un personaje titular: el autor hace la paralela sobre la muerte y el haber nacido mujer en su época.
Una de las hijas de Bernarda, Amelia, lo resume con un enunciado en el segundo acto, de manera fugaz pero honesta: “Nacer mujer es el mayor castigo”. No solamente Amelia está acostumbrada a las indignidades de la vida, que su propia madre le ha hecho sufrir; está resignada a tener que sufrirlas por el simple hecho de haber nacido mujer.
¿No? Si hasta en el tercer acto se repite cuando Martirio, quien —si hemos de creer lo que nos cuenta el guión y lo que imagina uno como persona— era la hija de corazón noble y sano, quien se enamoró de la idea del Romano, sentencia a Adela al descubrirse el ultraje a la hermandad de las habitantes de esa casa. Le dijo Martirio a su hermana menor que ya no la veía como eso: como una hermana, “te miro ya más que como mujer”. Y al parecer sentencia ¿qué muerte en vida más grande que haber nacido mujer bajo la sombra mortal de Bernarda Alba?
A final de cuentas, cinco hijas, una madre senil y una criada de confianza nada pueden hacer contra la muerte, porque al saber Bernarda de su propia muerte en vida decide conscientemente ignorar el valor de la vida misma, ejemplificado al final de la obra cuando no grita por su hija, sino debido a ella y en busca de su propio beneficio “¡Mi hija ha muerto virgen!”.
Bien resumió La Poncia a Bernarda: “Cuando una no puede con el mar, lo más fácil es volver las espaldas para no verlo”.
El Alí. No soy de donde vivo, ni vivo de donde soy; pero si pienso lo que digo, puedo decir lo que pienso.
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