Die Woestyn: La leyenda de los hermanos Darius
Por Alí Zamora
Esto que les narro podría haber pasado o no. Lo que me parece recordar es que en el verano del 2011, mientras yo formaba parte como baterista de la agrupación musical Pinhead (© est. 1999), el vocalista de la banda, Casey O. Day (también conocido como KCDay, Casey Orenthal Day y The Juice, entre otras variantes) y su servidor, además de escribir y grabar el álbum conceptual Cycles emprendimos un pasatiempo de traducción de códices en su apartamento en Venice Beach sin saber en realidad el rumbo y destino final que nos depararía dicha empresa un año después.
Aparentemente, Casey estudió Antropología y Humanidades Sociales en la Universidad de Portland durante su estancia de 19 meses, para pasar a convertirse en el una-vez-estudiante, uno de sus múltiples roles dentro de la fraternidad Pato Pato Delta, como lo fueron retraído-semi-popular, casi-atleta, bohemio y anti-feminista.
Por desgracia, la mente y la personalidad segura de sí mismo de Casey se encontraron frente a un muro de profesores incompetentes que no comprendían la grandeza de sus ideas, teoremas y postulados, lo que ocasionó que el joven (recordemos que estamos ubicados a principios de los 90’s) se inscribiera y diera de baja en la mayoría de sus clases básicas de tronco común en continua sucesión hasta que abandonó Portland, Eugene y, finalmente, el estado de Oregon a bordo de su Toyota Corolla año 1984 rumbo a Venice, California, con escala de un par de años en el Valle de San Fernando.
Por lo menos esa es la versión de los hechos en voz de Casey sobre su viaje al sur.
Los códices en cuestión llegaron a manos de KCDay gracias a una probable sucesión de accidentes cósmicos digna de ser narrada por Douglas Adams.
Le fueron provistos a Casey a través de un conocido, de quien nunca especificó su nombre, pero sí que este joven aún reside en Portland, y en sus visitas al norte cada lustro, The Juice y él se toman el tiempo de consumir cannabis medicinal en la sala de estar de la casa heredada de los padres (de él), mientras la esposa (conocida de la high school y el college) y sus amigas (también) cuidan a los hijos en la cocina. Otro dato que alguna vez deslizó fugazmente en una de nuestras conversaciones fue que el conocido de quien nunca especificó su nombre es empleado de la Universidad de Portland, limpiando aulas y oficinas en las instalaciones de las escuelas de Historia y Antropología.
Originalmente, los artefactos en cuestión —dos tabletas de barro del tamaño de un libro de 284 páginas escritas en Helvética 12 puntos, con un prólogo redactado a mano con pluma de codorniz— fueron procurados inicialmente para propósitos de esta historia por un profesor de la misma universidad, quien permaneció anónimo durante todas las versiones de la misma, bajo el supuesto de ser reliquias de la tribu Kalapuya adquiridas por un “vendedor” de mercancía histórica o artística, y que fue obtenida de manera posiblemente ilícita. Aunque el título con el que se le nombró fue “aventurero caza tesoros” (you know some adventurer treasure hunter).
Este conocido en común usualmente proveía al señor Day de hongos alucinógenos o alguna que otra substancia controlada para reventa en la comunidad de la ciudad de Venice. Y, nuevamente de acuerdo a la versión de Casey, le fue encargado deshacerse de las reliquias y quedarse con cualquier ganancia, bajo la cláusula de que el nombre y el nivel de culpabilidad del profesor quedasen fuera de cualquier segunda (o tercera) transacción. Y es que ahorita las fiscalías anticorrupción están bravas…
Lamentablemente, un común y corriente revendedor de hierbas medicinales no conocía a un público que pudiese estar interesado en una reliquia que, a final de cuentas, estaba resquebrajada, así que fue intercambiada por el juego de recámara que la novia de Casey había comprado antes de abandonarlo.
Después de permitir que la reliquia se asentara y acumulara una firme capa de polvo tras un par de años en las repisas de la sala de estar del apartamento de Casey, y ante la insistencia de uno de sus clientes usuales, quien lo visitaba los jueves para adquirir su dosis requerida de tetrahidrocannabinol y quien en su juventud había tenido un breve matrimonio con una mujer que trabajó para la Unesco, el vocalista de mi banda decidió por fin, a mediados/fines de la primer década del 2000, consultar con un profesor de la Universidad del Sur de California (USC), un tal E. Roivas, PhD OBE.
En la breve reunión que sostuvieron músico y doctor, salió a la luz que el objeto en cuestión era un códice, mas no de la tribu Kalapuya, para mala fortuna de las primeras naciones de la nación (¡Oh ira! ¡Oh diosa!): posiblemente, de acuerdo al profesor Roivas, era un objeto proveniente del oriente antiguo. Se tomaron algunas notas y referencias, y todo quedó en “ahí a la vuelta”.
Alrededor de estos momentos es que aparezco en la línea temporal y me introduje en la vida de KC. Audicioné para la banda en noviembre del 2010, y meses después, un día cuando mi esposa decidió acceder a tatuar a KC a domicilio, me topé con el códice.
Después de unas cuantas rondas en modo de un jugador del videojuego Left 4 Dead en el Xbox, me acerqué a las repisas de su sala de estar y observé que entre sus libros Letters from Earth, de Mark Twain; Imajica, de Clive Barker, y Rendezvous with Rama, de Arthur C. Clarke, entre otros, y las fotografías que mostraban a un padre adoptivo y una madre adoptiva, hoy divorciados y en busca de poner la mayor distancia posible entre ellos —de tal manera que debía recurrir a unir dos fotos para simular un retrato familiar—, se encontraba el códice.
Por aquel entonces, KC estaba, más en teoría que en la práctica, esperando una respuesta por parte de E. Roivas PhD OBE con respecto a “una investigación a fondo respecto al origen y significado de la tableta” y sus garabatos rupestres. Y para sorpresa de todos, la respuesta llegó a través de mensajería Federal Express.
Aquel día, la puerta del departamento de Casey resonó con un quejido que sólo puede emitir una vieja hoja de madera de cedro que aprieta en sus entrañas la humedad del Océano Pacífico, y al atender y recibir a nombre del anfitrión un paquete curiosamente liviano, se me pidió abrirlo, al estar el destinatario indispuesto, recibiendo pigmentación en su pierna. Dentro del paquete se encontraba un sobre de tamaño regular, y dentro de éste se hallaba una carta maestra de traducción dirigida “al portador” y etiquetada “Sumerian Codex, XX54 BCE”.
Se me puso al tanto de los hechos y se acordaron reuniones para los fines de semana subsecuentes, al final de los cuales logramos descifrar en su mayoría el códice.
La traducción (con ciertas omisiones) es la siguiente (versión en español):
Acérquense y escuchad la voz de la historia
De Aster y Casio Darius, primero y segundo hijos nobles
De honrado y digno señor Castor Darius.
Hermanos de sangre real, de vida y alma xxxXx (fragmento faltante)
Como hermanos y hombres xXxxX cuerpo
En tiempo de guerra.
XX XX XX XX (líneas sin traducción)
Castor Darius, señor de las tierras fértiles de sur a norte cruzadas por agua corriendo, señor de guerra y acero, a dos hijos hombres procreó y desde pequeños fuera del alcance de la madre se les mantuvo, deseoso de evitar infringir en la fortitud marcial con la que debían ser criados sus descendientes.
Castor, en guerra perpetua, conocida entonces como la guerra de los tres amos, cae herido un día de gravedad y pueblo y mujer lo lloran. Mientras las fuerzas del señor Darius mantienen tierra y casa y siervos a salvo, dos señores en guerra continúan.
Castor acaecido por una flecha, en temor febril por su vida y sus tierras sueños no reconocidos sueña. Hombres sin cara crecen del suelo, aves con el rostro de sus siervos comen la carroña de sus soldados y sus hijos pelean por los restos de una hogaza de pan.
Al recuperar un semblante de cordura y fuerza, Castor monta en su corcel de armas, guía a sus ejércitos con la fuerza de Gilgamesh y revierte el estado de defensa a victoria. Pero el alma de Castor no pudo ser recuperada al señor que pueblo, mujer, concubinas e hijo conoció.
El hombre era ahora de ojos vagos y una sombra que adormeció su alma y el amor por su tierra. En caras antes conocidas veía la sombra del ave de carroña, esperando su tropiezo para en parvada descarnar su cuerpo, voluntad y legado. En los rostros de sus hijos veía una duda antes desconocida, ido el padre, ido el rey guerrero, he aquí frente a dos niños el hombre mortal, el hombre que sufre, el hombre a quien uno de ellos ha de reemplazar.
Aster, el mayor, digno, a Castor similar en físico y temple de guerrero, pero de la madre el rostro, bello como las historias hablan de los hombres del norte, una piel delicada en un rostro sin abolladura, con ojos de criatura marina y el alma de la serpiente del prado alto.
Casio, el segundo hijo, por nacimiento relegado a cargar el escudo del primero, a servirlo, y amarlo sin amor verdadero. De un físico menor, similar al abuelo olvidado ya por un pueblo quien no le guardo amor al fallecer, y con el carácter de una madre que buscó retenerlo al saber que su vida sería en la frialdad de una sombra primogénita.
Aster y Casio, hijos de Castor. Del linaje de Darius, descendientes de Graemme, Craetuos y, sin saberlo ellos, de la sangre oscura de Siggurd del norte, combatiente de sierpe y bestias aladas.
Xxx XxxXxx xxxxxXxxXxx
xxX xxxxX XxxXxxXxXx
(líneas sin traducción y fragmentos faltantes)
así después del tumulto y la tormenta Castor tomó la decisión bajo consejo de esposa, concubina y magistrado militar.
Atravesaron los campos, hoy ciénagas, donde la lluvia incesante golpeaba las tierras de Castor y su familia, tomadas por mandato, otrora por la espada. El temor del futuro de sus tierras y por ende de sus hijos lo guiaba siempre adelante contra la tormenta, hombres de guardia e hijos en procesión digna.
Al llegar al pie de la montaña, Oyarsa, a sabiendas de tradición y conocimiento de padre y abuelo, Castor avanzo en compañía de sus hijos solamente a la audiencia con el oráculo.
El miasma del cual se deriva el trance de conocimiento impregnaba la caverna y nublaba vista y conocimiento.
Al hablar Castor de sus razones y motivos, el oráculo anunció:
“De tus hijos la primer profecía haré, Castor hijo de Etana, que de tu reino sólo tú debes tener conocimiento alguno
“Aster y Casio, los nombres que has dado. Pero de esos nombres, sólo uno la historia reconocerá. Loado y amado será el nombre de tu hijo, campeón digno de la sangre de Darius. Por años y tierras su nombre será cantado y, a través de él, todo tú y tu leyenda vivirán.
“En la sangre y el nombre de Aster, la línea de los Darius será reconocida”.
Castor, orgulloso por el saber de que su linaje continuaría, preguntó con remordimiento paterno por el porvenir de su hijo Casio. La respuesta fue sucinta:
“Solamente un nombre y solamente una sangre será recordada. Solamente el nombre de Aster será recordado.
“¡Escuchad ahora Castor! Qué tus hijos abandonen esta caverna, el destino de tus tierras es para tus oídos solamente”.
Castor, en conflicto y temor por la prestidigitación, llevo a sus hijos a la boca de la caverna y entró nuevamente para escuchar el resto de la profecía. Aster regresó a los juegos y durmió. Casio, como les sucede a los hijos olvidados por el destino, consciente de todo lo dicho, no concilió sueño.
Al paso de los años habiendo olvidado Aster lo sucedido, para Casio el sabor de vino, del cordero y de las mujeres siguieron el escape del sueño. Una nube profunda de incertidumbre se posó sobre el segundo hijo de Castor Darius.
El camino de la vida bajo la sombra de su padre llevo a Aster a tierras en guerra a las orillas del poder de su padre, a las orillas del mar tranquilo y limpio como un espejo del cielo mismo y en el ápex de su adultez de vuelta a las tierras de Castor a enterrar a su padre.
El mismo camino llevo a Casio bajo la sombra de su padre y hermano.
A un día del hogar, de padre y madre, en tierras donde sus nombres evocaban imágenes de infantes, pero donde sus cuerpos no eran reconocidos, los hermanos se detuvieron ante el desemboque de un arroyo a una laguna, cansados de viaje y uno del otro.
Aster, agrandado, resoluto en grandeza, buscaba en voz alta la manera mejor de relatar sus hazañas, hablando como si le hablase a un padre cuya aprobación se busca. Casio, con la sinceridad de saber su lugar en la vida, le recordó a su hermano la razón de su regreso.
Aster, herido en su orgullo y ahogado en su arrogancia, golpea a su hermano quien no responde con sus manos, baja la cabeza y Aster golpea de nuevo y en ira acusa a su hermano de envidia, le ordena alimentar y acicalar a su corcel mientras baña su cuerpo, ropas y armas.
Casio resoluto cuida de la montura de su hermano, Shulgi, noble bestia de plata con ojos de diamante, animal a quien cuida, alimenta y domestica para su hermano. Le canta la única canción que conoce, el único recuerdo noble de niñez, secreto guardado fuera de dagas, flechas, profecías y la sangre de los Darius.
Con bestia preparada y el silencio apremiante, Casio corre en búsqueda de su hermano, busca su rastro con vista y voz, y encuentra fugazmente el espejismo de su cuerpo desnudo siendo envuelto por aguas ahora oscuras que devoran el cuerpo, el nombre y la sangre de Aster Darius…
(Fin del códice… y fin de esta historia).
El Alí. No soy de donde vivo, ni vivo de donde soy; pero si pienso lo que digo, puedo decir lo que pienso.
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