Luces y sombras: Temas que nos acalambran…
Por: Armando Zamora
Habrá quien piense que los sonorenses somos medio weyones, que nomás servimos para cabalgar en bola, para juntarnos afuera de la casa del Mágalo a ver a Santoclós y sus santoclosadas, que estamos siempre a la espera de que nos den el santiago para comunicarnos por las redes sociales a informativos, noticieros y cosas peores, que nos lamentamos por la posición en el estanding de los Naranjeros, los Mayos o los Yaquis —eny, güey— y nos la mentamos cuando la cheve nos alcanza en la parte alta de la quinta entrada…
Pero no, fíjate que no, amigo lector: los sonorenses también pensamos, a veces, como decía mi viejo amigo El Marro Almada: “A veces me siento y pienso, y a veces nomás me siento”. Y si nos dan una chancita, hasta brillamos a la hora de proponer soluciones a nuestros problemas comunes… mientras no los politicen, porque ya sabemos que en cuanto llegue alguien disfrazado de diputado o de candidato a algo, el tema tuerce el rabo y se va dando brinquitos a ver si ya puso la cerda… o sea, hasta ahí llega la inteligencia y sensibilidad de la ciudadanía, y comienza la carne asada.
Así que Einstein estaba un poquito equivocado cuando dijo que dios no juega a los dados con el universo; en realidad, son los políticos y el régimen quien lo hace… y sin el menor empacho, sin siquiera disimular cuando bate el cubilete por todo lo alto, como si estuviera mostrándonos la manera más rápida y fácil de preparar un licuado, y después lanza los dados para sacar siempre un full de ases con reyes —monarquía y distinción ante todo, aunque luego nos preguntemos de qué está hecho el traje nuevo del emperador, porque desde acá no se le ve que traiga nada—, mientras nosotros seguimos de sorpresa en sorpresa porque no hemos perdido la capacidad de asombro, que no es lo mismo a ser ingenuos o tontitos…
Y, es que los sonorenses semos muy rancheros a la hora de tocar ciertos temas que nos acalambran. Por ejemplo, los sonorenses todavía tenemos la pésima costumbre de espantarnos cuando un individuo armado hasta donde el cuero vuelve a nacer, entra en cualquier establecimiento en Nogales, Cananea, Ciudad Obregón o Hermosillo y se suelta disparando tiros a diestra y siniestra con el único fin de quedar bien consigo mismo.
Es bien sabido que recibir una docena de tiros podría, como los cigarrillos, resultar perjudicial para la salud, aunque —claro— a cambio nos ahorra el cáncer. Pues a estos individuos tipo Rambo no les importa ni tantito que un semejante reciba una descarga de, digamos, una pistola semiautomática calibre .45 marca Norinco, o de una calibre .40 marca Glock, o ya de perdida de una 9 milímetros marca República Czech. No. Al contrario: gozan apretando el gatillo. Van y se meten a hoteles, escuelas o a vecindades donde el aire de tan calmo se espesa y empieza a oler a podrido, y disparan… y disparan… y disparan hasta dejar ríos de sangre que corren por el piso dejando un rastro de indignación. ¿Y las autoridades…? Bien, gracias, arreglando palapas en Kino, que eso ahorita es lo verdaderamente importante…
Sobre la delincuencia y sus secuelas de violencia se han dicho ya muchas cosas. Seguro que seguirán diciéndose. Y ése, tal vez, es el problema: que nada más se dicen las cosas. Que nada más se reflexiona sobre el asunto como objeto de estudio, no como problema social que a todos nos mantiene en la raya de la angustia. Y encima, la mayoría de los políticos y /o funcionarios viene, como experta en la materia, a decirnos que los índices de criminalidad han bajado. Sobre todo, en la administración a la que pertenecen. “Y los lunes de 8 a 3 de la tarde”, aseguran. Y es que, claro, hay una razón científica en ello: los lunes ni las gallinas ponen.
La lógica me indica que para solucionar la inseguridad pública no tenemos que andar todos armados. En vez de un problema, tendremos tantos como individuos armados andemos por las calles. La anarquía nunca fue buena consejera. Más que armas, requerimos de programas y estructuras firmes que nos inculquen la cultura del trabajo, de la paz y de la convivencia social como forma de vida (y debida). ¿Pero cómo lograr eso en tres años, máximo seis, porque después ya no les toca el beneficio a los funcionarios?
Y es que como bandera política, insinuar siquiera que la criminalidad ha bajado es una verdadera bajeza. Y el hecho de que los especialistas nada más escriban y teoricen sobre la delincuencia que azota las calles de nuestras ciudades, sin hacer nada más que escribir en los diarios y hablar a los noticieros radiofónicos tampoco le ayuda mucho a la sociedad. Mejor dicho: tampoco nos ayuda mucho.
La inseguridad tiene muchas causas —nos lo han dicho a cada rato— y todas coinciden en la crisis que viven las figuras de autoridad. Y, además, corrompidos y corruptos hasta el tuétano, los cuerpos de seguridad en México son la cara oculta de la inseguridad.
También tienen que ver las políticas sociales con sus programas de beneficio para toda la población. Pero esas son palabras mayores: ¿cómo sacar de la pobreza a más de 5 millones de mexicanos que no tienen para satisfacer sus necesidades, cuando el país se ahoga en una deuda externa que nos mantiene encadenados a una dependencia enfermiza con las grandes potencias del mundo, que no les interesa que rompamos ese círculo vicioso para que todo siga igual? No será trayendo al Papa… otra vez. Y ese es otro tema que nos acalambra, desde luego…
Armando Zamora. Periodista, músico, editor y poeta.
Tiene más de 16 libros publicados, 12 de ellos de poesía. Ha obtenido más de 35 premios literarios a nivel local, estatal y nacional. Ha ganado el Premio Estatal de Periodismo en dos ocasiones. Ha sido becario del Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Sonora (FECAS). Una calle de Hermosillo lleva su nombre.
Hasta madrean payasos….si serán acalambrados